Llover a gusto de todos no es posible ante un torrente de música o arte sublime tan profuso y esencial como es el corpus que suponen las últimas tres de las treinta y dos sonatas de Beethoven (opus 109, 110 y 111). De entrada, valga confesar el privilegio que siento al tener este doble disco en las manos (un CD y un DVD), editado por Erato con la versión de Alexandre Tharaud.
Grabado entre los días 27 y 30 de enero y 4 y 5 de marzo de 2018, con un piano Steinway modelo D, debemos sentarnos a escuchar y a mirar las imágenes sincronizadas de la película de Mariano Nante, ambientada en los Châteaux de Crèvecouer-en-Brie y de Bois su Rocher, donde piano y pianista son núcleo en un marco decrépito, desconchado, cutre… imágenes no aptas para entomofóbicos (mejor cerrar los ojos ante una toma de moscas y más moscas muertas). La sincronización entre imágenes y sonido no es lo impecable que resulta la toma de este, con calidad envolvente hasta lo hipnótico si se escucha en detalle. Asincronías casi inapreciables, en que se observa la práctica de un legato que, de ser como se ve, sonaría mezclato, pues pulsa la siguiente tecla sin llegar a soltar la anterior más allá del doble escape.
En la extensión de este comentario no caben cientos de detalles que inundan las sensaciones producidas por el visionado y la escucha de esta referencia. Aunque prefiero la opus 110, y no quiero dejar de recomendar a los lectores de Melómano (inclusive Monsieur Tharaud) la excelente versión que repuesta en la serie del programa «Pianistas españoles» a cargo de Eduardo del Pueyo (que García del Busto realizó para Radio Clásica en su cincuentenario), enfocamos ahora lo que considero culmen de este coloso musical, por ubicación y por esencia: la modestamente titulada Arietta de la Sonata núm. 32. Si en cualquiera de las tres sonatas puede apreciarse el buen gusto y honestidad del intérprete que nos ocupa, Tharaud hace gala de un control de excelencia artística en momentos como el súbito contraste dinámico de los compases 57 y 58, ofreciendo una solución eficaz de naturaleza indiscutible a un problema interpretativo como supone dar a entender un piano tan repentino como el que sigue al forte de inicio de compás, en discurso de textura absolutamente rítmica y sincopada. En una primera escucha, parece que pudiese haber un error de montaje porque el pulso queda como desajustado, pero en una escucha de nivel más atento se aprecia el detalle de cómo controla el intérprete la relatividad de los conceptos tempo y pulso, en atractiva proporción, para que las dinámicas opuestas no se anulen.
La calidad del sonido en Tharaud es siempre esmerada hasta extremos sublimes, con aportaciones personales en su visión estética, dominio de los pedales, planos tímbricos, dinámicos…, y nos agrada contemplarle con partitura en atril, siguiendo el buen consejo que nos daba Richter a los jóvenes en su gira española de febrero 1990, criticando «la ‘individualidad’ del intérprete, con la que tiraniza al público e infecta a la música, y que no es más que falta de humildad y ausencia de respeto hacia la música». Individualidad que promovió el Liszt de «yo soy la música», y que el maestro soviético rubricaba con estas sabias palabras: «no es tan fácil ser totalmente libre cuando se tiene la partitura delante; hace falta mucho tiempo, mucho trabajo de práctica; de aquí la ventaja de acostumbrarse a ello lo antes posible. He aquí un consejo que yo daría a todos los jóvenes pianistas: adoptad este método sano y natural, que os permitirá no reduciros toda la vida con los mismos programas, y daros a vosotros mismos una vida musical más rica y variada».
Alexandre Tharaud se muestra en esta producción con salud y naturalidad impecables. Enhorabuena por este magnífico trabajo. Compren el álbum y disfrútenlo.
Por: Antonio Soria
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