Enric Granados: Goyescas o Los majos enamorados. El Pelele
Marta Zabaleta, piano
La mà de guido B-21243-2016
Melómano de Oro
Un Granados excepcional
El sello discográfico La mà de guido nos presenta en este disco la grabación de dos de las principales obras del compositor Enrique Granados: la suite para piano Goyescas o Los majos enamorados y El Pelele. Su interpretación está a cargo de la pianista guipuzcoana Marta Zabaleta, actualmente directora de la Academia Granados-Marshall.
Goyescas o Los majos enamorados, compuesta entre 1909 y 1911, es, sin duda, la obra maestra de Granados. El propio compositor escribió a su buen amigo, el músico Joaquín Malats: “He tenido la dicha de encontrar algo grande, las “Goyescas”. (…) Me enamoré de la psicología de Goya, de su paleta; de él y de la duquesa de Alba; de su maja señera de sus modelos, de sus pendencias, amores y requiebros. Aquel blanco rosa de las mejillas contrastando con blondas y terciopelo negro con alamares; aquellos cuerpos de cinturas cimbreantes, manos de nácar y de jazmín posadas sobre azabaches, me han trastornado”. Inspirada, por lo tanto, en las pinturas y tapices de Goya, la obra está formada por dos cuadernos y seis piezas que estrenó el propio Granados (el primer cuaderno en el Palau de la Música Catalana en 1911 y el segundo en la Sala Pleyel de París tres años más tarde): Los requiebros, Coloquio de la reja, El fandango del candil, Quejas o la majay el ruiseñor, El amor y la muerte, y Epílogo (serenata del espectro). En ellas se recrea la pasión amorosa de las majas y los majos madrileños, los celos, las elegantes vestimentas y la muerte. En definitiva, presenciamos el ambiente castizo de Madrid en las postrimerías del siglo XVIII desde un punto de vista romántico. Posteriormente, y a partir de la partitura pianística, Granados compuso la ópera de título homónimo que se estrenó en Nueva York en 1915.
Zabaleta aporta una versión de primera categoría en la que utiliza bellos contrastes sonoros, ritmos vigorosos, un rubato natural y, sobre todo, mucha expresividad. En Los requiebros se representa el primer encuentro entre los enamorados (requiebro es sinónimo de halago). Se trata de una jota profusamente adornada en la que Zabaleta ya nos muestra su gran dominio técnico, con una articulación muy clara y precisa. De un carácter más íntimo, el Coloquio de la reja muestra el diálogo de dos enamorados a los que separa una reja. La partitura está repleta de indicaciones y la intérprete obtiene del piano una sonoridad cristalina y dulce que nos transmite melancolía en algunos momentos y entusiasmo en otros. El fandango del candil, caracterizado por su ritmo ondulante y vivo, está basado en la tonadilla Las currutacas modestas. Con la figuración continua en tresillos se intuye el sonido de las castañuelas, además de estar presente la guitarra. Zabaleta interpreta esta pieza con un ataque nítido y muy controlado que aporta elegancia y arrojo a la par. A continuación escuchamos Quejas o la maja y el ruiseñor, pieza con la que se cierra el primer cuaderno de Goyescas. Nos deleita una bella melodía de carácter taciturno que es interpretada con pasión y en la que se observa una utilización magistral del rubato.
En El amor y la muerte, con el que se inicia el segundo cuaderno, Granados utiliza temas que ya hemos escuchado en las piezas anteriores aunque con una escritura menos enrevesada. El Epílogo (serenata del espectro) nos sugiere un esqueleto que con su guitarra vuelve para tocar una serenata a su amada.
Zabaleta incluye en el disco la grabación de El Pelele que, aunque no está incluido dentro de la suite Goyescas, guarda relación con el pintor aragonés. Esta pieza está basada en el cuadro del mismo título, en el que cuatro jóvenes vestidas de majas mantean un muñeco de trapo. La interpretación de Zabaleta se encuentra entre las mejores versiones que el que escribe ha escuchado: estupendos contrastes dinámicos, virtuosismo impecable y mucho entusiasmo. Sin duda, nos encontramos anteuna pianista excepcional. ¿Para cuándo el siguiente disco? Este no os lo podéis perder.
Por: Francisco J. Balsera
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