Hay científicos artistas, también el arte contiene su ciencia. Existen la intuición y la ciencia infusa, el cálculo, la planificación, el abandono, la ausencia, lo inefable, tantos prismas, tantos parámetros, tantos factores que, a la hora de definir o de sentir la calidad… ¿Cómo lo haríamos con justicia sin una consensuada teoría de la interpretación? Es un área de investigación que, con el consenso de la comunidad artística y académica, daría para discutir o para entendernos, quizá para aprender más y mejor, pero esto pasa por que el músico fuera capaz de generar y compartir trascendiendo su individualidad. Mientras tanto, podemos entretenernos con opiniones en el marco del respeto desde lo que, según nuestro conocimiento, más se pueda acercar a lo cierto.
En la interpretación pianística, protagonista de este extraordinario disco, como en general la musical, existen parámetros concretos que nos pueden hablar de niveles de calidad, y en ello me trato de centrar al escuchar atentamente este disco: fraseo, tipos de ataque, planos sonoros, pedalización, etc. Pero, admirado por lo que escucho, recuerdo una de las expresiones favoritas de Alicia de Larrocha cuando algo le gustaba: ‘¡qué bonito!’. Sin más historias, sin más disquisiciones. Pues sí, ¡qué bonito lo que hace Beatrice Rana! Es una alquimista de la música, admirable artista que imagino daría igual el instrumento que tocase… El piano lo domina con esa brillantez, frescura, agilidad, ternura, fantasía y misterio que solo un alma humana del más alto nivel puede ofrecer.
Al margen de detalles estéticos o de otra índole que alguien pueda plantearse de otra manera, al margen de la mejorable calidad de grabación, afinación del instrumento (los he oído mejores, producidos en España) u otros detalles que influyen obviamente en la calidad discológica, la naturalidad y entrega del pensamiento musical de Rana es tan complaciente y apabullante que no podemos por menos situar este disco en el nivel del oro reluciente y recomendar su escucha, que podría consolar ante la ausencia de su, imaginamos, estremecedor directo.
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