Beethoven
Lana Trotovsek, violín
Maria Canyigueral, piano
zkp 11762, 117633, 117640 y 117657
Melómano de Oro
En los cuatro discos que nos ocupan con las sonatas acabadas para este dúo (violín y piano, si bien el genio de Bonn antepone frecuentemente su instrumento, el piano, al violín en los títulos), nos llega con regocijo no solo la pulcritud impecable de las notas, todas en su sitio, sino las buenas maneras, con pasión, belleza y capacidad de seducción, fluyendo con feliz eficacia de ambas intérpretes para regalarnos un deleite difícilmente superable. La habilidad de coronar una simple escala (más o menos brillante) a través de la justa distensión agógica para enlazar, elegantemente, con el siguiente diseño, siempre orgánico, vivo, natural y refinado, se mezcla con el ingenio, al más alto nivel, de saber actuar como un solo instrumento, en un admirable ejemplo de holística performativa donde la unión de ambas artistas da como fruto un producto superior a su suma, realmente rico en matices e ideas originales y convincentes. Un auténtico disfrute para los sentidos, con afinación impecable, suma delicadeza y rotunda potencia, coherencia y proporcionalidad en la ornamentación y en la jerarquización de los planos dinámicos.
Mientras otros artistas, como Argerich y Kremer, nos brindan la misma integral en tres volúmenes, el dúo Canyigueral y Trotovsek lo hace en uno más, sin suponer desventaja alguna para el receptor. En cada uno de los discos, que contienen libreto en inglés y esloveno, figura una palabra clave en portada: ‘Youth‘ para las sonatas opus 12 números 1, 2 y 3; ‘Kreutzer‘ para el volumen que contiene la homónima, opus 47, precedida por la opus 23; el siguiente disco se titula ‘Spring‘, en honor a la número cinco, opus 24, ‘Pomladna‘ (primavera en esloveno) —ojo, que en la traducción inglesa de la sonata se puede leer en cursiva en la contraportada la típica errata ‘copia-pega’, figurando la opus 12 núm. 1—; el cuarto volumen, con la opus 30 núm. 2 y la opus 96, se llama ‘Inmortal’, término que bien profetiza el poder de la sombra del espíritu beethoveniano, que seguirá proyectándose más allá de nuestro final, pues ocurre con Beethoven lo que el genial cineasta español Julio Medem (véase su último título El árbol de la sangre [2018]) advierte en su recomendable novela Aspasia —en voz de su protagonista— sobre la creencia de Sócrates, convencido de que su alma ya existía antes haber nacido y que seguiría existiendo tras la muerte de su cuerpo ‘porque no tiene sentido que el alma no viva tras la muerte, por la misma razón que no salió de la nada cuando nació su cuerpo’. El alma de Beethoven no nació ni murió, sino que vive entre nosotros mientras escuchamos su música, con deleite, tan bien interpretada en estos cuatro discos.
Nos sumamos con agrado y sin paliativos a los merecidos aplausos del público incluidos al finalizar algunas de las sonatas en la grabación, también hecha con impecable calidad, apreciable con auriculares o un buen equipo reproductor.
Por Antonio Soria
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