No. Hay que cambiar esto y hay que hacerlo haciéndolo, callada y laboriosamente, como nuestro protagonista supo hacer en el campo del pianismo español. Arrancamos con la frase de un barón instalado en la cúspide del prestigio musical mundial, ex aequo junto a nuestro pianista, con la puntuación de 10 sobre 10, en el ‘diploma del curso de perfeccionamiento’ de la Academia Santa Cecilia de Roma, allá por 1956… Se trata de Daniel Baremboin exclamando, ante la Iberia de Esteban Sánchez: ‘Pero… ¿qué hace España con un talento musical semejante casi oculto?’. ¿Qué hace España, lectores de Melómano?… No ocultarse, sino comprar este triple álbum. Editado por Brilliant Classics, con 41 tracks, como perlas, grabadas en el barcelonés Casino de L’Aliança del Poblenou, entre 1968 y 1974 (tiempo maduro del pianista que contaba entre 34 y 40 años). Un triple disco en ADD.
Esteban Sánchez cautiva con obras como la Sonata en La menor opus 42 D.845 de Schubert, que supo hacer ‘hermosamente larga’ gracias a una plena técnica pianística como la suya —en palabras de Federico Sopeña según crítica del 1 de mayo del 63— combinando ‘el poder, la gran voz, con una sutilísima variedad expresiva’. En sus manos todo era fácil, como leer un concierto de Mozart un viernes por la tarde para tocarlo de memoria el domingo (nos cuenta su amiga de juventud Julia Guigó).
Bajo la guía de Julia Parody, discípula de Cortot (ambos consideraron a Esteban como un prodigio), nuestro pianista combinó su talento con una formación de primer nivel forjándose ‘un genio del piano cuya carrera no voló tan alto como debería haberlo hecho’ —con estas palabras comienza el programa que le dedicó José Luis García del Busto en el 50 aniversario de Radio Clásica, el 29 de octubre de 2015, dentro del ciclo ‘Pianistas Españoles’, cuyo disponible podcast recomiendo vivamente escuchar—.
En el camino de retorno al consejo que Albéniz dio a los jóvenes Turina y Falla en el París de principios del siglo XX, ‘haced música española con vistas a Europa’, Esteban Sánchez sabe viajar de la excelencia europea, con preciosas versiones del repertorio universal, al corazón de la música española, regalando sus versiones para servirlas al universo sonoro. Mostró un ferviente amor por Joaquín Turina, a quien consideró en su 100 aniversario (1982) injustamente tratado, volcándose en la grabación de su obra en RNE. Tuve lo ocasión de estudiarlo en profundidad cuando grabé su integral pianística (1999) y, coincidiendo con él en un jurado, le pregunté sobre el principio de la leyenda becqueriana El Cristo de la Calavera opus 30, pues había una figuración que en su versión sonaba distinto a lo que estaba escrito. Su respuesta fue sencilla y simpática: ‘No sabría decirte por qué lo hice así. Porque me gusta’. Un juicio sencillo no impide que lo discutible sea magistral, pues una parte tan importante del talento como lo inefable puede marcar la diferencia entre ser o no un artista. Sánchez lo es, lo demuestra con ahínco e imaginación en cada recodo del discurso, con naturaleza de impecable a la gran mayoría de sus recursos (digitación, pedalización, planos, agógica y dinámica del fraseo…) desde las filigranas del Corpus Christi en Sevilla hasta el duende de los requiebros y la enigmática sencillez melódica de Rumores de La Caleta, pues no solo Iberia nos regala en este triple disco, sino la mucho más infrecuente Sonata núm. 5 de Isaac Albéniz, las deliciosas Seis hojas de álbum tituladas España, la Suite española, La Vega, Torre Bermeja, el Tango en La menor,la Pavana-Capricho y los Recuerdos de Viaje.
Por Antonio Soria
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