Deutsche Grammophon vuelve a apostar a caballo ganador con la dupla Chopin-Pollini. A primera vista pareciera que el semblante algo cansado y envejecido del maestro milanés en la foto de presentación lleve a pensar que «…con los cientos de conciertos tocados y decenas de grabaciones realizadas…», pero nada más lejos de la realidad. El genial pianista se reinventa una vez más y se muestra al público con un repertorio que rezuma madurez, expresa libertad, destila lirismo y, sobre todo, transmite serenidad.
Este disco debe escucharse con los cinco sentidos, sin crispaciones ni depresiones y sí con las dosis necesarias de atención, respeto y emoción para atravesar los paisajes sonoros que Pollini plantea. Desde el romántico Nocturno núm. 1 hasta la Sonata en Si bemol menor, el intérprete externaliza su gen más pasional para mostrarnos un nuevo Chopin, uno más a añadir a su registro musical: más cantado y menos encorsetado, con unos contrastes y unas dinámicas muy perfiladas, a pesar de afrontar algún que otro Rubicón técnico como en el Scherzo de la Sonata —¡la edad no perdona!—, superado cum laude, con la naturalidad de quien se sienta al piano con una insultante veteranía y una afanosa búsqueda del pathos y la belleza en cada pentagrama, compás… nota. Así se plasma en la ensoñadora Berceuse, uno de los momentos cristalinos del álbum, junto a la Sonata en Si bemol, tocada con una fuerza y una clarividencia cercanas a grabaciones de las sonatas como la de 1985, en mi opinión de lo mejor de su exitosa discografía. Resulta destacable en los dos nocturnos que logre escapar del ritmo cadencioso que imprimen muchos pianistas a sus interpretaciones y muestre el lado más poético y colorista de un Chopin en todo su esplendor romántico: el Nocturno núm. 2, que Pollini considera como «uno de los más extraordinarios», destila una sutileza volátil imposible de explicar en palabras. ¿Y qué decir de las mazurcas? Intensas, enraizadas en el amor a las tradiciones populares y tan complejas que, en una ocasión, el maestro Anton Rubinstein confesó al mismísimo Rajmáninov que si lograba interpretarlas bien, nada tendría que temer a partir de entonces. Maestro: quizá ha llegado el momento de decir aquello de… «¡los viejos rockeros nunca mueren!».
Por: Alessandro Pierozzi
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