Artur Rodzinski
New York Philharmonic
The Complete Columbia Album Collection
Sony Classical 19439787752
Nunca del todo olvidado, pese a reconocérsele un puesto de segunda fila. Apreciado por el público, pero no siempre por la crítica. Temido y odiado entre los músicos por arbitrario y dictatorial. Incómodo para las gerencias: casi no hubo empleo que abandonara sin portazo tras el correspondiente altercado. Al polaco Artur Rodzinski (1892-1958), considerado uno de los mejores directores de su tiempo, se le reconoce el mérito de haber reflotado y llevado al máximo nivel a orquestas sumidas en la decadencia (Los Ángeles, Cleveland, Nueva York, Chicago… quién lo diría) y el demérito de no haber explotado para sí mismo aquellos logros. De la maquinaria bien rodada de Los Ángeles se aprovecharía Klemperer; de Cleveland, Szell; de Nueva York, Mitrópoulos; de Chicago, Kubelik. Para lucimiento de Stokowski puso a punto, entre 1925 y 1929, la Orquesta de Filadelfia; para ‘il Maestro’, en 1937, enroló a los músicos en la recién creada Sinfónica de la NBC.
Rodzinski se había formado en la Academia de Música de Viena al tiempo que se doctoraba en Derecho para complacer a su padre, general en el Ejército Austrohúngaro. Acabada la guerra en la que resultó herido en el Frente Oriental, antes de trasladarse a dirigir la ópera de Lwów y después la de Varsovia, amenizó las veladas de un cabaret en su Split natal tocando el piano. Ya a comienzos de los años 30 se había labrado una reputación de director exigente e implacable. La anécdota del revólver que llevaba encima para protegerse de los músicos que insultaba y maldecía en polaco durante los ensayos es de este período. En Our two Lives. The story of an extraordinary marriage and a brilliant career in music, Halina Rodzinski, segunda esposa del director, habla del revólver; incluso aporta un detalle: estaba siempre cargado. Pero es descabellado pensar que Rodzinski quisiera servirse del arma a la manera de un gánster de la época. La explicación que se desprende del relato de Halina es más sencilla: superstición. Por una razón que ella nunca alcanzó a entender, Artur, muy nervioso antes de debutar en la ópera de Lwów, se llevó aquel viejo y oxidado revólver en el bolsillo trasero del pantalón. El éxito fue tal que ya nunca quiso separarse del singular amuleto.
En 1936, al cesar Toscanini como director de la Filarmónica de Nueva York, Rodzinski estaba llamado a ocupar el puesto, una vez descartado Furtwängler. Y así habría sido si el gerente Arthur Judson no lo hubiese impedido. Judson no quería otro director de carácter fuerte como Toscanini; deseaba controlar la orquesta sin injerencias por parte del director musical. Rodzinski fue postergado en favor del maleable Barbirolli. Dadas la juventud e inexperiencia de este, la crítica organizó un gran escándalo. Pero Judson hizo oídos sordos y Barbirolli cumplió sus cinco años de contrato devolviendo la orquesta al nivel de mediocridad que se encontrara Toscanini en 1923. Por eso, cuando finalmente fue contratado Rodzinski en 1943, hubo un alivio generalizado. Despidió a 14 músicos, entre ellos al concertino, nada más llegar; y para demostrar a su predecesor inglés cómo debía interpretarse Elgar, programó Falstaff en el primer concierto. En su faceta de crítico musical, Virgil Thomson bromeó sobre el hecho de que en la Filarmónica volvían a tocar todos juntos de nuevo. Y en otra ocasión: ‘Ahora tenemos una orquesta que es un placer escuchar, y todo se lo debemos a Artur Rodzinski’.
La presente compilación (16 CDs) recoge, restauradas y remasterizadas, las grabaciones completas de Rodzinski con la Filarmónica de Nueva York para Columbia (1944-1946). Se incluyen obras del repertorio ruso, francés y, en menor medida, norteamericano y alemán. Encontramos aquí dos magníficos registros dedicados a Wagner, con una espectacular Helen Traubel cantando Brünnhilde, Isolde y Elsa. Las Sinfonías Primera y Segunda de Brahms son notables ejemplos del tipo de interpretación meticulosa que disgustaba a la crítica norteamericana, entusiasta de las vehemencias de Toscanini y Stokoswki. Compárese esta Segunda, de 1945, con la grabada por Barbirolli en mayo de 1940, y adviértase el cambio efectuado en la orquesta, desde la torpeza barbirolliana (el desajuste inicial es dramático) al sereno equilibrio lírico del polaco. Considerada por Olin Downes (The New York Times) como ‘demasiado convencional, demasiado objetiva, demasiado civilizada’, la Sexta de Chaikovski es, desde nuestra perspectiva, una lección de transparencia y emoción contenida. La compleja Cuarta de Sibelius es diáfana en manos de Rodzinski. Interesantísimas son asimismo las Quintas de Shostakóvich y Prokofiev, rarezas en el repertorio norteamericano de la época.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
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