Colección Essential Classics | ADDA·Simfònica
Stravinski, Mahler, Beethoven, Shostakóvich, Falla
Orquesta ADDA·Simfònica
Josep Vicent, director
Produccions Blau
Para difusión exclusiva en plataformas digitales aparece la Colección Essential Classics, una recopilación de cinco discos que tienen como protagonistas a la orquesta ADDA·Simfònica y a su director artístico y musical, Josep Vicent. Grabaciones todas en directo dedicadas a obras señeras en los repertorios de Igor Stravinski: suites de El pájaro de fuego (versión de 1919) y La consagración de la primavera; Gustav Mahler: Sinfonía núm. 4 en Sol mayor; Ludwig van Beethoven: sinfonías Quinta y Séptima; Dmitri Shostakóvich: Sinfonía núm. 7 en Do mayor opus 60, ‘Leningrado’; y Manuel de Falla: Danza final de El sombrero de tres picos e, íntegra, la suite de El amor brujo.
Vaya por delante que estamos ante interpretaciones de altura que ponen de manifiesto la calidad y el poderío instrumentales de la ADDA·Simfònica, amén del generoso despliegue de vitalidad que Josep Vicent consigue imprimirles. La clase de interpretaciones que el oyente anhela encontrarse camino de la sala cuando, acaso impaciente, anticipa con satisfacción la experiencia del concierto. Interpretaciones que satisfacen plenamente, se escuchan con entusiasmo y, ya que hablamos de directos como aquí sucede, se aplauden a rabiar. De esto va la presente entrega de la Colección Essential Classics, de interpretaciones que no dejan indiferente al público.
Empezando por el principio, ADDA·Simfònica despliega sus tonos más tenebrosos en la misteriosa Introducción de El pájaro de fuego, antes de que la alquimia del color y la luz se abran paso con los célebresglissandi armónicos a cargo de violines y violonchelos y, más adelante, en la inquieta Variación del pájaro y la delicada dulzura en La ronda de las princesas. La Danza infernal del rey Kashchei arranca con una violencia sobrecogedora y el Finale, sostenido a la perfección el solemne crescendo que conduce a la coda, resulta grandioso. La consagración, primitiva y áspera, sin pulir nada en su demencial rudeza, es sencillamente magnífica.
Sorprende el impetuoso y brusco comienzo (cuerda grave) que adopta Vicent para la Cuarta Sinfonía de Mahler, tan contrario al Pensativo, sin prisa (Bedächtig, nicht eilen) indicado en el pentagrama; el Scherzo (segundo movimiento) es ‘movido’ y muy divertido, si se piensa bien, con ese violín solista tocando un tono más alto de lo normal; soñador el Adagio (Ruhevoll, ‘Calmado’). Pasma leer que esta música exquisita (la sinfonía en general) fue abucheada en Viena sin contemplaciones, a gritos (Schande!, ‘¡Vergüenza!’), movimiento tras movimiento. Durante el estreno muniqués ‘la recepción fue ferozmente xenófoba’ (Lebrecht) y antisemita, debo añadir: ‘El ingenio judío ha invadido la sinfonía, corroyéndola’, escribió el novelista William Ritter, suizo, por lo demás. El toque decadentista lo pone el poeta alemán, y judío, Karl Wolfskehl al decir que la obra ‘No es más que corrupción vienesa y carnaval’. La música de Mahler (parafraseo a Lebrecht) parece convertir en antisemitas a los propios judíos. Así también, el ‘decano de los críticos musicales de Viena’, el escritor Max Graf. Pero volvamos a la interpretación musical, al vocalmente poco lucido, en mi opinión, cuarto movimiento. Ángeles Blancas posee una voz dramática densa, quizá demasiado para este Mahler, de fraseo poco flexible (su himmlischen, ‘celestial’, suena forzado, maquinal) y dicción alemana algo confusa. Vicent acierta, ahora sí, en la premura de determinados pasajes.
La ejecución de la sinfonía propagandística más aclamada por el régimen soviético del reconvenido y domesticado Shostakóvich, compositor demasiado valioso para dejarlo malograr en las mazmorras del ostracismo, admite un único calificativo que eclipsa a todos los demás: colosal. ADDA·Simfònica arroja aquí cuanta brillantez, delicadeza (los pasajes íntimos, remansos de paz, son admirables; cada solista descolla en su parte) y poderío sonoro del que es capaz.
Algo parecido ocurre con las sinfonías de Beethoven, en las que Vicent no renuncia a la monumentalidad. Tanto la Quinta como Séptima son modelos hercúleos de brío y dinamismo, concepciones que en cierto modo evocan al Beethoven de los grandes directores de décadas pasadas, al Beethoven eterno.
Y, ¿qué decir de Falla? Podían dejarse llevar por el alarde, tocar El amor brujo con los ojos cerrados, y el resultado sería igual de extraordinario; de tal modo dominan los músicos esta partitura. Acompañando en el recitado y el canto, la inigualable Ginesa Ortega, sencillamente deslumbra.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
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