Por Eva López Crevillén
Alicia Alonso es un referente para todos aquellos que nos dedicamos a la danza. Bailarina, coreógrafa, directora, docente, desde todas estas facetas ha cosechado éxitos. Su amor por la danza, su tenacidad, su espíritu de sacrificio, su lucha ante la adversidad, pero, sobre todo, su arte, la llevaron a cumplir sus sueños, que se transformaron en grandes logros.
Falleció el pasado 17 de octubre, a los 98 años de edad. Su recuerdo seguirá vivo gracias a su legado y a que ella ha sido una fuente de inspiración para bailarines, alumnos y público. Sirvan estas páginas como sentido homenaje a tan importante figura de la danza.
La vida artística y la obra de Alicia Alonso son sobradamente conocidas y están abundantemente documentadas. Mucho se ha escrito sobre ella, tanto en el ámbito académico como en el divulgativo; numerosas han sido las entrevistas que se le han realizado, en prensa general y en especializada sobre danza. Asimismo, ha sido objeto de amplios reportajes en todo tipo de medios. Ella misma autorizó la publicación de un libro que recoge sus pensamientos y sus criterios artísticos.
Resulta imposible resumir su ingente labor y la documentación histórica de su figura. Por esta razón, la esencia de este artículo radica en los recuerdos que de ella tengo, gracias a las experiencias profesionales que compartimos. En primer lugar, como alumna de su Cátedra en la Universidad Complutense. En segundo, me invitó en varias ocasiones a bailar al Festival Internacional de Ballet de La Habana y, finalmente, fui docente en su Cátedra de las distintas universidades madrileñas.
Mi primer recuerdo sobre Alicia Alonso data de abril de 1988. Fue entonces cuando fui seleccionada, en el seno de la Compañía Nacional de Danza (entonces Ballet del Teatro Lírico Nacional), de cuyo elenco yo formaba parte, para tomar la clase magistral que impartió la célebre bailarina cubana en el Teatro Albéniz de Madrid. Yo era muy joven y nunca había recibido clases magistrales. Todo en esa clase fue, para mí, especial y fuera de lo común: comenzando por el lugar donde se desarrolló, el escenario del teatro, con público observando (normalmente la clase se hace en el estudio de danza, a puerta cerrada y sin nadie mirando) y siguiendo por los otros alumnos que la recibían (entre ellos, promesas del Ballet Nacional de Cuba y compañeros del ballet, algunos de los cuales ya ostentaban la categoría de primer bailarín y primera bailarina).
Cuando la clase comenzó, desaparecieron mis nervios e inseguridades gracias la afabilidad con que Alicia impartió la lección. En ningún momento ejerció de prima ballerina sino que se comportó como una maestra volcada en sus alumnos. Nos hizo olvidar ante quién realmente estábamos y, en efecto, en todo momento hizo gala de un gran sentido didáctico.
Recuerdo que la barra (instrumento básico para realizar los ejercicios de la clase de ballet) era un cuadrilátero, lo que permitía que algunos bailarines se situaran en el exterior y otros en el interior del mismo. Yo me ubiqué dentro (quizá con la intención de exponerme menos y pasar más desapercibida). En un momento dado, Alicia me corrigió verbalmente. Pero, a continuación, se desplazó desde su posición inicial al frente de la clase acercándose al interior del cuadrilátero, y me colocó los brazos, que no estaban en una quinta posición del todo correcta, para que conformaran un círculo perfecto.
Cuando recibí la corrección verbal ya me alarmé, porque la atención de todos se centró en mí, pero me preocupé más cuando vi que Alicia se disponía a pasar por debajo de la barra para llegar hasta mí (sabía de sus problemas de visión). Una vez finalizada la clase me pregunté: ¿cómo, si ve con dificultad, ha podido captar la imprecisión de la colocación de mis brazos y cómo se ha atrevido a correr el riesgo de pasar al interior del cuadrilátero para corregirme? Años después, cuando tuve ocasión de tratar a Alicia Alonso con más cercanía, pude responderme la pregunta: Alicia Alonso fue perdiendo la vista paulatinamente; gracias a su extensa experiencia era capaz de percibir, aunque no viera nítidamente, porque había desarrollado un sentido interno y una intuición enormes que sustituían el sentido de vista. Además, deduje que había asumido el riesgo de pasar por debajo de la barra porque el transmitir a las nuevas generaciones lo que era lo correcto era un deber para ella y porque, lo que es más importante, no había nada a lo que no se enfrentara porque no tenía ningún miedo a desafiar cualquier límite. Sí, pasar por debajo de esa barra entrañaba un riesgo, pero enseñar a una joven a colocar adecuadamente los brazos era razón suficiente para asumirlo, pensé años después, tras conocerla personalmente.
Su tenacidad
Su perseverancia y su fortaleza de espíritu son los aspectos que me han calado más hondo. No conozco a nadie que haya afrontado tantas dificultades y que haya llegado tan lejos. Perder la visión para una bailarina es, como cualquiera puede imaginarse, demoledor. Sin embargo, ella, lejos de rendirse, desarrolló otras capacidades y, me atrevería a decir, que nuevos métodos de entrenamiento que, curiosamente están en la línea más actual de los que utilizan los deportistas de élite: la visualización de los movimientos y el entrenamiento mental. Es ya leyenda la historia de cómo Alicia, estando postrada en la cama tras su intervención quirúrgica de la vista, repasaba los personajes del ballet Giselle y «ensayaba» mentalmente los movimientos e interpretaciones que correspondían a cada uno de ellos. Parece ser que esto podría haber sido uno de los factores importantes que permitieron que, con escaso tiempo de preparación, pudiera interpretar el rol de Giselle, en sustitución de Alicia Markova por enfermedad de esta, obteniendo un gran reconocimiento de crítica y público.
También es legendaria su búsqueda de perfección en lo técnico y en lo artístico. No conocía límites. De ahí que, en su primera etapa como bailarina profesional en Estados Unidos, continuara con su formación, recibiendo más de una clase diaria y con todos aquellos maestros que podían aportarle conocimiento. Asimismo, es famosa la anécdota de cómo afrontó los desafíos de George Balanchine durante el montaje del ballet Tema y Variaciones, creado para ella y para Igor Youskevitch por el importante coreógrafo ruso del siglo XX, quien le pedía que realizara más dificultades técnicas y enfrentara complejos patrones musicales. Admitió el reto; no solo nunca se negó a lo que le solicitaba Balanchine, sino que logró todo lo que él le pedía, por difícil que fuera.
Recuerdo también lo disciplinada y rigurosa que era. Cuando yo ya impartía clases en su Cátedra de Madrid, veía cómo iba al estudio a hacer su clase de ballet, recién llegada de Cuba (¡con los estragos que causa en el cuerpo un viaje de larga duración!) y pese a su muy avanzada edad, lo que era una prueba de que su fama de infatigable y voluntariosa no era infundada. Todo eso me provocaba una profunda admiración, hasta el punto de decirme a mí misma: «nunca te digas que no se puede, porque ahí tienes a Alicia Alonso, que ha podido y puede con todo».
Tampoco permitió que pusieran límites a lo que fue su gran empresa: crear una compañía profesional de ballet clásico en Cuba, que fuera reconocida internacionalmente y que llevara el arte de la danza a todos y cada uno de los habitantes de la isla, independientemente del estrato social al que pertenecieran. Efectivamente, lo consiguió; en Cuba, el ballet es un arte admirado por el pueblo y, en el mundo, la Escuela cubana de ballet forma parte de la historia de la danza.
Sus interpretaciones y sus coreografías de los grandes ballets clásicos
Durante mi carrera como bailarina se despertó en mí el interés por la docencia. En la Cátedra Alicia Alonso, que entonces estaba vinculada a la Universidad Complutense de Madrid, se impartían los cursos de formación para profesores de danza. Me matriculé en ellos, compatibilizando dichos estudios con mi profesión.
En esa etapa estudié la trayectoria profesional de Alicia Alonso, conocí la gran tarea que acometió en Cuba y estudié metodología de la Escuela cubana de ballet y el repertorio coreográfico del Ballet Nacional de Cuba (profundizando en su práctica y en sus fundamentos teóricos), entre otras materias. Gracias a ello descubrí lo emblemáticas que eran las interpretaciones de Alicia Alonso en roles como el de Odile en El lago de los cisnes y en ballets como La fille mal gardée, Grand Pas de Quatre, Giselle, Carmen, Tema y Variaciones y un largo etcétera. También que trabajó con los importantes coreógrafos del siglo XX: Mijail Fokin, George Balanchine, Anthony Tudor, Leonide Massine, Bronislava Nijinska, Agnes de Mille, Jerome Robbins, entre otros.
Como bailarina se caracterizó por una técnica muy avanzada y depurada para la época en la que ella estuvo en su máximo esplendor, pero también quiero destacar su extremo cuidado por preservar los estilos y diferenciar las interpretaciones, lo que fue su lema, que ha transmitido a tantas generaciones de bailarines y de docentes. Ella cuidaba cada detalle para que la interpretación fuera coherente con la época a la que representaba, lo que no quiere decir que no utilizara los recursos técnicos de los que disponía en el momento de bailar esa obra, pero siempre los supeditaba a la esencia estilística del ballet que representara. Esto mismo lo aplicó a la coreografía. Versionó varios ballets del repertorio clásico tradicional del que fue una gran valedora. Tras minuciosos estudios, produjo obras que perdurarán, como su versión del ballet Giselle. Con ellas y con la escuela que fundó junto con Fernando Alonso —la más reciente de las existentes en el panorama de la danza clásica— logró dotar de identidad al Ballet Nacional de Cuba.
Su legado
Cuando he estado en Cuba bailando, he tenido una percepción real de la dimensión y transcendencia de su obra.
Alicia y sus colaboradores han inculcado el amor por la danza a los cubanos. El pueblo cubano conoce su legado conformado por: sus interpretaciones históricas, que son paradigmas estilísticos; sus versiones coreográficas sobre los grandes ballets del repertorio clásico (es increíble cómo el público cubano conoce cada uno de los detalles que hacen identificables las versiones de Alicia Alonso); la Escuela cubana de ballet que ha contribuido a enriquecer el mundo de la danza, proporcionando grandes artistas, formados en Cuba, que integran las filas del Ballet Nacional de Cuba, orgullo de este país, y de otras prestigiosas compañías a lo largo y ancho del planeta; el Festival Internacional de Ballet de La Habana, hito cultural en la propia Cuba y en el mundo artístico de la danza. Durante el Festival todos los teatros tienen programación y el público se desplaza de un teatro a otro para ver todas y cada una de las representaciones programadas. No solo se programa danza en la capital sino en distintas ciudades de la isla. Los teatros están llenos y el ambiente que se respira es único.
Defensora del arte de la danza
Consciente de que el arte de la danza no estaba suficientemente reconocido por la sociedad a nivel mundial, Alicia no escatimó esfuerzos en reivindicarlo y en ponerse al servicio de su defensa con todos los medios a su alcance. Sabía que era fundamental «hacer pedagogía» para llegar a todos los niveles y lugares y se dio cuenta de que no era suficiente con subir a los escenarios (de cualquier categoría) y bailar (ella misma o los otros miembros de su compañía), sino que se debía hablar y escribir sobre danza. Por eso no dudó nunca en impartir charlas y conferencias, en autorizar publicaciones con sus reflexiones, aunque su mejor medio de expresión fuera el lenguaje de la danza y su arte. Esto lo inculcó a sus discípulos, a los que alentaba para ser personas formadas y con una gran cultura. Apoyó e incentivó la creación de centros formativos y del Museo de la Danza. El Ballet Nacional de Cuba está integrado no solo por bailarines, coreógrafos y maestros de ballet, sino por distintos profesionales necesarios para que se produzca el hecho escénico, historiadores, etc.
Tuve la inmensa suerte de conocer a Alicia Alonso, de que me enseñara muchas cosas, de que creyera en mí y de que me ofreciera diversas oportunidades profesionales. Nunca dejaré de agradecérselo y no podré olvidarla.
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