No es sencillo trabajar con citas, menos aún en nuestro tiempo. El riesgo de caer en lo banal o en una referencialidad ya muy trillada es evidente. Pero podríamos decir que Manuel Rodríguez Valenzuela, aunque en apariencia trabaja con citas, no lo hace realmente. La presencia literal de la Sonata K. 141 de Domenico Scarlattien la primera de las obras de este interesante y, como es habitual, cuidadísimo registro discográfico de Neu Records, Toccata à l’acte(clave, pedal delay y caja de música), no hace más que reivindicar una materia del pasado como artefacto sobre el que se indaga. En su manipulación lo de menos son los medios técnicos, que en este autor pierden cualquier carácter anecdótico para devenir en pura esencialidad generadora de discurso. Es la imaginación del compositor la que ‘interviene’ un material —si podemos llamarle así— que termina haciendo suyo para ponerlo sobre la mesa del oyente de forma precisa, como reto de escucha.
Las otras dos piezas de esta nueva propuesta de Neu Records están atravesadas por el mismo propósito: explorar el pasado desde una mirada fuertemente personal. En Ungebetenes Spiel, que toma como punto de partida la Bagatela opus 119 núm. 10 de Beethoven, la importante presencia del e-bow en el interior del piano supone además una exploración en las proporciones, una especie de llanura que interrumpe un discurso agitado y nos introduce no tanto en una resonancia de lo precedente como en la conciencia de un espacio, de un lugar todavía por explorar que solo se dibuja tenuemente.
En 64 daily self-portraits/micro-variations on a motive of Brahms (cuarteto con piano) sorprende cómo la fragmentación puede dar lugar, después de la escucha de la pieza, a toda una poética muy definida. No se trata de miniaturas al uso, no hay un afán de esencialidad. La idea es la exploración en la microscopía, poner la lupa en un lugar muy acotado y, desde ahí, desplegar la idea musical.
Tanto Ensemble Mosaik como Lluïsa Espigolé se muestran como intérpretes comprometidos que saben interiorizar un lenguaje como el de Rodríguez Valenzuela. Y eso es mucho.
Por Sergio Blardony
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