Ensaladas. El Fuego, El Toro and other works by Mateo Flecha ‘El Viejo’
Cantoría
Ambronay Éditions AMY314
Melómano de Oro
El esperadísimo primer disco de Cantoría es por fin una realidad. En él se recogen siete de las ensaladas compuestas por Mateo Flecha «El Viejo’ (1481-1553). Fue grabado el pasado mes de febrero en la antigua capilla de las Soieries Bonnet, hoy Centro Cultural CJ Bonnet de Jujurieux (Auvernia-Ródano-Alpes), por el sello discográfico del Centro de Encuentros Culturales de Ambronay, gestor francés del proyecto EEEMERGING+ (Ensambles Europeos Emergentes), donde el conjunto vocal español ganara el Premio del Público en 2018.
En el Tesoro de la lengua española o castellana (1611), nuestro primer diccionario general, el erudito Sebastián de Covarrubias y Orozco refiere que «ensalada’, aparte de ser un plato de verduras donde se echan hierbas varias, carnes saladas, pescados, etc., es asimismo «un género de canciones [que] componen los maestros de capilla para celebrar las fiestas de Navidad; y tenemos de los autores antiguos muchas y muy buenas’. Cita a continuación cinco ejemplos, tres de Mateo Flecha: La bomba, El fuego y La justa. Porque, aunque las ensaladas no reportaron gran peculio al compositor tarraconense, sí en cambio extraordinaria fama dentro y fuera del poderoso imperio de los primeros Habsburgo hispánicos. Casi tres décadas después de su muerte, recopiladas por su sobrino Mateo Flecha «El Joven’, entonces Abad de Tihany (Hungría), las ensaladas se publicaban en la ciudad de Praga en 1581. Entre ellas, las tres mencionadas y La guerra, que recoge el presente disco de Cantoría junto a El jubilate, perteneciente al Cancionero musical de Medinaceli, Gloria… pues nasçió del Cancionero musical de Barcelona y El toro, Ms. 607 de la Biblioteca de la Fundación Bartolomé March.
Para Jorge Losana, tenor y director de Cantoría, las ensaladas les atrajeron por sus colores, ritmos y flexibilidad llenos de vida y magia. «Nos asombró su calidad —añade—, su naturalidad, la actualidad de sus ideas y los sentimientos que transmiten; son tan avanzadas por sus chistes y onomatopeyas; nos divertían y nos cautivaban las canciones y danzas folklóricas del pasado que contienen’. Las ensaladas constituyen un repertorio que el conjunto renacentista lleva madurando en ensayos y conciertos durante los últimos cinco años; un repertorio que les ha permitido conocerse mejor a sí mismos y acercarse a las mujeres y a los hombres comunes del siglo XVI. «Empatizamos con sus historias —concluye Losana—, sus anhelos, sus inquietudes y sus perspectivas vitales. Los traemos al presente y nos ayudan a nosotros y a nuestra identidad’.
Que los miembros de Cantoría se han divertido, y mucho, en la grabación de estas piezas musicales queda de manifiesto ya desde el comienzo. El suyo es un entusiasmo prodigioso, resultado del equilibrio y conjunción tímbrica de unas voces excepcionales que aúnan frescura juvenil y conocimiento. La maestría se advierte en la claridad del contrapunto imitativo, en la continuas y repentinas mudanzas expresivas impuestas por el texto, en la quietud hechizante de las interpolaciones reflexivas, como al cantar la redondilla «Este mundo donde andamos’ (vv. 46-49 de El fuego), o las estrofas «Buscad d’hoy más’ (vv. 79-83 de La justa) y «Non fay el cavaller’ (vv. 41-46 de El jubilate), por citar solo tres de los muchos momentos de sublime polifonía. También en audacias como los mugidos del bajo Valentín Miralles al figurar ser toro atrapado en la ensalada homónima (atribuida a Flecha por la musicóloga Maricarmen Gómez Muntané); toro que es alegoría de Lucifer, al que se cita en casi todas las obras. Así en La guerra, escrita a remedo de la chansonLa guerre (1515) del francés Clément Janequin, aunque para Flecha fuese Cristo y no Francisco I de Valois quien se alzara en triunfo, antes bien sobre un ejército de mercenarios suizos, sobre el mismo Mal personificado.
Pero se advierte que es en los pasajes onomatopéyicos, al revelar la ensalada su principal recurso cómico, donde más debieron divertirse los Cantoría. Tañen campanas (dandán, dandán) entre exhortaciones a acarrear prestos agua contra las llamas; suenan pífanos (farirarirá) al ganar altura la irresistible voz de la soprano Inés Alonso, seguida a distancia de octava (farirarirón) por el alto Oriol Guimerà mientras, más abajo, suenan a tambores: fluido Losana (topetopetop), grave y solemne Miralles (dom dom dom), hasta el momento en que el tenor se impone a sus compañeros con un heroico obstinado sobre la misma nota: «To-dos-los-bue-nos-sol-da… dos’. En La justa suenan un tiple y trompetas. En La bomba, pasaje célebre, se templa una guitarra.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
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