El Grupo de música barroca La Folía fue creado en 1977, ¿cuáles fueron sus objetivos fundacionales?
Se trataba de crear una formación dedicada a tocar con profesionalidad y excelencia el repertorio de cámara barroco con instrumentos en su forma de época y criterios históricamente informados. En un principio fue un quinteto con flauta de pico, mi instrumento, dos violines barrocos y bajo continuo. No puede decirse que estuviésemos inventando nada: había una generación muy notable de maestros activos en Basilea, Viena, La Haya o Ámsterdam. En mis preferencias, grandes figuras como Brüggen, Leonhardt o Harnoncourt, que descubrimos a través de su discografía, pues aún no estaban presentes en la cartelera española. Aún así, constituyó una novedad la creación en nuestro país de un grupo estable dedicado, tras minucioso ensayo, a dar conciertos en esa línea. Por ese mero hecho, La Folía marcó un hito que se ve reforzado por el hecho de ser hoy día una de las formaciones más longevas del panorama internacional.
¿Qué músicos forman parte de manera estable de La Folía?
Fuimos sumando después otros instrumentos como segunda flauta, oboe, violín o fagot, y más tarde la voz solista (y a veces trío o cuarteto vocal), al tiempo que comenzamos a interesarnos por la música ibérica, terreno en el que hay que vencer no pocas dificultades para hacer acopio de materiales por las graves pérdidas que sufrió nuestro patrimonio. Ampliamos además la franja temporal hacia el Renacimiento y lo contemporáneo. Al hilo de esa evolución, contamos con el oboísta Argelaga o el laudista De Mulder desde hace más de treinta años, la flautista Belén González Castaño y el fagotista Fernando Sánchez hace más de veinte, la soprano Celia Alcedo es nuestra solista vocal desde 2003 y la mezzo Marta Infante actúa en otros proyectos, así como actualmente la violagambista Calia Álvarez, los violonchelistas Pedro Bonet González y Guillermo Martínez, el laudista Ramiro Morales y los clavecinistas Laura Puerto y Jorge López. Aportan al grupo lo mejor de sus capacidades, al igual que lo hicieron otros muchos que pasaron por él antes de impulsar sus propias formaciones. La plantilla nunca estuvo formada por artistas exclusivos, pero siempre se ha cuidado de dar a la formación una identidad claramente diferenciada; por encima de un lenguaje común a la profesión, hay que evitar la uniformidad, no solo en la construcción de proyectos, sino también en la forma de tocar.
¿Cuáles son los grandes temas que vertebran el repertorio de la agrupación?
Lo más característico de La Folía es el tratamiento interdisciplinar de nuestras propuestas de concierto, reflejado también en la discografía del grupo. La música es abstracta y, por ello, tiene sentido relacionarla con otras facetas de la realidad. Cuando la interpretación se nutre de otros conocimientos y están estructurados en torno a un orden de valores, aumenta el peso y solvencia para transmitir un arte tan jerárquico como este. Hemos tratado la música en relación con la pintura (Velázquez, El Bosco, El Greco, Vermeer, Rubens, Tiépolo o Salzillo), la literatura (Cervantes y su Quijote, Calderón, lo pastoril o Los viajes de Gulliver), una serie de hitos o personajes históricos (los Reyes Católicos, Carlos V, la Guerra de Sucesión Española o diferentes cortes de Austrias y Borbones), localizaciones geográficas y nexos entre ellas (los Descubrimientos, las dos orillas del Atlántico, la ruta española a Extremo Oriente, las relaciones de España con Portugal o Polonia, los virreinatos españoles de América…), o figuras de la propia música como Tomás Luis de Victoria, Purcell, Vivaldi, Bach o Haendel. A veces este trabajo adquiere un sesgo conceptual, como cuando hemos tratado del invento de telescopio y microscopio y las sociedades científicas o sobre música y medicina. Así hasta contabilizar unos 120 programas de temáticas específicas.
Todos sus programas de concierto tienen detrás una importante labor de investigación que los respalda, ¿cómo afrontan la elaboración de nuevos conciertos?
Unos temas llevan a otros y, una vez despierto el interés, hay tendencia a seguir cultivándolos. A veces llegan encargos que abren un mundo de posibilidades y otras me planteo como ideólogo de la formación una búsqueda en base a referencias actuales o como fruto de una inspiración; pendiente, eso sí, de asegurar que hay material para una selección coherente y atractiva. A veces dar con lo adecuado es el resultado de años de trabajo, pero siempre con una premisa: la propuesta debe ser lúdica; no se puede convocar al público, al término de una jornada laboral o en su tiempo de asueto, para impartirle una lección aburrida. Es lo que me gusta definir como «desarrollo sostenible».
¿Qué programas tienen ahora mismo en gira?
Estamos volcados en las celebraciones de la primera vuelta al mundo que llevó a cabo la expedición de Magallanes y Elcano entre 1519 y 1522, gran hito de la modernidad que alumbró la primera globalización. Las rutas exploradas inicialmente por las monarquías ibéricas fueron más tarde recorridas por las demás naciones y por ellas se difundieron y mestizaron los estilos musicales como fuente de gran riqueza. Interpretamos un programa de quinteto relacionado con diversas localizaciones y avatares de esas rutas, con piezas cantadas en seis lenguas diferentes: quechua, mochica, latín, castellano, francés y malayo. En alguna versión incluimos obras actuales escritas para nuestra plantilla, una línea que consideramos también altamente interesante: el hecho de colaborar con autores vivos nos da la posibilidad de relativizar muchos de los criterios con los que se lidia en la exhumación del repertorio pretérito.
Su actividad internacional es realmente intensa. En 2019 han ofrecido conciertos en ciudades de Argentina, Uruguay, Polonia, Paraguay o Portugal. ¿Cree que la música antigua goza de buena salud en este momento?
Sí, creo que goza de muy buena salud, aunque nunca hice bandera de mi dedicación a ella como una actividad aparte: desde un principio tendí a considerar que la interpretación históricamente informada es un forma efectiva de hacer las cosas. Para mí, su valor artístico cae por su propio peso y no gana en constituirse como un terreno segregado: me parece al contrario, es importante producirnos en pie de igualdad con todo tipo de propuestas musicales. Lo cierto es que la música antigua ha demostrado tener gran éxito y goza de un excelente predicamento comercial. Quizá se ha institucionalizado demasiado y a menudo se clona con un mercado discográfico que acentúa una tendencia a que las interpretaciones suenen como envueltas en el mismo celofán que precinta los discos.
¿Podríamos decir lo mismo de la situación de la música barroca en España?
Sin duda. España es un país que no ha estado al margen, dejando a un lado períodos concretos. Ya en la segunda mitad del siglo XIX hubo grandes musicólogos como Barbieri (con su ejemplar edición del Cancionero de Palacio) y a comienzos del siglo XX nos visitaba Wanda Landowska y se polemizaba ya sobre recuperación histórica. Hay además una cosa que no deberíamos olvidar: el Barroco es muy nuestro como arte vinculado a la Contrarreforma; pese a la calidad de la escuela local, sentí por ello como una contradicción hacer en Holanda mis estudios de perfeccionamiento. En otro aspecto, hay que cuidar la escena: no prodigarse demasiado y buscar esa «sostenibilidad» a la que antes hacía referencia; evitar que el público pueda aburrirse de escuchar siempre unas mismas propuestas o que sean muy parecidas entre ellas. Es la principal razón por la que La Folía, pese a ser una formación absolutamente pionera, puede verse en muchos sentidos como un verso suelto.
Su actividad docente es también muy destacada, y normalmente ofrecen clases magistrales en los lugares a los que acuden a ofrecer recitales, ¿cómo describiría el momento que atraviesa actualmente la enseñanza de la música barroca?
Es un terreno en el que cabe encontrar una gran variación según el lugar del mundo en el que te encuentres. Frente a la inmediatez y lo subliminal del mensaje que se transmite a través de la ejecución musical, la enseñanza implica un trabajo laborioso y extendido en el tiempo. Varía para los interesados desde la posibilidad de recibir una formación muy completa en conservatorios como los nuestros, a que quepa transmitir en otro lugar ideas que pueden hacernos revivir el germen de nuestros inicios hace cuatro décadas.
Tras más de 40 años de existencia, ¿qué objetivos se han marcado para los próximos años de actividad?
No hay unos objetivos específicos, más allá de continuar la dinámica de creación y ejecución dentro de la senda por la que, de manera natural y consecuente, nos ha ido llevando el curso de los acontecimientos. La música es una materia que se cocina a fuego lento, tanto si se trata del aprendizaje inicial como de la construcción de proyectos y asimilación profunda de un repertorio. Dentro de una línea como la nuestra es difícil adelantar los derroteros por los que van a llevarnos la inspiración y las circunstancias: ha lugar a que se abran perspectivas de largo aliento ahora insospechadas.
¿Cuáles son sus citas más importantes para lo que resta de la temporada 2019-20?
En marzo tocaremos en el XVII Ciclo de Músicas Históricas del Auditorio de León, en colaboración con el Centro Nacional de Difusión Musical. En abril, el Viernes Santo en la 59 Semana de Música Religiosa de Cuenca. En mayo tenemos pendiente un ciclo en Madrid. En junio actuaremos en Granada y en julio en colaboración con la Fundación Joaquín Díaz de Urueña y seguramente en Clásicos en Verano de la Comunidad de Madrid. Hay toda un serie de compromisos, algunos bastante importantes, que están por terminar de concretar, pero la mayoría tendrán lugar ya en la siguiente temporada, que está a la vuelta de la esquina.
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