Título: Claret
Director: Pablo Moreno
Música: Oscar Martín Leanizbarrutia
Estado de gracia
Más allá de cuestiones teológicas, filosóficas o espirituales —con independencia de la mortal esencia corpórea— se puede decir, aun a sabiendas de que no es del añoso gusto académico, que un ser humano pasa por este singular y menesteroso estado cuando aquello que lo define alcanza la excelencia. No es divina, pero tampoco humana, es, como solía decir aquel viejo y taciturno sabio de la cristiandad, otra cosa muy distinta. Pasa en contadas ocasiones, pero cuando ocurre se obra el milagro. El artista transita en algún momento de su carrera por este particular estado creativo que deja para la posteridad el imperecedero sello de la excelencia. Por este arriscado sendero de la música cinematográfica camina el músico Oscar Martín Leanizbarrutia (Poveda, Luz de Soledad, Fátima, Red de libertad), hiperbóreo compositor de hondo arraigo clásico —ideario que no está reñido con las nuevas tendencias— que, una vez más, y ya van unas cuantas, da muestras de su enorme talento. Ahora bien, no nos ha de engañar su juventud —¡bendita en todos los sentidos posibles!—, pues su desparpajo imaginativo es tan sincero como fresco. Una oleada de creatividad sin parangón que inunda el panorama musical patrio con obras tan bellas como Claret, su último milagro.
Por lo mismo, tampoco nos debe extrañar la sorprendente madurez que Oscar ha alcanzado en tan poco tiempo, algo que, a los cuatro vientos, ya proclamamos sus más entusiastas devotos que sucedería. Dicen que ‘la esperanza es lo último que se pierde’, y la fe que algunos depositamos es la extraordinaria caligrafía de este músico ayuda a proyectar sobre el yermo paisaje de la música patria la imagen de un amanecer más que esperanzador. Con estos mimbres, y una extraordinaria capacidad narrativa, Oscar ha dibujado las piadosas líneas que dan sentido a este biopic basado en la figura del religioso y confesor de la reina Isabel II Antonio María Claret, fundador de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María.
El director y la productora, habida cuenta de la importancia que tiene el aspecto emocional y espiritual que rodea a la historia del arzobispo de Santiago de Cuba
—referenciado en la partitura—, han tenido a bien contar con el compositor palentino Oscar Martín Leanizbarrutia, músico de hondas convicciones clásicas —uso del leitmotiv— que vive de forma permanente en ese estado de gracia. El músico construye su discurso a través de un bello leitmotiv que entrelaza los caminos del misionero y el escritor e intelectual Azorín, pilares sobre los que se asienta la partitura. En la historia de Claret y Azorín, cuyo destino está unido por la verdad que emana de las cuatro cuerdas del chelo —’el más humano de todos los instrumentos’—, se encuentra el comienzo de esta singular historia.
Es encomiable la enorme capacidad que tiene Oscar para interpretar esta idea trenzando las líneas que dan forma a los distintos episodios por los que transita la historia. El chotis, a su manera —en el Madrid de los años 30—, los sones cubanos y un agudo sentido de lo dramático y religioso convergen en la ‘santidad’ que emana el leitmotiv de Claret en sus distintas lecturas. La guitarra de Azorín —pena, exilio y verdad—, imagen castiza del hombre que busca, atrapa las almas de los protagonistas en un trascendente juego de emociones que une una vez más los caminos del religioso y el intelectual. Los vientos y las voces de Claret —destino, determinación y fe—, efigies de la espiritualidad del hombre santo, dibujan con devoción el compromiso del misionero con la causa. Las flautas y los oboes sostienen una sentida plegaria que tiene a las voces como garantes de una misión que transciende los designios humanos. Todo, o casi todo, gira alrededor de este arrebatador leitmotiv —con permiso del Ave María (divino) y el delicado motivo de la reina—, idea que pone a Oscar Martín Leanizbarrutia en el centro de nuestro sistema solar.
Ahora, con más fe que realidad, solo queda esperar a que la divina providencia le proporcione la continuidad que todos los creadores necesitan para seguir mostrando que en esta tierra tan nuestra hay talento de sobra. La partitura de Claret consagra a un compositor que está llamado a hacer grandes cosas.
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