España sigue arrastrando un prejuicio del que necesita liberarse: pensar que lo propio es inferior. Los cuartetos de Conrado del Campo poseen la excelencia de engarzar lo académico y lo popular con una maestría rara entre los compositores. Su lenguaje hereda la forma beethoveniana e incorpora la armonía cromática del Posromanticismo para condensarlo todo con el acervo español. El cuarteto Asturiano diversifica las posibilidades del contrapunto en medio de una belleza trascendida, como la voz del misterio que solo un verdadero artista hace sonar. Del Campo incluye temas evocadores de la gran música de todos los tiempos frente a pasajes de modulaciones muy introspectivas. Resaltamos el segundo movimiento, que mantiene un clima de beatitud gracias a un matiz piano y que en algún pasaje se asemeja a Noche transfigurada de Schoenberg. El Cuarteto núm. 7 bis es más convencional. Preciosos los agudos del primer violín, estampa de los grandes cuartetos de Centroeuropa, y el canon de los cuatro instrumentos en el primer movimiento. Explota el autor en el Scherzo un motivo de cinco notas que crea una hermosa tensión; después asoma la viola en un solo de raíz popular que redondean los otros al modo de rescoldo tras una hoguera. El Gerhard Quartet sumerge en una experiencia que marcará un antes y un después. Su versión del Asturiano maravilla con un timbre ideal en las cuatro voces, que en el Andante crea un cauce trabajado inteligentemente y que en los posteriores movimientos regala con un violín primero y un chelo proverbiales; se cierra con un Finale cual espiral de ensueño. Por su lado, el Cuarteto núm. 7 bis es de una elegancia interpretativa sustentada en el dominio de tempo y dinámica; su Adagio desvela ese gran tesoro que es la armonía (¡qué timbre logran!) y también hace pensar en Shostakóvich. Conrado Del Campo se quejaba de que sus cuartetos no se apreciaban lo suficiente. Pero todo llega a los compositores, que son inmortales, pues los grandes intérpretes pueden cambiar el curso de la historia. ¡El Gerhard Quartet ha sentado precedentes!
Por Marco Antonio Molín Ruiz
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