Reseña | Diálogos de viejos y nuevos sones

Una portada en blanco, dos violas da gamba, una cantaora y un percusionista. Si bien la combinación es elegante, es cuando balanceamos el álbum en nuestras manos cuando se vuelve visible el título. Estamos, sin duda, ante una producción de los hermanos Alqhai.

Este nuevo trabajo germina en el terreno abonado de su predecesor, Los cantes de ida y vuelta, bebiendo de aquella experiencia y dando un paso más en la aventura de la experimentación; porque reconocerán que es del todo insólito llevar flamenco a los escenarios, entre otras muchas cosas, sin guitarra.Gracias al increíble gusto y respeto que dotan los cuatro músicos al programa, el experimento, más que bien parado, resulta una excelente producción. Con un carácter íntimo, Rocío Márquez nos desgrana coplas de una gran sensibilidad con un acompañamiento exquisito, que sobresale cuando el cante lo permite y mientras dibuja, subraya, calla o asiente.

Abrimos boca con una Mariona, un bajo de danza típico del Seiscientos español en el que ya se deja ver la riqueza de los acompañamientos de Diassera, siempre sumando al conjunto con un sonido de superficie discreto y cálido y con unos rellenos sólidos y articulados que apoyan a las violas estupendamente. Enseguida se añade Rocío con una letra de Colombiana, uno de esos cantes de ida y vuelta frescos, ligeros y con borbotones de emoción. Casi pidiendo permiso, pero sin necesidad de pedir perdón,una guitarra eléctrica se suma a la base armónica para que Fahmi solee con unas falsetas antes de un cierre que devuelve el protagonismo al cante. En la Zambamuta el afecto y Rocío nos deleita con la naturalidad de su cante, lleno de sentimiento y exuberante sin artificios.

En nuestra opinión, uno de los puntos fuertes de este disco es su concepción como un continuo, con los silencios justos para limpiar el paladar y dejando que unas piezas se liguen con otras, tal y como ocurre en los conciertos de la Accademia. Con este efecto nos sumergen en el prisma musical de los Diálogos…, que retiene nuestra percepción y nos invita a abandonar cualquier otra actividad y, sencillamente, escuchar el disco completo de principio a fin.

Sobre la poderosa pluma de Santa Teresa de Ávila se organiza una Bambera, en un arreglo dinámico y volcado por entero al verso. Similar es el tratamiento de La mañana de San Juan, tradicional del pueblo de Alosno (Huelva).

Podrían ser ambas piezas un preámbulo para los impactantes Aires de peteneras, con un texto tan trágico y un arreglo musical funesto, crudo y virtuoso. Resulta imposible no meternos en la piel de la joven forzada a abandonar el mundo seglar y encerrada en un convento, sobre todo al ser puesta en voz por Rocío en primera persona. Desenlaza en un attaca de A la una yo nací, una de las piezas más populares del repertorio sefardí, en un movido ritmo de 7/8 cuyo clímax se arroja al toque de campanas que introducía la pieza anterior.

La calma vuelve con la pieza más arriesgada del álbum, la famosa Si dolceè’l tormento de Claudio Monteverdi. Rocío abandona el confort del castellano y se atreve con esta pieza que tanto hemos escuchado y en tantas buenas versiones, llevando este dulcísimo madrigal su terreno con un enérgico acompañamiento instrumental a medio camino entre el primer Barroco y la música actual.

No podemos pasar la Nana sobre el «Cantdelsocells», puesta en cante libre con el acompañamiento de Fahmi hasta coger intensidad con un final que arranca el aplauso. Cierra el disco Angelitos Negros, que ha servido de bis en sus conciertos y cuya letra está inspirada precisamente en la iglesia que albergó el estreno de este programa: la sevillana San Luis de los Franceses.

Accademia de Piacere se renuevan en la vanguardia de la música antigua española con este nuevo título, marcado de inicio a fin por el gusto de estos hermanos y su soberbia inteligencia para maquinar producciones sencillamente excelentes.

Por: Pablo F. Cantalapiedra