Concebidas durante reflexivos paseos en solitario y largos atardeceres de estío, período creativo predilecto para aquel siempre proclamado espíritu ‘libre pero feliz’ (frei aber froh) —y aún más en el crepúsculo de su propia existencia—, las sonatas para clarinete y piano del opus 120 merecen un lugar destacado entre la producción más íntima y exquisita del ciclo camerístico brahmsiano. Fue el propio compositor, dada la idoneidad tímbrica de la viola, quien proyectó la adaptación de ambas sonatas para este instrumento. En la actualidad la versión con viola se interpreta y graba quizá tanto como la de clarinete. Recordemos la extraordinaria interpretación de Tabea Zimmermann y Hartmut Höll (EMI, 1993), seguida a distancia por Pinchas Zukermann y Daniel Barenboim (DG, 1974). En la notable versión que presentan ahora Joaquín Riquelme y Enrique Bagaría, de líneas pulcras y contenida melancolía, se aprecia cierta proximidad al planteamiento intimista de la segunda de estas lecturas (cierto que con mayor frescura) que a la vehemencia expansiva que por momentos domina a la primera.
Algo de la nostalgia del universo brahmsiano se paladea en el tema inaugural de la Fantasie de la Sonata para viola y piano opus 11 núm. 4 de Hindemith, obra cuya modernidad se acentúa en dramatismo y complejidad a medida que avanza. Las dos series de variaciones en los movimientos siguientes, con pasajes ciertamente endiablados, evidencian la prodigiosa capacidad técnica de Riquelme y Bagaría, capaces de solventar con limpieza cada reto contrapuntístico.
Cuesta imaginar el Adagio y allegro en La mayor opus 70 de Schumann como un producto destinado al ámbito doméstico. Dado el virtuosismo necesario para vérselas con esta pieza (en especial en el segundo tiempo) es lícito suponer que el compositor tuviera en mente a intérpretes consumados. Riquelme y Bagaría extraen con delicadeza la ensoñación atesorada en el Adagio y se entregan con apasionado arrojo en el Allegro. Similar esfuerzo de ejecución exigirá de ellos la Pieza de concierto para viola y piano de Enescu, obra de intenso lirismo onírico. El resultado, aquí también, es admirable.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
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