Desde el pasado mes de septiembre, el director hongkonés Perry So ha tomado posesión de su cargo como director titular y artístico de la Orquesta Sinfónica de Navarra. Hoy nos cuenta sus impresiones tras la que ha sido su primera titularidad. Está convencido de que la grandeza de una orquesta reside en su curiosidad.
Por Alicia Población
Estudió piano, órgano, violín, viola y composición. ¿Por qué decide dedicarse a la dirección de orquesta?
Para ser sincero, tocar se me daba bastante bien, sobre todo el piano. Sin embargo, no veía que fuera a ser realmente bueno ni a disfrutar a fondo de lo que hacía. Con el piano tocaba como acompañante de óperas, recitales, pero no era satisfactorio para mí, no era la manera en la que mejor podía expresarme. Me pasaba un poco igual con la composición. Cuando descubrí a Beethoven, Brahms o Dvorák, vi lo buenos que eran y me pregunté cómo iba yo a poder alcanzar un nivel siquiera parecido, aunque dedicara mi vida a ello. Con 15 años tuve la oportunidad de dirigir. Entonces descubrí que la técnica no me resultaba muy difícil, lo complicado era convencer a mis compañeros de que podía hacerlo, y se convirtió en un reto interesante. Decidí que, si iba a dedicarme a la música, esto era lo que iba a hacer.
También estudié literatura en la universidad. Me di cuenta enseguida de que para ser un buen director tienes que tener mucha madurez. Los y las directoras de Hong Kong eran mayores que yo y me esforcé en creer que, siendo joven, también puedes dirigir. Pero necesitas ganarte el respeto, y para ello hay que crecer y tener una buena educación cultural, para entender la música desde dentro, no solo la técnica. Necesitas aprender el contexto. Con la literatura encuentras la relación con la historia, la filosofía y la cultura. También es cierto que, cuando estaba en la universidad, empleaba la mayor parte de mi tiempo en la música, el corazón sabía dónde quería estar realmente.
¿Qué es lo más difícil de ser director?
Para mí un cambio enorme ha sido el pasar de ser director invitado a ser director titular. El hecho de tener que preparar catorce programas en la temporada, con los mismos músicos, y seguir manteniendo un diálogo fresco con ellos es muy complicado. Es mucho más fácil cuando estás con la orquesta solo una semana. Con catorce programas tienes que contar una historia, tienes que ir a lo profundo y encontrar la manera de expresarte no solo técnicamente, sino como ser humano. La literatura en este sentido ayuda muchísimo porque todos los escritores se han topado con las mismas preguntas que tú te haces. La historia que cuentas envuelve muchos ángulos de la experiencia personal. En los ensayos trato de hacer lo mismo, encontrar diferentes ángulos desde donde expresar, más allá del puro tecnicismo. Tienes que alcanzar ese balance con la orquesta en el que involucrarte sin que te tachen de loco o estúpido.
¿Cómo definiría esta primera temporada a cargo de la Orquesta Sinfónica de Navarra?
Cuando programas una temporada tratas de encontrar un equilibrio entre las obras, los compositores y las compositoras y la música española y extranjera. Cuando has dado con todo eso, con la mezcla correcta, tienes que decidir qué historia, qué hilo común quieres tejer a lo largo del ciclo. La música clásica es la relación que ha habido históricamente entre el pasado y el futuro, lo que conforma la tradición. La audiencia de música clásica, en España y en cualquier sitio, es gente mayor. El público joven, para empezar, muchas veces no tiene dinero, especialmente para los abonos, o tienen hijos y mucho trabajo, con lo cual no tienen tiempo. Así que encontrar ese balance que mantenga al público estable y atraiga al que falta es complicado y es a lo que aspiramos.
¿Qué maneras se le ocurren para atraer a esta audiencia que falta?
La cuestión está en mantenerse fiel a la antigua audiencia y ofrecer oportunidades a la nueva. Quizá podríamos empezar por repensar la duración de los conciertos. Se podría hacer un concierto largo para los abonados y un concierto diferente, en un contexto y sitio distintos, para las familias, aunque siga siendo la misma música. El formato es importante. Si vas a un auditorio o a un palacio tienes ciertas expectativas que quizá no se cumplen si vas con niños o si eres joven y vienes del bar. Tenemos que encontrar la manera de hacer conciertos que estén entre los que pueden permitirse el abono y el resto de la gente. En todas partes, en Estados Unidos, en Asia, se echa en falta este punto medio. En Pamplona estamos pensando en hacer conciertos nocturnos, más cortos, en los que la orquesta vista de forma más casual.
¿Rompiendo protocolos?
Creo que hay lugares, como iglesias, u obras, como la Sexta sinfonía de Mahler, o la Novena, donde sí hay que mantener cierta tradición. Pero a día de hoy es imposible exigirle a nadie que apague su teléfono móvil. En lugar de eso, podemos decirles: ‘oigan, este es el momento de hacer un vídeo para Instagram’. Creo que verlo de esta manera puede sacar algo positivo. En Pamplona, en una ocasión, una semana antes de San Fermín, Pablo Sarasate, tocó un concierto de violín en medio de la Plaza del Castillo con la orquesta rodeándole. Con el tiempo, la orquesta se ha ido separando más y más de la vida de la ciudad. Esto es una cosa que queremos recuperar y en lo que hacemos mucho hincapié: en que la orquesta se sienta parte de la ciudad y la ciudad parte de la orquesta.
Siempre menciona el necesario diálogo que tiene que haber con los músicos. ¿Cuenta con la plantilla para escoger las obras?
Sí, lo hago. Durante todo el año he ido tratando de poner atención a lo que la orquesta sentía que faltaba. La primera temporada tuve que ir muy rápido; en esta segunda he tratado de buscar todavía más ese diálogo. Creo que puedo decir que conozco a la orquesta y que sé lo que necesita para crecer. Es comparable con una buena alimentación. Hay que ser saludable, saber lo que es bueno para que la orquesta evolucione, pero también permitirle las cosas que le gustan, las obras con las que disfruta más. Es realmente divertido. Haydn, por ejemplo, es como los vegetales, para mí deliciosos, por cierto, pero demanda una orquesta honesta, con una muy buena técnica y que empaste a la perfección. Las grandes piezas románticas, por otro lado, son muy placenteras, especialmente para el viento metal. Creo que en la temporada 2023-24 hemos alcanzado un buen balance en este sentido. También es verdad que no tenemos una temporada enorme, no somos Madrid ni Barcelona, y a veces tenemos muchas ideas que nos cuesta ajustar y que tienen que quedarse en la recámara para un futuro.
Para esta temporada se plantean el Concierto para violín en Re mayor de Chaikovski y el Oratorio de Navidad de Bach, pero también compositores del siglo XX como Arvo Pärt y obras de nueva creación como Climate Change de Vicent Egea. Si tuviera que elegir un programa de la temporada que viene, ¿con cuál se quedaría?
Con el Oratorio de Navidad. Es la música con la que crecí y es una oportunidad fantástica para zambullirme en la música que me crio. Sin embargo, tengo que decir que Egea es ahora compañero y amigo, y tener la oportunidad de trabajar con un compositor de este nivel y poder ser quien vaya a estrenar una obra suya es una increíble oportunidad. Dudamel decía en una entrevista que ciento cincuenta años atrás, muchos compositores no podían dedicarse enteramente a la composición, tenían que vivir de otros trabajos, y ahora, desde hace cincuenta o sesenta años, los compositores por fin tienen la oportunidad de dedicarse enteramente a aquello que aman. Creo que los directores y las orquestas tenemos el deber de abrir un espacio para estas voces. Tenemos que entender que también ahora, en nuestro presente, existe la oportunidad de escuchar obras maestras. Me gustaría dar incluso más espacio, pero también tienes que tener en cuenta la tolerancia de la audiencia.
Hay cierta tendencia a prejuzgar y decidir de antemano los gustos del público. Con los niños pasa mucho, se da por hecho que no van a disfrutar de la música contemporánea, por ejemplo.
Totalmente. De hecho, tuve una experiencia en relación a esto. Estábamos en un concierto familiar en el que se tocaban obras de Brahms y Webern. A todos los padres se les veía felices disfrutando de las melodías de Brahms, los niños, sin embargo, hablaban, reían, estaban despistados. Pero cuando sonó Webern, los niños se quedaron absortos en la música. Aprendí una gran lección ese día. Piensas que conoces a tu audiencia, pero puede que no. De hecho, respecto a lo que hablábamos antes sobre captar audiencias, creo que el hecho de traer nueva música trae también nuevo público. Creo que el problema de todo esto es que no confiamos en nosotros mismos, no confiamos en los jóvenes compositores, los jóvenes solistas o los jóvenes directores.
Ha sido director asistente de la Filarmónica de Hong Kong y de la Filarmónica de los Ángeles y también ha colaborado con orquestas de España. Después de toda esa experiencia, ¿podría decir un rasgo que caracterice a las orquestas españolas?
Es una muy buena pregunta. En la Orquesta de Hong Kong la mayoría de los instrumentistas de viento son de Europa y Estados Unidos y la cuerda es de China. Es muy internacional, pero un poco extraño, porque prácticamente tienes que hablar en dos idiomas. La orquesta toca todos los veranos en la Hollywood Bowl, cerca de veinte conciertos, pero solo hace un ensayo. Son el tipo de orquesta, como la London, que acostumbra a trabajar muy rápido. Desde el principio del ensayo ya están tocando al 95 %. La dificultad reside en lo que haces con ellos ese 5 % restante.
Me encanta trabajar en España en comparación con estos países en el sentido de que sí puedes trabajar con la plantilla de manera conjunta. Vas a Londres o a Los Ángeles y ya saben todo. En España, cada pieza tiene su trabajo, los músicos no actúan como si ya lo supieran todo, siempre buscan la manera de seguir creciendo. Hace doce años, cuando dirigí la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), ya pude sentir esto. En el ensayo puedes seguir descubriendo cosas. Aquí tengo la sensación de que la manera de hacer música la encontramos juntos, y esto no es muy común, al menos desde mi experiencia en Estados Unidos, donde nunca hay tiempo.
No solo se trata de que la obra se haya tocado mil veces, sino de saber buscar otra filosofía, otro punto de vista. Lo que sí es cierto es que hay orquestas que tienen que hacer programas cada semana, deben trabajar a un ritmo frenético. No es que no estén abiertas a escuchar, es que tienen prisa. Creo que la grandeza de una orquesta reside en su curiosidad. Y es importante conocerse. Muchas veces el problema es que ponemos las expectativas en el hecho de que un director que está viajando por el mundo llegue y, en cuatro días, haga magia con la orquesta. Esto no es realista.
Es como una relación amorosa, y también parece que llega un punto en el que crees que ya te conoces y en realidad queda mucho por descubrir.
Cuando llega ese momento es precisamente cuando pueden llegar nuevas cosas. Una buena relación, del tipo que sea, puede ser buena de muy diferentes formas. Y también puede ser distinta en un lugar y en otro. El sonido de una orquesta es diferente aquí y en China. Todo se resume en las relaciones que allí se den, y no solo entre el director y la orquesta, sino en los conservatorios, entre el profesorado, en la conexión con la música tradicional de cada región. Eso es lo que hace a cada orquesta única. El peligro está en querer imitar. Siempre queremos imitar un modelo de orquesta, dando por hecho que ese es el objetivo. Hay que convencer a las instituciones que ponen el dinero de que el verdadero objetivo es encontrar un sonido propio, crear algo único, representar la cultura de un lugar con su orquesta.
Se habla de una educación musical enfocada a hacerte de hierro, con una autoridad fuerte como director. ¿Deriva de esta educación la leyenda del ego de los directores?
Creo que la educación se enfoca fundamentalmente en la técnica. En Estados Unidos, al menos, todo se centra en que sepas expresar todo a través de la técnica. No se centran en implicarte emocionalmente con los músicos. Todo el mundo sabe la historia de Toscanini, cómo gritaba a los músicos y tiraba cosas, pero yo nunca he experimentado algo similar. Si lees cartas o diarios de directores, la relación no era tan diferente a cómo es hoy. Los músicos decían qué les gustaba y qué no del director y, tal vez, el maestro tenía ciertos problemas de personalidad, pero la orquesta entendía sus debilidades y siempre había una manera de colaborar. Especialmente después de la Guerra, el hecho de que un director llegara desde Europa a Estados Unidos y se plantara ante una orquesta diciendo ‘yo sé todo, seguidme’, no es realmente representativo.
Creo que lo que ha cambiado es la sociedad. En las relaciones entre estudiantes y profesores, entre jefes y empleados, ha habido un cambio y también lo ha habido en las orquestas. La imagen del director que sirve, no solo a la música, sino a la orquesta, siempre ha estado, pero ahora de una manera colaborativa. Lo cierto es que una orquesta no es una democracia. Me encantaría que pudiera serlo, pero no hay tiempo.
Quizá la cuestión sea entender la diferencia entre ser un jefe y ser un líder.
Sí, y se parece un poco a la política. Un líder político nunca puede esperar tener más del 50 %. Cuando llegas a ese 51 % que te deja tomar decisiones, debes trabajar para llegar a ese otro 49 %. No debes preocuparte de ese 51 % porque ya están convencidos. La orquesta no es una democracia, pero es una comunidad. Servimos a la música no solo profesionalmente, sino también personalmente, es lo que da forma al grupo.
Al principio decía que no siguió con el piano porque no iba a llegar a ser suficientemente bueno, a tener éxito. ¿Qué es para usted el éxito?
Ahora tengo una idea muy diferente de la idea que tenía de éxito hace cinco años, especialmente desde que he sido padre. Podría resumirlo en algo muy simple: amor. Rodearte de quienes te aman, de quienes te apoyan y de los que se apoyan en ti. Cuando eres joven te da envidia no ganar tal premio o no dirigir tal orquesta. Sin embargo, con el tiempo he visto que se trata de crear algo bello cada día, desde que te levantas hasta que te acuestas. Hacer música con la orquesta es un privilegio, pero también el hecho de que mi hija toque sus primeras notas en el piano. Decía un filósofo que, para una hormiga, avanzar un metro es un largo viaje, pero que, para un fénix, avanzar mil metros, no es nada. Lo entiendo así. El éxito es viajar acorde con quién eres y estar satisfecho de tu viaje.
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