La música para el último adiós puede ser un hito artístico, y esta grabación agrupa a dos compositores rusos que lo lograron en sendas partituras camerísticas. Las firmas de Chaikovski y Shostakóvich cobran en la interpretación del Trío Arraiga una colosal talla. Los amantes del género encontrarán aquí satisfacciones a las que contribuyen una escritura prodigiosa en movimientos extensos.
Chaikovski dedica su Trío en La menor a Nikolái Rubinstein, pianista y fundador del Conservatorio de Moscú, cuya muerte le impactó. Su estreno tuvo lugar en 1882. Partitura magistral dividida en dos movimientos: el primero, en forma de sonata y con desarrollo y caudal insólitos; el segundo, un ramillete de variaciones cuyo sinfín de diseños asombrará al oyente. Sin duda, este no es el Chaikovski efectista y convulso de las sinfonías y ballets; aquí desvela una artesanía excepcional, incluso en cada frase.
Shostakóvich compone su Trío en Mi menor en 1944 a la memoria de Iván Sollertinsky, crítico, conferenciante y director de la Orquesta de Leningrado. Ambientado durante la Segunda Guerra Mundial y en los campos de exterminio nazis. Los armónicos del chelo marcan el inicio de una obra en cuatro movimientos donde van y vienen los pasajes furiosos y encrespados así como los ecos siniestros y lúgubres que se tornasolan con hebras de luz, una característica que, dicho sea de paso, resulta inconfundible en el lenguaje del autor.
En la interpretación de Chaikovski lo primero que resalta es el equilibrio perfecto del tempo, adaptado al carácter de la música. El Arriaga retiene muy bien la línea sonora cuando todo discurre hacia una beatífica quietud; los silencios son determinantes para contrastar el rico desarrollo. Hermosas texturas de los tres instrumentistas para luego elevar el violín y el chelo un lamento insuperable. El piano maneja muy bien el rubato, que sirve para preparar las mejores atmósferas de este movimiento. Más adelante un unísono pronuncia la tristeza de la obra, que se colmará al final con unos intervalos bellísimos. El segundo movimiento, un tema y variaciones, representa el envés luminoso de la partitura, aunque al final retorne la circunspección del duelo (esto es una genialidad del compositor). A lo largo de las variaciones Chaikovski explota su inventiva: una variación hace chisporrotear al piano junto a dos cuerdas en pizzicato; otra el piano en registro agudo asperge con la cuerda frotada haciendo un pedal folclórico. No faltan guiños a su música escénica, que recuerda el Vals de las flores, donde las prestaciones danzables del Trío Arriaga son únicas. Después llega una variación de contrapunto primoroso, controlado dinámicamente. Otra que parece Nacionalismo español y hay otra fluida que se romperá con una procesión fúnebre, y de esta manera se cierra el ciclo.
Gusta en Shostakóvich una actitud que rehúye el sonido brillante en favor de un drama que llega a los huesos. El Allegro con brio tiene un planteamiento que enardece desde el principio; hermosos los arabescos del piano. El Largo sorprende con sentenciosos acordes pianísticos, que el violín y el chelo desarrollan después en un tema triste de armonía siniestra. Los amantes de Shostakóvich identificarán en el Finale un tema del Cuarteto de cuerda núm. 8, que gira en medio de un discurso abundante donde hay acordes del piano como zancadas, pasajes delirantes del violín y el chelo, sinuosidad de la mano derecha del piano y retorno de los acordes del piano del inicio que vendrán sucedidos por un desenlace genuino del violín y el chelo.
En suma, lección de musicalidad por el Trío Arriaga. Uno de los aspectos más difíciles de conseguir en toda interpretación para el Arriaga es una virtud, la agógica, que logra que la música sea siempre ese encuentro irrepetible de la propia experiencia vital. Magníficas las notas del disco: un gran estudio donde aparecen detallados los rasgos estéticos y los acontecimientos históricos.
Por Marco Antonio Molín Ruiz
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