Algo habremos hecho mal los que nos dedicamos a la innovación educativa para que el imaginario colectivo entienda como «profe innovador» únicamente a aquel que cita metodologías en inglés, modelos de Finlandia y alguna disciplina que comience por «neuro». Por lo tanto, concededme una última oportunidad para defender esa palabra.
Por Kike Labián, CEO de la compañía Kubbo
Empecemos por lo necesario: entiendo el escepticismo hacia la dichosa innovación. A los gurús esos de las TED Talk te los cogías tú y te los llevabas a tu aula para que le explicasen al niño que, aunque esté apuntado casi por obligación a la escuela de música, tiene que estudiar un ratito cada día de escalas con el trombón. A ver si innovaban tanto.
Y es que algo habremos hecho mal los que nos dedicamos a la innovación educativa para que el imaginario colectivo entienda como ‘profe innovador’ únicamente a aquel que cita metodologías en inglés, modelos de Finlandia y alguna disciplina que comience por ‘neuro’. Por lo tanto, concededme una última oportunidad para defender esa palabra, empezando por lo básico: ¿qué es innovación?
Durante la segunda mitad del siglo XX, la palabra comenzó a tomar protagonismo en el sector económico y tecnológico, con el objetivo de descifrar los procesos que siguen las diferentes economías para generar nuevos productos o servicios.
Cuando llegó el año 1992, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) impulsó el primer Manual de Oslo, una de las primeras publicaciones supranacionales para medir los avances en ciencia y tecnología.
Sin embargo, esta inquietud por entender y sistematizar los avances en el conocimiento humano empezó a filtrarse por disciplinas más allá de la economía y la tecnología, como en nuestro caso, la educación.
A la hora de buscar una definición que no solo aluda a innovaciones que produzcan valor económico, nos encontramos con una posibilidad mucho más integradora, de Fundación COTEC para la Innovación:
‘todo cambio (no solo tecnológico),
basado en conocimiento (no solo científico),
que genera valor (no solo económico)’
Aunque ni mucho menos hay consenso sobre la definición, esta opción vislumbra algunos indicadores genéricos que sí permiten diferenciar qué es y qué no es innovación: cambio, conocimiento y valor.
Valor: ¿para qué innovamos?
Para poder entender qué cambios implementar y qué conocimientos necesitaremos para ello, primero hemos de entender qué valor queremos generar. Cuál es nuestro objetivo y nuestra visión.
Según Simón Menéndez, pedagogo director de Jóvenes y Educación en Ashoka España: ‘mucha gente se pregunta: “¿qué debe aprender un niño o un joven para enfrentarse al siglo XXI?” La verdad es que es una pregunta es un tanto triste porque habla de aprender para adaptarse, para sobrevivir. Y quizás la pregunta debería ser más bien: “¿qué debe aprender un niño o un joven, no solo para adaptarse, sino para transformar el futuro y mejorar la sociedad?” Y esto no es algo nuevo, los grandes pedagogos llevan diciéndolo hace siglos. Desde el método socrático, Pestalozzi, Freinet, Freire, Montessori… No estamos hablando de una locura o algo novedoso’.
Educar para transformar y mejorar nuestro entorno es una visión compleja que, más allá de metodologías, iPads o aulas con paredes de cristal, aporta un calado filosófico y social fundamental para entender el verdadero sentido de la palabra ‘innovación’. Si queremos innovar, entonces empecemos por plantearnos qué valor queremos darle a nuestra enseñanza. Y a partir de ahí veremos qué cambiar y qué conocimientos necesitamos para ello.
Cambio: de la invención a la innovación, de la teoría a la práctica
Sin embargo, si esto lleva pensado desde hace siglos, ¿cómo va a ser innovación? Sin ir más lejos, metodologías aparentemente innovadoras como el Aprendizaje Basado en Proyectos o el Aprendizaje-Servicio llevan más de cien años existiendo.
Es aquí donde se vislumbra una de las grandes confusiones al hablar de innovación: inventar no es innovar. Inventar es generar nuevos productos o servicios (tangibles o intangibles), mientras que innovar es conseguir implementarlos en un sistema concreto generando valor.
Es decir, aunque el Aprendizaje Cooperativo lleve décadas inventado, conseguir implementarlo en una escuela de música conlleva muchas estrategias que incluyen a toda la comunidad educativa y que no siempre cuentan con todo a favor para triunfar.
De esto nos habla Miguel Ruiz, director y profesor de la Escuela de Música Municipal Ágata Villaverde: ‘hay voluntad de innovar, sobre todo en una nueva generación de profesores jóvenes que suplen las carencias en formación en educación con inquietudes por buscar nuevas maneras de hacer. Por ejemplo, yo aproveché mi formación en jazz para trabajar improvisación en mis clases grupales de instrumento. Es cierto que a veces se agradecería tener clases individuales para personalizar mejor las dinámicas, pero me gusta mucho que puedan trabajar en equipo, crear, escucharse, jugar juntas, etcétera’.
Miguel Ruiz nos habla de cómo se baja a la práctica la innovación, de todos los problemas que conlleva el realismo cotidiano: ‘para poder hacerlo como se debería, aún faltan muchos recursos. A mí me gustaría poder ponerles vídeos de música de YouTube o juegos interactivos online, pero ni siquiera tenemos internet en las aulas. También me gustaría que pudiesen tocar y descubrir instrumentos de otras culturas, pero más allá del instrumental Orff, apenas se puede invertir en recursos instrumentales’.
Esta visión más realista nos demuestra que no basta con replicar modelos importados de Finlandia. La difusión de las innovaciones siempre se ve definida por variables circunstanciales como la inversión en infraestructuras, el contexto socioeconómico del alumnado o la formación básica del profesorado.
Conocimiento: innovar mirando al pasado
Como hemos podido ver hasta ahora, innovar en educación implica la movilización de diferentes agentes que, pese a jugar con muchos factores en contra, consiguen hacer que el aprendizaje del niño o la niña sea de una mayor calidad, con base en unos principios y valores marcados por su entorno cultural y social.
Y esto ya es una realidad. Cientos de escuelas de educación general, públicas y privadas, de todo tipo de contextos, ya están transformándose para educar de manera integral gracias a metodologías como el Aprendizaje-Servicio o el Aprendizaje Basado en Proyectos.
No obstante, aunque en las escuelas de música y conservatorios aún vamos unos años por detrás y no logramos arrancar esta transformación sistémica, ya hay docentes muy involucrados en procesos de innovación educativa para transformar su práctica diaria.
Para aquellos que tienen voluntad de sumarse a este cambio, Mar García, miembro de la Asociación Pedagógica Francesco Tonucci (APFRATO) y profesora de Primaria, tiene algunas reflexiones: ‘muchas veces los profes tenemos ganas de innovar, pero no nos damos el tiempo suficiente para entender las innovaciones. A mí misma me ha ocurrido. Vas a un curso de formación, descubres una nueva corriente de innovación y al día siguiente intentas aplicarla en tu aula. Y, por lo general, eso no resulta bien’.
En contraposición, Mar García propone que ‘tienes que darte tiempo, entender de dónde viene esa metodología. Por ejemplo, no se pueden comprender las innovaciones que nos llegan de neuroeducación sin haber leído a Piaget y a Vigotsky. Hay que irse a los grandes pensadores, hacerse preguntas complejas, entender a tu alumnado y generar un vínculo con él y entonces, cuando de verdad estés seguro, innovar’.
En resumen, innovar es un proceso complejo, sistémico, que requiere de muchos agentes de toda la comunidad educativa. Además, es un proceso que no tiene por qué estar relacionado con la creación de nuevas ideas. De hecho, en ocasiones basta con actualizar ideas antiguas para poder llevarlas a cabo en el presente y en el lugar en que nos encontramos. Y, por último, es un proceso que no suele jugar con todo a favor: faltan recursos y formación al profesorado. Es difícil innovar sin tener los medios para ello.
Pero sobre todo, innovar es un proceso necesario para, más allá de gurús, transformaciones sistémicas o nuevas metodologías, lograr un objetivo muy concreto: que cualquier niño o niña, sea cual sea su procedencia, tenga una educación de calidad que le permita no solo desenvolverse en un entorno complejo, sino poder transformarlo.
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