ADDA·Simfònica
Josep Vicent, director
Produccions Blau BLAU CD 739
Melómano de Oro
Nos encontramos en presencia de un disco histórico. Lo es por varios motivos por separado. Y también por la conjunción de todos ellos.
En primer lugar, la elección del repertorio: Sinfonía núm. 7 de Beethoven, Sinfonía núm. 1de Prokófiev y Adagio para cuerdasde Barber.
El mercado está saturado, desde que el disco existe como forma de audición, de sinfonías de Beethoven. Más abajo explicaré el motivo por el que esto no supone un inconveniente en esta ocasión.
Mucho menos frecuente es la grabación de Prokófiev, mientras que el Adagio de Barber es una pieza que adquirió gran fama tras su paso por el cine en la película Platoon, y se ha grabado bastante desde entonces. Estamos, por tanto, ante una selección de obras, o bien muy conocidas por el gran público (Beethoven y Barber), o bien de muy fácil audición (Prokófiev).
En segundo lugar, la emoción máxima que se desprende de cada frase musical a lo largo de todo el disco y la sensación permanente de encontrarse ante una experiencia diferente de escucha. Algo así como no poder dejar de sentir, ya sea alegría, ya sea drama, ya sea sorpresa. Me satisfizo sobremanera escuchar el disco y descubrir todo esto antes de leer el texto de Josep Vicent en el que afirma ser eso precisamente lo que persigue con su interpretación: generar emociones. De ahí el título del disco, claro está. Misión cumplida, maestro.
Por último, y no menos importante, la calidad extrema del sonido, tanto en lo que a la interpretación se refiere como a la tecnología. La grabación se ha realizado en el ADDA y de un tirón, como quien dice, sin los retoques ni los característicos y terribles ‘corta y pega’; es decir, que tiene la fuerza de la interpretación en vivo; casi puedes escuchar la respiración de los músicos o el paso de los arcos por la cuerda.
Como decía antes, hemos tenido en disco sinfonías de Beethoven de todos los colores y formas posibles. Solo unas pocas nos dejaron huella, auténtica huella. Gustos y preferencias aparte, casi todo el mundo recuerda versiones de Karajan o de Bernstein al frente de orquestas como la Filarmónica de Berlín o la de Viena. Muchas otras, quizá demasiadas, pasaron sin pena ni gloria por el mercado discográfico. Y, desde luego, no hablemos de las audiciones en directo, que siempre son involuntaria e inconscientemente comparadas por el oyente con su versión discográfica favorita.
El hecho es que tenemos séptimas para dar y tomar. Se trata, junto con la Quinta, la Sexta y, por supuesto, la Novena, de una de las obras más grabadas en disco, y más interpretadas en directo, de la historia. Cuántas veces hemos oído decir ‘basta ya de grabar sinfonías de Beethoven… como si no hubiera más obras para grabar’. Es más, posiblemente yo mismo haya respaldado esta afirmación. Bien, de sabios es rectificar.
Porque, si bien es muy cierto que nadie desea otra versión que nos ofrezca de nuevo más de lo mismo, tenemos ante nosotros una visión totalmente novedosa y personal de esta sinfonía.
Hace años me sorprendió de forma inesperada la escucha de las nueve sinfonías registradas por Pletnev al frente de la Orquesta Nacional Rusa con Deutsche Grammophon. Y la sorpresa se debía precisamente a lo atrevido de la propuesta, una nueva forma de presentarnos a Beethoven si faltarle jamás al respeto, haciéndonos escuchar planos y matices antes nunca oídos, que el propio Beethoven hubiera aplaudido sin dudar, si llegase a tener ocasión de escucharlos desde el más allá.
No parecía fácil darle a esto otra vuelta de tuerca. Todo lo que había que decir, ya parecía haberse dicho antes de Pletnev, y con él se estaba diciendo lo que parecía indecible. ¿Y ahora, qué? Ahora, Josep Vicent con ADDA·Simfònica. Si no se lo creen, compren el disco o véanlo en YouTube.
Sigue a la Séptima una Primera de Prokófiev brillante, vibrante y emocionante en todos sus movimientos, sin excepción. Como decía más arriba, aquí no tenemos tantos elementos de comparación. Ni falta que hacen. El manejo del sonido que hace Josep Vicent en Prókofiev, uno de sus autores favoritos, es algo así como quien amasa un pan con todo el cariño del mundo, lo estira, le da forma y al final obtiene exactamente lo que quería ofrecer. Así, escucharemos notas que se ensanchan o se reducen, maderas de una claridad exquisita, metales brillantes y nunca estridentes, cuerdas siempre afinadas, empastadas y sonoras, como si fueran muchas más de las que son en realidad.
Y para lucimiento de la cuerda, el colofón del Adagio de Barber, prueba de fuego para la estructura, la forma y el fondo, a la hora de enfrentarse a una partitura, donde el pianissimo más sutil debe tener cuerpo y fuerza, mientras que el forte del clímax no debe ser nunca estridente ni exagerado, sino redondo y poderoso. Todo ello pasando por una cuidada y esmerada edificación del sonido, paso a paso, siempre con sentido. Josep Vicent lo consigue todo con creces.
Por Víctor A. Fernández
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