Por Fabiana Sans Arcílagos & Lucía Martín-Maestro Verbo
El 14 de octubre de 1670 la corte de Luis XIV se ‘engalanó’ con el estreno de El burgués gentilhombre, una comedia-ballet en cinco actos del dramaturgo Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière. El Castillo de Chambord vería, por primera vez, la historia de Monsieur Jourdain, un hombre que, gracias al oficio de su padre, pudo ascender en la jerarquía social hasta alcanzar el estatus de burgués. Jourdain, un tanto peculiar —incluso ridículo— en sus formas y ajeno a los modales de los aristócratas, busca tener reconocimiento ofreciendo grandes banquetes a sus invitados y aprender, por qué no, del arte, que es indispensable para ser un buen noble. Esta historia fue musicada por uno de los compositores más importantes del Barroco: Jean-Baptiste Lully, quien acertadamente supo describir y representar el significado del amor.
Pero ni Lully ni Molière, ni mucho menos el propio Luis XIV, imaginarían que más de tres siglos después el ‘terceto de los españoles’ iba a ser ampliamente popularizado por una joven cantante navarra, convirtiéndose indiscutiblemente en su hit más demandado. Así, ‘Sé que muero de amor’ ha pasado a formar parte incuestionable de repertorio habitual de los muchísimos cantantes que intentan seguir los pasos de una de nuestras mayores exponentes del Barroco: hablamos de la inconfundible Raquel Andueza.
Huelga decir que Raquel es, sin duda, una de las cantantes más afamadas de nuestros tiempos. Podríamos hacer un recuento biográfico, pero todo lo que dijéramos sería insuficiente. Natural de Pamplona, ha difundido el arte de su canto en los principales recintos del mundo: Nueva York, Madrid, Praga, Hong Kong, Moscú, Viena, México, Bruselas, entre muchos otros, han sido testigos de la inigualable voz de esta soprano. Sus principales seguidores han aplaudido no solo su labor como intérprete, sino también como fundadora de su propio sello discográfico Anima e Corpo, pilar, además, de un equipo de intérpretes e investigadores dedicados a la recuperación del patrimonio musical europeo.
Andueza fundó La Galanía en 2010 junto al tiorbista Jesús Fernández Baena y pronto se convirtieron en uno de los grupos más destacados no solo en España sino a nivel internacional. Sus interpretaciones historicistas, profundamente documentadas pero a la vez de un altísimo valor artístico y estético, les han llevado a obtener numerosos reconocimientos pero también a, prácticamente, dar la vuelta al mundo con su música. Con siete exitosos discos a sus espaldas, este otoño estrenará su último, trabajo que lleva por título El baile perdido. Se trata de una colección de canciones ‘perdidas’ de los siglos XVI y XVII españoles que han podido ser recuperadas gracias a la inestimable labor del musicólogo Álvaro Torrente, con el que trabajan asiduamente.
Hasta aquí, podría decirse que el recorrido de Raquel Andueza es impecable, una vida artística de ensueño que cualquier músico que se precie desearía tener y más a su edad. Sin embargo, no todo ha sido un camino de rosas para nuestra cantante. A comienzos de 2018, Raquel Andueza abandonó temporalmente los escenarios. Lo que aparentemente parecía un problema provocado por un accidente automovilístico, se convirtió en un daño mucho mayor. En este momento, Raquel notaba que pese a las sesiones de rehabilitación que la habían dejado totalmente recuperada físicamente, no podía afrontar de la misma manera su repertorio, no podía ofrecer lo mejor de sí misma al público y comenzó a sentirse afectada psicológicamente por esta situación. Y es que, si algo caracteriza a esta cantante, es su honestidad, su sinceridad y su responsabilidad para con el público.
Llevada por esta situación que se hacía cada vez más insostenible, decidió cancelar sus compromisos profesionales para embarcarse en un proceso de ‘redescubrimiento’ vocal y personal. Gracias a una intensísima labor con las profesoras Marianna Brilla y Lisa Paglin en el New Voice Studio que estas gestionan en Osimo (Italia), podría decirse que Raquel Andueza se reencontró con la esencia de su voz: reaprendió a cantar pero también reaprendió a hablar. Raquel fue consciente de los desajustes técnicos que había estado practicando toda su vida y que habían terminado por, de alguna manera, apagar su voz. Y lo mejor de todo es que la propia cantante tuvo la valentía y el coraje de contarlo al mundo, una muestra más de humildad e integridad que apela, de nuevo, a la gran humanidad de esta cantante.
Tras este proceso de renacimiento, en su vuelta a los escenarios no faltaría cierta incertidumbre: su voz, ahora sana y totalmente en forma, había cambiado y de alguna manera era una incógnita cómo el público iba a reaccionar ante esto. Afortunadamente, la audiencia acogió a Raquel con los brazos abiertos, que pudo retomar su incansable actividad artística recibiendo, como siempre, las mejores críticas.
Sin embargo, a su intensa labor concertística se le uniría irremediablemente, y casi con toda seguridad, ya para siempre, su función como maestra de canto. Aunque desde hacía ya varios años Raquel dedicaba parte de su tiempo a la docencia, participando en diferentes cursos y seminarios, en los últimos tiempos este trabajo se ha acrecentado, lo que le ha llevado a fundar su propio estudio en Pamplona. Raquel ha cogido el testigo de sus profesoras para traer esta técnica a España, con el objetivo de ayudar a cantantes que han podido pasar por situaciones tan difíciles como la suya.
En definitiva, no es un secreto para nadie que Raquel Andueza es toda una artista en el significado más amplio de la palabra. Ojalá que su modestia, buen hacer y su carisma sean fuente de inspiración para las futuras generaciones de cantantes o incluso, por qué no, de las presentes.
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