Título: Bears
Director: Alastair Fothergill y Keith Scholey
Música: George Fenton
Si hay en el diccionario de la Real Academia Española una palabra para definir la música inglesa de los últimos cuatro siglos —sea cual sea el estilo—, esa es, sin lugar a dudas, elegancia. Al juego del buen gusto siempre ganan los ingleses, una y otra vez, sea cual sea la mano. Desde el primer Barroco hasta nuestros días —músicos como Samuel Arnold, ThomasLinley, RobinMilfordo TolgaKashif—, la mayor parte de los músicos ingleses se han caracterizado por la distinción con la que estos gentlemen de las octavas cuidan sus sofisticadas y distinguidas melodías. Quizá sea en la música cinematográfica donde esta palabra cobra un sentido distinto diferenciando la música de frac y chistera a la de traje y corbata. Músicos como JohnBarry, Adrian Johnston, DebbieWiseman, GeorgeFenton o DavidArnold, el último romántico inglés, definen esa particular forma de narrar las historias que hace que sus partituras tengan un halo señorial —en un sentido ceremonial, cuasi teatral, heredado de la magia de Shakespeare— que ha acompañado con identidad a la cultura inglesa desde los albores de la civilización. Pues bien, entre este selecto y cada vez más reducido grupo de músicos cinematográficos se encuentra el londinense George Fenton, autor tan discreto que sin hacer demasiado ruido mediático ha entrado a hurtadillas en el interior de la urbe musical internacional. Conquistó Hollywood entre bolsitas de té y un penique de la suerte. Por tanto, es fácil entender por qué este inglés de alta cuna y prolijo linaje ha acabado enrolado en la distinguida tripulación de Bears, el último gran documental americano dirigido por Alastair Fothergill y Keith Scholey. En su estructura está concebida como una película al uso, como la mayoría de los documentales que produce la Disney.
La carrera musical de Fenton está repleta de buenas partituras que, sin rozar la excelencia que otros músicos de su generación poseen, marcan el ideario compositivo de una experiencia narrativa que define el cine ingles de las últimas décadas. Aunque el músico ha trabajado con desigual resultado al otro lado del Atlántico en numerosas ocasiones —es el compositor más internacional de la metrópoli inglesa—, son sus obras inglesas las que suscitan un mayor interés por parte del aficionado. Directores de la talla de Neil Jordan, Stephen Frears, Richard Attenborough o Ken Loach han sido garantes de esa particular forma de hacer las cosas que tiene esta rara avis de la música cinematográfica internacional.
Producido por la megafactoría Disney, Bears muestra la vida salvaje de los grandes osos de Alaska. Filmado con una exquisita belleza, el documental narra con altas dosis de realismo la cruenta lucha por la supervivencia de estos cuadrúpedos peludos. Con una producción impecable y una puesta en escena impactante, al director solo le restaba contratar a un músico que fuera capaz de narrar con elegancia tan majestuoso espectáculo. La elegancia tiene un nombre —debió pensar el director— y ese no es otro que el de GeorgeFenton, músico curtido en estas lides —Fenton es el autor de los documentales The Trials of Life, The Blue Planet o Planet Earth— que ha sabido ofrecer un cóctel musical muy variado. Ahora bien, si hay una palabra para definir la música de Bears, esa es, sin lugar a dudas, el color. Estamos ante una cromática partitura que dibuja las diferentes etapas por las que atraviesan estos simpáticos oseznos. El comienzo es esperanzador, el Main Title (The Dean) inicia su andadura con una delicada y sentida melodía a la guitarra, marca de la casa, que evoluciona hacia el gran leitmotiv sinfónico de la obra, una espectacular melodía que describe la gran aventura de los protagonistas. Fenton utiliza las flautas, remedo étnico de una tierra de ancestrales leyendas, para situar la historia en el incomparable escenario de la impenetrable y mística Alaska. Otra de las grandes peculiaridades de la obra son los ritmos joviales (Running) que acompañan las escaramuzas de los oseznos mostrando un mosaico de divertidas melodías que tienen cierto aire sureño. La obra se completa con música incidental de calidad y algunas melodías desenfadadas (The Salmon Appear) que resumen la tónica general de una elegante y agradable partitura.
Esperemos que Fenton siga por este sendero que conduce a la excelencia escribiendo partituras tan interesantes como esta. El talento ya lo tiene.
Por Antonio Pardo Larrosa
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