Reseña | Fractales – Pacho Flores

Afirma Pacho Flores, el protagonista de Fractales, que «Un tango de Gardel es tan importante como Haydn» o «Me encanta experimentar, la trompeta tiene una gran versatilidad». Eso es lo que aquí pretende y consigue transmitir el poliédrico músico venezolano: un estilo fresco, ecléctico, sin fronteras, arreglos propios, repertorios llenos de contrastes, trompetas en Mi bemol, en Do, cornetas con cuatro pistones… En resumen, ¡una delicia!

La trompeta de Flores transmite colores cálidos, iluminados con reflejos caribeños y combinados con un ataque cristalino y punzante como en las precisas y preciosas transcripciones de Chega de saudade de Jobim o Zigeunerweisen de Sarasate, todo ello unido al necesario gusto y respeto «clásico» para interpretar el celebérrimo Concierto en Mi bemol de Haydn, la deliciosa versión de Oblivion de Piazzolla o Akbank Bunka de Lindberg, un genio del trombón contemporáneo quien, además de mostrar su experimental obra plagada de mestizaje, se pone al frente de la noruega Arctic Philharmonic Orchestra, un conjunto con un perfecto timing y con el toque de emoción necesario para secundar el desbordante torrente de entusiasmo de este artista.

La labor investigadora de Flores a la hora de ampliar las capacidades técnicas de estas moldeables «refinerías de tubos musicales» para aplicarlas al repertorio solista es una de las grandes aportaciones en su meteórica carrera. Esta realidad se puede ejemplificar en el uso de diferentes modelos —desarrollados por él mismo junto a Vicente Honorato de Stomvi— en cada uno de los movimientos de los que se compone el Concierto de Haydn, enfocando la atención en los contrastes entre agudos y graves del primer movimiento, la dulce melodía del segundo o el virtuosismo final. Y, también, en el Concierto de Arutunian, protagonizado por una trompeta en Si bemol para los pasajes con aires gitanos y armenios o por el fliscorno en el bello episodio melódico central.

Un gran intérprete para un gran instrumento, la trompeta, de la que Louis Armstrong confesó: «Mi vida entera, mi alma entera, mi alcohol entero es soplar ese instrumento».

Por Alessandro Pierozzi