Después de triunfar con El pájaro de fuego, Petrushka y La consagración de la primavera, a Stravinski le llegó una propuesta de lo más inusual: escribir un ballet basado en partituras de Pergolesi y otros autores barrocos. El resultado fue Pulcinella, una obra que marcaría el inicio del periodo neoclásico del autor, así como algunas de las páginas más bellas de la música del XX.
Por Alejo Palau
Europa, el Ave Fénix
Europa, cuna de occidente, es una tierra que ha dotado al mundo de muchas de las grandes maravillas que conforman nuestra herencia como pueblo. Ha visto nacer, crecer y morir a Bach, Rubens y Freud, ha podido presenciar las primeras pruebas de la electricidad, el cine o el globo aerostático y ha reído y llorado con Shakespeare o nuestro genial hidalgo Don Quijote. No obstante, todos los lugares idílicos, tienen su cara negativa. Europa ha sido y es grandiosa, pero también ha sido artífice del horror y el sufrimiento.
A finales del siglo XIX, con el fin de la Guerra Franco-Prusiana, el continente había logrado, por fin, una estabilidad tras décadas de batallas encarnizadas. Los países se enriquecían con sus políticas colonialistas y había un ambiente de paz internacional. Los grandes imperios asumieron unos principios y por primera vez todo parecía estar en su cauce.
Sin embargo, un fatídico 28 de junio de 1914, el archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del Imperio Austriaco, fue asesinado en Sarajevo. Este homicidio abrió viejas heridas y una consecución de invasiones que terminaron en 1918 con una nueva configuración del continente, la primera guerra armamentística, la aparición de la Sociedad de Naciones y millones de muertos. Pero esto no es todo, la economía de los países se vio quebrada y debilitada, y sus gentes sufrieron daños irreparables en lo que posiblemente es uno de los primeros ejemplos de memoria colectiva occidental del siglo XX.
Durante el conflicto, Suiza, que se mantuvo neutral a la Gran Guerra, fue el punto de acogida de un éxodo masivo de políticos, pensadores, literatos, pacifistas y artistas. Y en este punto, en un lugar cerca de Lausanne, encontramos a Ígor Stravinski, nuestro autor, que, huyendo de la belicosa París, encontró en la orilla del Lago Lemán su refugio.
Primeras figuras para un ballet
Corría el año 1919 cuando el exitoso empresario y promotor de los Ballets Rusos, Sergei Diághilev, convenció a Stravinski para que le volviese a escribir una música para un espectáculo de danza. Diághilev acababa de triunfar con un equipo formado por el bailarín y coreógrafo Leónidas Massin, el artista plástico Pablo Ruiz Picasso y el director de orquesta Ernest Ansermet en el estreno londinense de El sombrero de tres picos de Manuel de Falla. Y, precisamente, lo que quería el productor ruso era reunir al mismo equipo pero, esta vez, con la música de Ígor Stravinski, quien ya le había reportado mucho éxito con los impactantes ballets El pájaro de fuego (1910), Petrushka (1911) y La consagración de la primavera (1913).
La nueva obra se forjó en la localidad suiza de Morges, donde residía el compositor, entre finales de 1919 y principios de 1920: había nacido Pulcinella.
El estreno se efectuó en la Ópera de París el 15 de mayo de 1920, con Karsavina y Massin, que fue el encargado de crear la coreografía y el libreto, en los papeles estelares de Pulcinella y Pimpinella. Al frente de la orquesta estuvo Ansermet y, por su parte, Picasso diseñó los decorados y el vestuario. El montaje lo tenía todo y el resultado fue arrollador.
Pergolesi, fuente de inspiración
No es poco lo que se ha escrito y comentado acerca de las fuentes de las que Stravinski bebió a la hora de llevar a cabo este ballet. Aunque no del todo exacta, la versión más extendida cuenta que Stravinski utilizó unos manuscritos inéditos de Pergolesi que Diághilev había descubierto en Nápoles.
Lo cierto, tal y como aclaró el propio autor y se ha estudiado posteriormente, es que Stravinski utilizó música de Pergolesi, aunque no inédita, y de otros autores barrocos. Del compositor italiano podemos reconocer temas de sus óperas Il Flaminio y Lo frate’nnamorato, de la cantata Luce degli occhi miei y de una Sinfonía para violonchelo y continuo. Pero también hay música de Trío-Sonatas de Domenico Gallo, de uno de los Concerti Armonici del conde Wassenaer, de otros músicos menores y de alguna obra de autoría dudosa o anónima.
Diághilev buscaba un ballet basado en la popular Commedia dell’arte italiana, por eso sugirió al compositor utilizar partituras de Pergolesi como base, aunque, al principio, a Stravinski no pareció gustarle mucho la idea, tras analizar la música cambió de opinión. Pero, ¿en qué consistió entonces la labor de Stravinski? Veamos.
Música y argumento
Stravinski reescribió la música de los autores mencionados y le otorgó un aspecto más moderno. Cambió texturas y alteró temas intercalando ritmos contemporáneos, cadencias y armonías. Su intervención consistió en respetar las melodías y la base armónica de los pentagramas barrocos pero aplicando su sello personal. El resultado es una música fascinante.
La instrumentación consistió en una orquesta de cámara de cuerdas y vientos a la manera del concertino y el ripieno de los viejos concerti grossi del barroco italiano. Aparte, dotó a la obra con partes para soprano, tenor y barítono solistas, pero ninguno de los cantantes representa a los personajes del ballet, por lo que pasan a situarse en el foso y forman parte de la orquesta, como un instrumento más.
El ballet se estructura en los veinte números Overture: Allegro moderato; Serenata: Larghetto, Mentre l’erbetta (tenor); Scherzino: Allegro; Allegro; Andantino; Allegro; Ancora poco meno: Contento forse vivere (soprano); Allegro assai; Allegro- alla breve: Con queste paroline (bass); Andante: Sento dire no’ncè pace (soprano, tenor y barítono); Allegro: Ncè sta quaccuna po (soprano y tenor); Presto: Una falan zemprece (tenor); Allegro: – Alla breve; Tarantella; Andantino: Se tu m’ami (soprano); Allegro; Gavotta con due variazioni; Vivo; Tempo di minuetto: Pupillette, fiammette d’amore (soprano, tenor y barítono) y, por último, Finale: Allegro assai.
El argumento, como no podía ser menos, está ambientado en la vieja tradición de la Commedia dell’arte. Pulcinella, una especie de dandy, ha cautivado el corazón de todas las chicas del lugar, que se han enamorado de él. Indignados, los novios de éstas traman un plan para hacerlo desaparecer, pero Pulcinella, hábilmente, logrará burlar a sus rivales gracias a un disfraz de mago y a algún que otro cómplice. Con varios enredos de por medio, finalmente logrará casar a cada uno de los chicos con su novia y él también acabará haciéndolo, pero con Pimpinella, que es la más guapa.
El neoclasicismo
Pulcinella, así como la obra Octeto de 1923, supusieron las primeras composiciones de Stravinski en enmarcarse dentro de su período neoclásico, etapa caracterizada por representar el retorno a la música clásica de Bach, Mozart y sus contemporáneos. Este movimiento, muy en boga en la Francia de los años 20, fue una reacción en contra del posromanticismo y el expresionismo y exigía fuentes de inspiración prerrománticas.
Ígor Stravinski adoptó la corriente y la llevó a cabo durante mucho tiempo, haciendo de ella una artesanía, tal y como se hacía en el barroco y en el siglo XVIII, y volcándose, mayoritariamente, en los instrumentos de viento, el piano, los coros y la música de cámara.
De estos años surgirían interesantes creaciones como una Sonata con claras influencias de Bach, un Concierto para piano con acompañamiento de instrumentos de viento, la impresionante Sinfonía de los salmos, que mezcla la música sacra rusa con el contrapunto neobarroco, o Edipo rey que, junto con la anterior, es una de las obras más importantes del periodo francés de Stravinski, y que supone un compendio de la música escrita entre las época de Händel y Gluck.
De ballet a suite
Stravinski vio que algunos de los fragmentos sin parte cantada del ballet Pulcinella podían funcionar perfectamente como unidad musical independiente, por lo que seleccionó ocho de ellos y formó la Suite Pulcinella.
Esto, que fundamentalmente es una reutilización de material, responde a la práctica de la parodia que llevaron a cabo autores tan célebres como Johann Sebastian Bach durante el barroco. Del mismo modo, la estructura de su nueva composición en forma de suite es otro de los elementos que llaman la atención e identifican la etapa neoclásica del autor.
Las ocho movimientos que componen la suite son: Sinfonia, Serenata, a: Scherzino b: Allegretto c: Andantino, Tarantella, Toccata, Gavotta (con due variazioni), Vivo y a: Minuetto b: Finale.
Stravinski y Picasso
Si bien son varios los asuntos que podríamos desarrollar hablando de Pulcinella o de la vida de su autor, hemos creído interesante, por cercanía, rescatar la relación tanto amistosa como profesional que mantuvo con él Pablo Ruiz Picasso.
La coincidencia en el tiempo de los dos artistas no fue casual, ya que ambos estaban en París, donde se forjó la eclosión de la modernidad a principios del siglo XX.
Stravinski y Picasso se movían dentro de unos círculos intelectuales que eran difíciles de evitar si uno quería hacerse un hueco dentro del panorama intelectual de la ciudad. Por otro lado, los dos fueron influenciados y promocionados por la especie de mecenas moderno que era Diághilev.
Pero más allá de que los dos fuesen amigos y colaborasen en los mismos proyectos, cabe destacar el hecho de que ellos, en sí mismos, fueron y siguen siendo sinónimos de la modernidad, así como figuras que se encargaron de romper con el pasado, sin olvidar la técnica tradicional, y aplicar sus estilos forjando vanguardias y tendencias. Aunque pasaron por etapas distintas y evolucionaron, siempre trataron de no encasillarse y de mantenerse fieles a su propio estilo. Experimentaron y plasmaron sus ideas mediante su arte y, pese a que se enfrentaron a los sectores más puristas, tuvieron claro cuál debía ser su trayectoria.
No deja de llamar la atención que, al igual que Stravinski, Picasso tuvo también un periodo neoclásico. Esto es muy significativo porque supone que sus carreras evolucionaron modernizando lo anterior, no aplastándolo, como sucede con algunas vanguardias. Los dos tuvieron momentos en que miraron con ojos contemporáneos lo antiguo y les dieron sus perspectivas actuales.
El mundo de la Commedia dell’Arte, que ya hemos abordado anteriormente, es un claro ejemplo de ello. Stravinski, con Pulcinella, vuelve al pasado tanto musical como temáticamente y, por su parte, Picasso hará lo mismo con sus arlequines de los periodos azul y rosa. Casualidad o no, estas cosas, cien años después, no dejan de parecernos genuinas.