Por Susana Castro
La madre de Edvard Grieg supuso el primer contacto del compositor noruego con el mundo musical, ya que era una distinguida pianista, al tiempo que poseía cierta reputación como escritora. Por su parte, su padre, de antepasados escoceses, gozaba de una sólida reputación, debido a que era el cónsul inglés en Bergen, a la par que un exitoso empresario. Convertido Grieg en un excelente pianista —toda su vida lo fue—, en 1858 el compositor y violinista Ole Bull quedó maravillado por su extraordinaria musicalidad, de modo que aconsejó a sus padres su ingreso en el Conservatorio de Leipzig, institución fundada por Félix Mendelssohn. El Conservatorio de esta ciudad alemana era un lugar en el que músicos de toda Europa y América llegaban para ampliar su formación y aprender de la mano de grandes músicos como Hauptmann, Moscheles —gracias a quien conoció la esencia del Romanticismo germánico— y Wenzel, principales maestros de Grieg en esta etapa. A pesar de que tuvo que interrumpir sus estudios durante un tiempo por una enfermedad que le dejó secuelas pulmonares de por vida, Grieg se graduó a los 20 años, con el unánime reconocimiento de sus profesores.
El nacionalismo noruego
Una vez finalizados sus estudios, Grieg viaja a Dinamarca donde, gracias al compositor Rikard Nordraak, entra en contacto con el folclore noruego y, debido a que ya se encuentra totalmente impregnado de germanismo, cree que ese el camino para llegar a una auténtica música noruega. Encuentra en el folclore de su país natal ciertos rasgos que marcan su estilo personal, como son la ambigüedad entre la cuarta natural y la cuarta alterada un semitono ascendente —se produce así el tritono con la tónica—, el séptimo grado rebajado en el modo menor —como la subtónica de la música modal—, y la polaridad entre el modo mayor y el modo menor, sin que ninguno de ellos prevalezca de forma clara sobre el otro.
En este contexto, Grieg pronto empieza a ser considerado como un verdadero símbolo nacional, una gloria de la patria, con cuya música los noruegos se identifican plenamente; en pleno auge del nacionalismo, se convierte en su máximo exponente. Sus obras son acogidas de forma muy positiva entre sus compatriotas, y el estreno de Peer Gynt en 1876 supuso el lanzamiento internacional del compositor, que por entonces contaba con 33 años. El gobierno noruego concedió a Grieg una pensión vitalicia que le proporcionó el marco perfecto para dedicarse únicamente a la composición, dejando a un lado los problemas económicos. Así, un ya liberado Grieg buscó inspiración en tranquilos refugios de montaña, desde donde escribió algunas de sus obras más hermosas, como el Álbum para coro masculino o el Cuarteto en Sol menor.
Ibsen y Grieg, una conjunción perfecta
Cuando el poeta y dramaturgo noruego Henrik Ibsen encargó a Edvard Grieg la musicalización de su obra teatral Peer Gynt consiguió fundir en una única creación toda la tradición nacionalista noruega, gracias a la perfecta conjunción que se produjo entre el escritor y el músico, dos de las figuras más relevantes de la cultura del país de todos los tiempos.
Aunque en principio la colaboración musical pretendía cubrir algunos huecos que tenía la obra en los cambios de escena, Ibsen se vio obligado a admitir que parte del éxito cosechado se debió, precisamente, a esos números musicales. Grieg admiraba al literato profundamente y temía no estar a la altura del encargo, así que tuvo que superar numerosos inconvenientes hasta conseguir una música que se adaptase completamente al texto. Ante la gran acogida que tuvo por parte del público, de los veintitrés números escritos, Grieg escogió cuatro en 1888 para una primera suite de orquesta y cinco en 1891 para la segunda, pero la última pieza fue finalmente desechada. No obstante, como suele ocurrir con las suites, la música incidental original ha quedado olvidada, debido a la dificultad de su ejecución fuera del entorno teatral.
El Don Juan nórdico
Peer Gynt es un pícaro descarado, cuya máxima aspiración es ser rico y poderoso, pero que también tiene inquietudes artísticas; sin embargo, sus vecinos se quejan constantemente de su mal comportamiento, para disgusto de su madre, Ase. Al acudir a una boda, conoce a Solveig, una hermosa joven que le rechaza, lo que produce el enfado de Peer, que decide secuestrar a la novia, Ingrid —dubitativa frente a la idea del enlace—, para abandonarla después en unas montañas. Tras abandonar a Ingrid, Peer seduce a la hija del rey de la montaña y los troles le obligan a casarse con ella. A pesar de que la idea de heredar el reino le convence en un primer momento, nuestro protagonista entiende que acabará por convertirse también en un trol y decide escapar. Peer despierta en los brazos de la joven Solveig, quien ha huido al bosque a vivir con él, desterrado debido al crimen cometido al secuestrar a Ingrid pero, tras este breve momento de felicidad, Ingrid aparece nuevamente en escena, con el hijo de ambos, un ser monstruoso.
Para evitar todos estos problemas, y tras la muerte de su madre, Peer decide marchar a África, donde se convierte en tratante de esclavos y hace una pequeña fortuna. Tomado por profeta, un jeque lo acoge en su séquito, pero él secuestra a su hija Anitra, quien finalmente escapa, dejándole a su suerte en el desierto. Poco después, Peer decide volver a su país, pero una tormenta hunde su barco y su regreso se demora aún más. Después de pasar 20 años vagando, Peer se encuentra con la Sombra, un personaje que, de alguna manera, siempre ha estado presente en su vida. La Sombra le muestra que su felicidad se encuentra al lado de su enamorada, Solveig. Así, en la escena final, Peer regresa y encuentra la redención en los brazos de su amada, quien lo mece en su regazo mientras le canta una hermosa melodía.
Suite núm. 1
Comienza con una evocación del amanecer —en palabras del autor: ‘imagino al sol rompiendo entre las nubes al primer forte’—, en la que la melodía se expone mediante un solo de flauta, después por el oboe, iniciándose un diálogo entre ambos, y después por la cuerda, con un crescendo, desarrollándolo por completo. El tema vuelve a continuación en la trompa, antes del lento desvanecimiento de las notas en el aire, serenamente. La mañana —Alegro pastoral en 6/8, en Mi mayor— es una de las melodías descriptivas más conocidas, en la que rápidamente se identifica su significado extramusical.
En la segunda pieza, La muerte de Ase, únicamente intervienen las cuerdas, describiendo el pesar de Peer ante la muerte de su madre, en un Andante doloroso en Si menor, en compás de 4/4, cuya desgarradora sencillez expresa la emoción del momento, una queja desolada del protagonista. La Danza de Anitra, el tercer movimiento en Tempo de mazurka —en La menor y en compás de 3/4— es una danza oriental también protagonizada por el pizzicato de las cuerdas, con acompañamiento de triángulo, que nos sitúa en África, cuando Peer es tomado como profeta y la bella Anitra interpreta una danza para seducirle.
Para cerrar esta primera suite, la también célebre En la gruta del rey de la montaña —Alla marcia e molto marcato, en Si menor y compás de 4/4—, nos narra desde el acorde inicial con un tempo lento de los instrumentos graves —los fagotes, que simulan los pasos lentos y cuidadosos de Peer, los violonchelos y los contrabajos—, la bajada de nuestro aventurero a la misteriosa gruta, húmeda y oscura, donde se encuentra el rey de la montaña; la melodía se va repitiendo durante toda la pieza. Una vez Peer encuentra su amada, intenta huir a toda prisa sin ser descubierto, de ahí el pizzicato del oboe y los violines pero, tras ser descubierto por los troles guardianes de la cueva, empieza la persecución, que hace que la música se precipite: el tempo se acelera, aumenta la intensidad y el número de instrumentos, en un crescendo dinámico que, guiado por la flauta piccolo, alcanza su clímax. La pieza concluye con el regreso a la tónica, y termina con un acorde de Si menor que simboliza la exitosa fuga de Peer Gynt.
Suite núm. 2
Además de las cuatro piezas que conforman esta suite, en un primer momento se incluyó también La danza de la hija del rey de la montaña, eliminada por el propio Grieg. El lamento de Ingrid —Allegro furioso en 2/4 y Andante en 3/4— da inicio a la suite, narrando la pena de la novia de Peer, abandonada al día siguiente de su boda en unas montañas. La melodía, en Sol menor, expresa el dolor de Ingrid, desesperada al encontrarse sola, marcado fundamentalmente por los agresivos acordes del principio, enmarcados por la percusión. Cuando la despechada Ingrid vuelve a la aldea, se retoma el principio violento, que muestran la desesperación de la joven al tener que enfrentarse a sus vecinos.
La Danza Árabe —Allegretto vivace en Do mayor y en compás de 4/4— está claramente dominada por la percusión, con una exposición que comienza con la flauta y el piccolo, a los que se funden el clarinete, el fagot y el oboe, sostenidos rítmicamente por el trombón, la trompa y las cuerdas. La partitura original contenía un coro, que intervenía en los dos pasajes extremos, y en la parte central —en La menor— una mezzosoprano que interpretaba la canción de Anitra, sustituida en esta versión por los primeros violines.
El tercer número, La vuelta de Peer Gynt —Allegro molto agitato, en Fa sostenido menor, en 3/8—, describe el viaje del aventurero en el barco, en medio de una tempestad; un movimiento vigoroso, con estructura de forma sonata sin reexposición. El tema A, dominado por la cuerda, encarnan el viento tormentoso, y los repentinos acordes, los embates del mar. El tema B está formado por escalas cromáticas ascendentes y descendentes, que rememoran la imagen de Peer agarrado a un tablón y dejándose mecer por la marea; los trémolos de los bajos y las llamadas de las trompas dotan a la atmósfera de una tensión acrecentada por el uso de esos cromatismos. Finalmente el tema C es un desarrollo de ambos temas hasta una codetta final, donde el viento pierde su bravura y la tormenta se calma.
Tras esta calma, una música de transición a cargo del oboe, la flauta y el fagot, deja oír una ligera melodía que anticipa la Canción de Solveig —Andante en La menor, en 4/4—. Este contraste anticipa la redención del protagonista, que se encuentra con su amada Solveig al final de la obra. El movimiento comienza con una lenta introducción en Mi menor, concluida con un acorde suspendido en Mi mayor que da paso a la primera sección, un tema muy melódico conducido por las cuerdas y donde, al igual que en la Danza Árabe, existía una voz de soprano, reemplazada en la suite por los violines primeros, que no hacen justicia a la cálida vocalización de la melodía con que finaliza cada estrofa. La segunda sección contrasta con lo que acabamos de escuchar con un tema alegre e inquieto. Tras la repetición de ambos temas, la obra concluye con la introducción inicial, a modo de coda.