Quiero que se sepa. Hay demasiadas cosas que pasan inadvertidas en el mundo de la música clásica. Demasiados esfuerzos que no obtienen el reconocimiento que merecen. Demasiados logros que, a pesar de consagrarse como éxitos permanentes en sus respectivos ámbitos, permanecen en una sombra que, aun siéndolo, resulta mucho más luminosa que algunas lumbreras tradicionales con menos motivos para emanar luz.
Por Alfonso Carraté
Quiero que se sepa que ADDA·Simfònica, siendo la orquesta sinfónica más joven de nuestro país, ha logrado en menos de un lustro lo que muchas grandes orquestas institucionales no han conseguido en décadas. Como no solo es joven por ser de reciente creación sino por la edad media de sus componentes y, por encima de todo, por el espíritu que la impulsa, los resultados que su director, creador y alma mater, Josep Vicent, obtiene concierto tras concierto y temporada tras temporada, también en lo que a la programación del ADDA (Auditorio de la Diputación de Alicante) se refiere, son tan asombrosos que cualquiera que los conozca en directo no dará crédito a sus ojos.
Quiero que se sepa que muchas personas muy atrevidas y supuestamente entendidas osan ponerlo en tela de juicio por el mero hecho de no haber visitado Alicante para comprobarlo por sí mismos. Sin dar nombres, para no dejar a nadie en ridículo, ante mi afirmación de que el milagro alicantino era incuestionable y que allí teníamos todos los españoles una orquesta comparable a las más grandes de Europa y mejor que muchas de ellas, una personalidad que ha ostentado altos cargos en la cultura española me respondió hace unas semanas: ‘cómo va a haber en Alicante una orquesta así’. Y lo más aberrante de todo es que ni sabía que existía, ni tenía interés por conocerla.
Quiero que se sepa que, si bien odio las listas y los anglófonamente llamados rankings, afirmo rotundamente no haber disfrutado tan a menudo, y con tanta intensidad, en toda mi vida con una misma orquesta como lo he hecho con ADDA·Simfònica cuando Josep Vicent se sube a su podio. Y, sin ir más lejos, puedo contar aquí que, desde el punto de vista estrictamente musical y orquestal, La bohème que vi en el ADDA hace unas semanas me hizo vibrar como nunca lo había hecho anteriormente con esta ópera, que he visto tantas veces y que tantas veces he olvidado que había visto. Pero esta no la olvidaré, no por la magnífica producción escénica de Sagi, que ya había tenido ocasión de ver en Oviedo, ni por los estupendos cantantes que la protagonizaron (reparto español de gran altura) sino por la emoción que transmitía en cada frase la orquesta, su sonoridad equilibrada y justa en cada momento (atención ¡sin foso!), sus pianísimos y sus fortes nunca ruidosos, siempre explosivos, empastados y plenos. En fin, un deleite para los oídos refinados y para los no tan acostumbrados. Y es que, aunque no se lo crean, el ADDA no solo llena todas sus funciones y conciertos, sino que lo hace con un público cuya edad media no está en torno a los 65 años, como es habitual en muchos lugares, sino muy por debajo, aunque no me atreveré a dar una cifra, al carecer de datos al respecto.
Yo quiero que esto se sepa porque creo que favorece a todos saberlo. A quienes lo hacen, a quienes podrían disfrutarlo y se lo están perdiendo y a quienes lo niegan sin ponerse a prueba. Y digo esto último porque también sucedió que un conocido crítico musical, cuando le dije que no escuchaba una Séptima de Beethoven tan novedosa, diferente e impactante como la de Josep Vicent con ADDA·Simfònica desde la grabación de la integral de Beethoven por Pletnev y la Orquesta Nacional Rusa, me dijo antes de escucharla: ‘no será para tanto’. Le animé a que la escuchara y creo que ahora no se pierde un solo concierto de esta magnífica orquesta, que, sí, está en Alicante y que, sí, es de lo mejor que tiene ahora el mundo musical.
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