Afrontar la grabación de los Preludes de Debussy no es tarea baladí. El sello discográfico Nîbius presenta al pianista español, de origen armenio, Rubén Yessayan, afrontando dicho reto. El resultado: un trabajo interesantísimo. Desde la carátula del disco hasta la personal y algo experimental interpretación del polifacético artista, se nos introduce en ese mundo de imágenes, colores, aromas y sensaciones que se desprenden de los pentagramas del genio francés. Yessayan es un apasionado del arte de Debussy y eso se contagia desde los primeros compases: transmite introspección, búsqueda de texturas, claridad en el mensaje y contrastes entre el ámbito tonal del primer libro y la anticipada vanguardia del segundo.
Los Preludes, veinticuatro piezas creadas entre 1910 y 1913, destilan misterio, brillantez, intimismo y cientos de micro-mensajes, tan encubiertos como fascinantes. El pianista los recorre con sensibilidad, en un viaje sin retorno, y descifra las líneas impresionistas dibujadas por Debussy para trasladarnos hacia otros mundos, otras culturas con paradas intermedias en estaciones como arte, literatura, misterio o tradición. Lo realiza asentado en un importante bagaje artístico y académico que favorece una impecable capacidad técnica y rítmica —claridad en acordes, contrastes de ambas manos, desarrollos cristalinos y un buen uso del pedal— en Les collines d’Anacapri —exprimiendo las capacidades del Steinway—, La serenade interrompue, La danse de Puck, Minstrels —con aire de jazz norteamericano—, General Lavine o en el explosivo final de Feux d’artifice.
Quizá, en el aspecto estilístico y de dinámicas, no logra transmitir completamente los ambientes brumosos y de ensoñación tan peculiares en Danseuses de Delphes, Volies o La fille aux cheveux de lin, intimismo que sí asoma en Les sons et les parfums, Brouillards, la deliciosa La puerta del vino, Bruyeres —uno de los puntos culminantes del disco—, en el final de La terrasse des audiences du claire de lune o en los claros y profundos acordes que nos sumergen en el silencioso y misterioso destino final de La cathédrale engloutie.
En resumen: un músico talentoso a los mandos de una obra maravillosa.
Por: Alessandro Pierozzi
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