Félix Máximo López. De sonatas y fandangos
Mario Prisuelos, piano
Cézanne Producciones CZ089
Melómano de Oro
La música del Setecientos en España es todavía, a día de hoy, un diamante en bruto por descubrir. En particular, la en gran parte inexplorada música para tecla está poblada de insignes autores que incorporaron el insoslayable sustrato popular de la escuela bolera a sus creaciones pianísticas, al margen de la composición destinada para el oficio religioso, fruto de su desempeño como organistas o músicos de capilla. Eso es lo que acontece precisamente con Félix Máximo López (1742-1821), compositor, organista de la Real Capilla de Madrid y teórico musical cuya figura rescata el pianista Mario Prisuelos en su nuevo trabajo discográfico para Cézanne Producciones, cuando se cumple en 2021 el bicentenario del fallecimiento de un prolífico autor que escribió sonatas, piezas para órgano, villancicos y obras para la escena.
Resulta curiosa la cohabitación entre las artes. Al igual que no ha llegado hasta nosotros ni un solo retrato de uno de los más grandes músicos españoles de la primera mitad del siglo XVIII, José de Nebra, de Félix Máximo López, otro López, el pintor Vicente López Portaña (quien plasmó a Francisco de Goya con sus pinceles) nos dejó uno, un año antes de fallecer el compositor, comenzando la segunda década del siglo XIX, que podemos contemplar en el Museo del Prado y en el que vemos a un anciano López apoyado sobre un pianoforte, sujetando en su mano derecha unas partituras pertenecientes a su zarzuela El disparate o la obra de los locos —lo que evoca el paralelismo con el célebre retrato de Bach, obra de Elias Gottlob Haussmann, portando la hoja de su desconcertante Canon triplex a 6 voces, y el de Beethoven, firmado por Joseph Karl Stieler, con el autógrafo de la Missa solemnis—. Sobre el panel dorado del teclado figura esta hermosa frase: ‘A Don Félix Máximo López, primer organista de la Real Capilla de S.M.C. (Su Majestad Católica) y en loor de su elevado mérito y noble profesión, el amor filial’. Una cita que evidencia el prestigio y la autoridad de que gozaba el músico madrileño por la importancia de su real cargo.
Como gran defensor de la música española de cualquier época, tal y como demuestran sus álbumes monográficos dedicados al romántico Marcial del Adalid y al contemporáneo Tomás Marco, Mario Prisuelos aborda un repertorio inédito integrado por sonatas y piezas a ritmo de fandango que revelan el gusto de este tipo de melodías populares en la sociedad de la época, una forma que cristalizará como auténtico género instrumental independiente, y que las obras de Luigi Boccherini o el Padre Antonio Soler llevarán a su máxima expresión. También contribuyó a plasmar su granito de arena Félix Máximo López con las Variaciones sobre el fandango español que abren el compacto y que suenan tan familiares al que alumbró el monje de Olot, o las Variaciones sobre el minué afandangado, donde a través de un preludio y ocho aforísticas piezas la música salonística se complementa con el baile popular por antonomasia de aquel entonces.
Prisuelos incursiona en todas estas piezas con un perfecto idiomatismo, desgranando cada sonata con el equilibrio y la ligereza que demandan. Baste citar los sutiles detalles rítmicos por pares de notas en la exposición del delicioso Allegro inicial de la Sonata núm. 9, la única en cuatro movimientos de las tres convocadas, basada en la Sinfonía núm. 73 de Joseph Haydn pues, como detallan las exhaustivas notas que acompañan el disco debidas a Águeda Pedrero-Encabo, López adaptó varias partituras sinfónicas del de Rohrau en su colección de Música para clave, incorporando detalles armónicos novedosos. El estilo galante de unas piezas escritas para la disponibilidad instrumental de cada ocasión (clavicordio, fortepiano o incluso órgano) transpira por doquier en acordes gráciles y donde el ritmo se impone en juguetones acompañamientos en ostinato, como la extroversión que define a la Sonata núm. 15 —basada en la Sinfonía núm. 74 de papá Haydn—, o en la seriedad y el aliento lírico de los tiempos lentos de las núm. 4 y 9, cualidades de una música que, desde el piano moderno, Mario Prisuelos entroniza y coloca en el verdadero lugar que merece.
Por Germán García Tomás
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