
Título: D’Artacán y los tres mosqueperros
Dirección: Toni García
Música: Manel Gil-Inglada
No hace falta empuñar una vieja y poética espada ropera de taza, o una toledana fabricada en la prestigiosa Casa Marto, diestros y noveleros espaderos de noble y patrio abolengo, como tampoco hace falta asir un instrumento de tanta alcurnia para reconocer a un mosquetero del rey. Sus duelos y afrentas son legendarios —a capa y espada— y batallan entre las sempiternas palabras imaginadas por la pluma de Alejandro Dumas. En ocasiones y, por aquellas cosas de la imaginería popular, tan solo se necesita enarbolar con pasión una hoja (partitura) de temple manual y empuñadura roscada forjada en la fragua del talento para identificar al último mosquetero. En este orden de cosas y algunos siglos después los mosqueteros o mosqueperros —según el formato artístico— vuelven a estar en boca de todos gracias a la restaurada adaptación cinematográfica que el realizador Toni García ha hecho del clásico de la animación infantil D’Artacán y los tres mosqueperros, serie de televisión creada por Claudio Biern Boyd que hizo las delicias de los más pequeños a principios de la década de los 80. Renovada, pero sin perder su esencia, esta nueva revisión cuenta con algunos cambios —estéticos, sobre todo— que adaptan la historia ideada por Dumas a las necesidades visuales de nuestra época. Alguien dijo: ‘Los pequeños de hoy no son como los de antes’. Quizá no les falte razón a quienes piensan de esta forma, pero lo que no ha cambiado ni un ápice es el vasto talento que atesoran nuestros músicos, mosqueperros de afilada melodía y valiente soltura que, con la emoción por bandera y el ingenio en las venas, se baten en duelo contra los fotogramas que dan forma a las buenas historias.
Para los que ya peinamos alguna que otra cana ha sido una grata experiencia comprobar que el compositor Manel Gil-Inglada es quien rubrica la partitura de este divertimento ochentero. Ochentero porque el músico zaragozano, adalid del buen gusto y original entre muchos, rescata con acierto la melodía que todos identificamos con la serie, aquella que brotó a borbotones de las febriles mentes de Guido y Maurizio De Angelis —genios en lo suyo—, y lo hace como homenaje, porque tras ella hay una extraordinaria colección de piezas musicales que insuflan vida a los simpáticos personajes con cara de perro. La partitura rezuma dinamismo por los cuatro costados, lucero que guía el honor del intrépido mosqueperro en su particular y honorable cruzada. ‘París bien vale una misa’. Manel dibuja al nuevo D’Artacán desde el honor y la amistad, lazos inquebrantables que el músico entrelaza hábilmente con la melodía de Guido y Maurizio —al encuentro de ella (‘uno para todos y todos para uno’)— para crear su propio leitmotiv, personal, solemne y enérgico. Esta idea está embebida de un halo emocional, y, en cierto modo ceremonioso que, a través de las cuerdas y las voces, define la singular personalidad del joven espadachín. Manel contrapone a esta idea la de los malos, más oscura (tragicómica), pero sin perder la esencia de la comedia infantil de la que está embebida la historia. La partitura deambula entre la oscuridad —¡voces del averno! — y la luz, maniquea visión cromática que dibuja con habilidad la sempiterna contienda que define la inmortal historia creada por Dumas.
El compositor juega con los renglones del escritor francés de la misma manera que lo hace con la melodía de la serie original (chapeau!), haciendo suya la frase que reseñaba unas líneas más arriba: ‘París bien vale una misa’. Manel Gil-Inglada compone un fantástico retablo musical que impregna con su original sello las voces de otras épocas.
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