Recital netamente francés el que nos presentan en su segunda colaboración para el sello audite la violinista alemana Franziska Pietsch y el pianista vasco Josu de Solaun, con sonatas para violín compuestas por Gabriel Fauré, Claude Debussy, Maurice Ravel y Francis Poulenc, en un lapso temporal que abarca casi setenta años, desde 1876 hasta 1943.
El título del compacto, Fantasque, alude a la indicación de tempo que Debussy destina para el pantomímico ‘Intermède‘ de su única sonata violinística, canto de cisne del francés. Ese es precisamente uno de los hilos conductores de estas cuatro obras, el carácter lúdico y extrovertido que define a alguno de los movimientos, desde el tercero de la elegante y distinguida, además de apasionada y lírica, Sonata núm. 1 en La mayorde Fauré, pasando por el ritmo de blues de la ensoñadora Sonata núm. 2 en Sol mayor de Ravel, hasta los aires desenfadados y cuasi circenses de los movimientos extremos de la sonata de Poulenc. Pero no todo alude a optimismo, pues como señala De Solaun en sus extensas notas, estas sonatas fueron compuestas en condiciones muy duras y difíciles para los compositores, especialmente las experiencias vitales de las dos guerras mundiales. Ese halo de tragedia y melancolía se percibe de forma más acusada en el ambiente de los tres últimos autores, pues son a su vez los que rompen con el equilibrio de la forma germánica que representó el mundo refinado de Fauré.
Cual magos de la alquimia musical, Pietsch y De Solaun penetran con elocuencia en el sustrato expresivo de cada sonata, demostrando ser un tándem perfecto a la hora de insuflar voz propia a unas obras que exigen las máximas capacidades técnicas de sus intérpretes. El violín de la alemana brilla pulcro y luminoso en los vehementes pentagramas de Fauré, algo que contrasta con la austeridad sonora y el detallismo tímbrico que consigue en Debussy, mientras que el ejercicio virtuosístico del Perpetuum mobile raveliano es sencillamente apabullante. Josu de Solaun es el arquitecto ideal y meticuloso sobre el que se sostiene el edificio de cada singular universo creativo.
Por Germán García Tomás
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