El Concierto para violín, piano y cuarteto de cuerdas en Re mayor opus 21 de Ernest Chausson, único en su género, pertenece al selecto conjunto de obras ante las que resulta difícil no ser subyugado ya en la primera audición. No digamos si la interpretación que el destino depara al oyente, caso de ser en disco, es una extraordinaria como esta de IBS, con Simón Gollo y John Novacek como solistas, acompañados por un equilibrado cuarteto con Benjamin Sung en el primer atril.
Dedicado al virtuoso belga Eugène Ysaÿe el Concierto fue estrenado por este en Bruselas el 4 de marzo de 1892, contando con el joven pianista Auguste Pierret y miembros del Quatuor Ysaÿe. Su lenguaje cromático de estilizado melodismo es el propio de la música francesa que intenta reafirmarse al margen de la influencia wagneriana. Pero la denominación de concierto no es la que cabría imaginar en aquel declinante siglo XIX. Chausson pensaba en el concerto grosso barroco. Esto le permitirá desarrollar de manera libre pasajes musicales en diversos géneros: dueto entre los solistas, cuarteto de cuerdas como tal, quinteto con piano o sexteto, sin que la obra sea entendida, al menos de manera aparente, como un sexteto. La intención barroca se advierte asimismo en la adopción de danzas de ritmo ternario y compás compuesto como la Sicilienne, cuya deliciosa melodía arranca mecida por arpegios ascendentes del violonchelo y descendentes de la viola hasta que el piano retoma el tema unificando todas las voces en su extenso registro (el timbre cálido y luminoso de Gollo, relevado por los suaves arpegios de Novacek, hacen de este un momento único). Ritmo ternario, de giga esta vez, adopta el complejo Finale (trés animé), después de agotarse en suaves agudos, como un oscuro ensueño que expira hacia la luz, el enigmático Grave precedente.
Cierra este disco memorable, tal como en la vida el catálogo (por necesidad breve) del compositor, la Chanson perpétuelleen su versión para quinteto con piano y voz, obra de un lirismo desbocado, colosal en la interpretación de la soprano Mariola Cantarero.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
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