Ante el problema de un artista que se dedica a transmitir, como docente y/o a un público más o menos amante o vecino a la música, existen tres dimensiones o perspectivas que, aunque susceptibles de imbricación, podemos diferenciar bien: lo que pensamos, lo que sentimos, lo que hacemos en el instrumento… y todo ello, además sujeto, a las mil y una posibilidades de la recepción, que depende de tantos factores. Con la experiencia de actor, enseñante y testigo, me complace seguir siempre aprendiendo y descubrir nuevas miradas que, a la hora de recomendar o no, me veo en el compromiso de tamizar con los parámetros de calidad que desde el estudio nos proporciona lo investigado a nivel performativo y musicológico, dejándose erizar la piel por lo inefable, que también entra veloz a los sentidos, o tomando distancia como defensa ante un exceso de gelidez. Primero oigo, después escucho, y más tarde escribo.
En la primera impresión capto lo que sensual o estéticamente más me llama la atención: ¡Mmm! Me parece original. Después escucho y analizo, lo oído y el perfil de lo interpretado e intérprete: conozco este fascinante repertorio, no así a quien lo interpreta; por último, escribo, para que quien me lea perciba mi sensación ante esta experiencia y le sirva, o no, para decidirse a escuchar y/o comprar este disco. Pues… en la línea de la emoción provocada digo: Couperin, calidad indiscutible que ha pasado el filtro del tiempo con éxito y actualidad renovable. Una buena recopilación de su tercer libro para clave, en concreto los órdenes núm. 13 y 18 completos y una pieza de los 15, 14 y 19, todo ello publicado el mismo año que el primer Traité de l’harmonie réduite à ses principes naturels (Jean Philippe Rameau, 1722). Interpretación: una propuesta valiente (que cuenta con interpretaciones tan variadas, al piano, como Grigori Sokolov o Éva Szalai), en la que Imhof aporta su personal visión y uso de la ornamentación, planos, calidad de sonido en el ataque, pedal, o evolución dinámica y agógica.
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