
Richard Wagner (Leipzig, 1813-Venecia, 1883) concluyó su monumental producción con una obra como Parsifal, plena de misticismo, que denominó festival escénico sacro. Su estreno tuvo lugar en el teatro del Festival de Bayreuth el 26 de julio de 1882. De hecho, la obra fue concebida por Wagner para ser únicamente representada en ese espacio. Afortunadamente, estas restrictivas cláusulas prescribieron treinta años después de su muerte. Oficialmente, Parsifal se representó por primera vez fuera de Bayreuth en el Liceu de Barcelona, el 31 de diciembre de 1913.
Por Diego Manuel García
La creación wagneriana de Parsifal
Wagner conoció por primera vez la historia de Parsifal cuando, en la temprana fecha de 1845 (el año del estreno de Tannhäuser), llegó a sus manos la antología de poemas épicos Parzival, de Wolfram von Eschenbach, escritos en el siglo XIII, y cuyo argumento es la vida de Sir Perceval, caballero de la Mesa Redonda y de la Corte del rey Arturo y su búsqueda del Santo Grial.
El compositor, al leer estos poemas, intuyó la posibilidad de realizar el libreto de una ópera. Entonces estaba comenzando a componer su Lohengrin, personaje que, al contar su vida en esta ópera, afirmaba ser hijo de Parsifal. Doce años después, el 10 de abril de 1857, día de Viernes Santo, según cuenta el propio músico en su autobiografía Mi vida, tuvo la visión completa del drama, y llegó incluso a escribir algunos esbozos del libreto y el maravilloso tema musical de ‘Los encantos del Viernes Santo’. Parece ser que todo ello fue comunicado por el compositor a Otto y Mathilde Wesendonck, pareja de mecenas que protegieron y ayudaron económicamente a Wagner.
El primer testimonio acreditado que se tiene de la creación de Parsifal es un esbozo que Wagner regaló a su gran benefactor, el rey Luis II de Baviera, en 1865. Tendrán que pasar otros doce años para que el compositor, en 1877, comience a trabajar de manera muy intensa y exclusiva en la creación de Parsifal. En marzo y abril de 1877 escribe el libreto versificado, estructurando la obra en tres actos. El I y el III, con un muy alto grado de espiritualidad, se sitúan en el Castillo de Montsalvat (sede de los Caballeros del Grial), ubicación geográfica que puede relacionarse con la catalana montaña de Montserrat. Wagner en su libreto especifica claramente que se trata de un paraje perteneciente a las montañas de la España gótica. El Acto II se desarrolla en el Castillo mágico de Klingsor (el personaje maléfico de esta obra), y en él se sitúa el jardín de ‘las muchachas flor’. El alemán, que visitó Italia en varias ocasiones (en Palermo compuso gran parte de Parsifal), y que era un enamorado de ese país, se inspiró para crear esa escena en los maravillosos jardines de una gran mansión, Villa Rufolo, situada en la localidad costera italiana de Ravello.
La creación de la partitura de Parsifal fue extremadamente lenta, ya que Wagner empleó más de cuatro años en completarla. Como ya se ha indicado, gran parte la realizó en Palermo y el resto en Bayreuth. La composición estuvo concluida en enero de 1882 y el estreno tuvo lugar en el teatro del Festival de Bayreuth el 26 de julio de 1882. Por aquellas fechas Wagner estaba muy enfermo y murió en Venecia al año siguiente.
Argumento
Acto I
En un bosque cercano al Castillo de Montsalvat, Gurnemanz, caballero de la Orden del Santo Grial, despierta a dos escuderos para preparar el baño de Amfortas, el guardián del Sagrado Cáliz, que tiene una herida incurable. Kundry, una mujer de gran belleza, edad indefinida y múltiples personalidades, aparece portando un bálsamo para paliar el dolor que sufre Amfortas. A petición de todos los presentes, Gurnemanz cuenta la historia de Klingsor, que intentó unirse a la hermandad de caballeros del Grial, pero que fue expulsado por su lascivia. Convertido en un enemigo implacable, Klingsor utilizó a la hermosa Kundry para seducir a Amfortas; y, mientras yacía en sus brazos, Klingsor le arrebató la lanza sagrada —la que atravesó el costado de Cristo en su crucifixión— y lo hirió. La herida solo podrá ser curada por un inocente que alcance la sabiduría a través de la compasión.
Súbitamente aparece en escena Parsifal, quien acaba de matar a un cisne, algo muy grave para los caballeros, ya que se trata de un animal sagrado. Parsifal, al manifestarse, muestra un alto grado de simpleza. Gurnemanz, al contemplar a Parsifal, se pregunta si este joven será el encargado de cumplir la profecía. Los caballeros transportan a Amfortas a Montsalvat para conmemorar todo el ritual de la última cena. Titurel, el anciano padre de Amfortas y antiguo guardián del Grial, conmina a su hijo a que oficie la ceremonia, aunque este vacila, ya que su padecimiento aumenta en presencia de la sangre de Cristo.
Finalmente, los escuderos descubren el Cáliz y un resplandor llena la sala. Acabada la ceremonia, Gurnemanz, muy enfadado, dice a Parsifal que no vuelva a cazar en los dominios del Grial, y le expulsa. Mientras Gurnemanz se marcha, desde lo alto una voz pronuncia la primera parte de la profecía.
Acto II
Klingsor, al ver a Parsifal acercarse a sus dominios, convoca de manera mágica a Kundry para que acuda a su Castillo y seduzca a Parsifal, como ya lo hizo con Amfortas. En el jardín encantado de Klingsor, las jóvenes y bellas muchachas flor intentan cautivar a Parsifal, ofreciéndole sus encantos. Ante la presencia de Kundry, las muchachas desaparecen. Kundry comienza la operación para seducir a Parsifal, hablándole de su madre, a quien el muchacho no llegó a conocer. Kundry se dispone a besar al joven, pero este retrocede, comprendiendo al fin el misterio de la herida de Amfortas y su propia misión.
Kundry intenta conquistarle a través de la compasión y le cuenta la maldición que sufrió desde que se mofó de Cristo crucificado. Al ser rechazada de nuevo, maldice a Parsifal, condenándole a vagar sin esperanza en busca del Castillo de Montsalvat, y llama a Klingsor para que arroje la lanza que arrebató a Amfortas y mate a Parsifal. El joven la atrapa en el aire, la parte y hace con ella una cruz. El Castillo de Klingsor se derrumba.
Acto III
Han pasado muchos años y Gurnemanz aparece como un viejo eremita en una pobre mansión cerca del Castillo de Montsalvat y descubre a una anciana y arrepentida Kundry desvanecida junto a un matorral. Mientras la reanima, un caballero con armadura se aproxima. Gurnemanz reconoce a Parsifal. El caballero le relata los años que ha pasado buscando el camino de regreso. Gurnemanz considera que Parsifal ha cumplido la misión de recuperar la lanza y le unge como nuevo rey del Grial. Parsifal, en su nuevo desempeño y como primera acción, bautiza a Kundry.
Unas campanas distantes anuncian el funeral de Titurel, y Gurnemanz, Parsifal y Kundry se encaminan hacia el Castillo. La mesa de la comunión ha desaparecido de la Sala del Grial. Incapaz de alzar el Cáliz, Amfortas ruega a los caballeros que le den muerte para acabar con su agonía. Pero Parsifal le toca con la lanza convertida en cruz y su herida sana. Parsifal, alzando el Cáliz, acepta el homenaje de los caballeros como nuevo guardián del Grial. Kundry, al fin liberada de su maldición, cae muerta. Amfortas y Gurnemanz rinden homenaje de acatamiento a Parsifal, quien bendice a todos alzando el Cáliz.
Una extraordinaria partitura
En Parsifal el dominio orquestal es absoluto, con una música extraordinaria y, por momentos, verdaderamente sublime. La orquesta es de considerables dimensiones e incluye tres flautas, tres oboes y corno inglés, tres clarinetes y clarinete bajo, tres fagotes y contrafagot, cuatro trompas, tres trombones, tuba, dos arpas, timbales y una muy amplia sección de cuerda.
Destaca sobremanera la extensa obertura inicial, dividida claramente en tres partes que contienen los más importantes temas recurrentes de la obra. La primera, con el tema de ‘El Amor’, de tremenda belleza e intensidad, cuenta con una orquestación que incluye al unísono violines, violonchelos, clarinetes, fagotes y corno inglés. El tema vuelve a repetirse en tono menor con los mismos instrumentos y, finalmente, con las trompas. En la segunda parte se interpreta el precioso tema de ‘El Grial’, enunciado por trompetas y trombones, e inmediatamente el tema de ‘La Fe’, también ejecutado por los diferentes metales, en forma de fuga, y que es retomado por las trompetas y oboes, con acompañamiento orquestal. En la tercera parte confluyen los dos temas anteriores y reaparece el de ‘El Amor’ en las maderas y el sonido tremolante de la cuerda, contestado por la orquesta con otro nuevo tema, el de ‘La lanza’. Esta obertura, verdadero compendio de la obra, concluye con el tema de ‘El Amor’ ejecutado en piano, primero por los clarinetes, luego oboes, flautas y violines, que confluyen directamente con el arranque del Acto I.
Cabe también resaltar en el Acto I ‘La música de la transformación’, de sublime belleza y que nos transporta a otra dimensión; así como la maravillosa intervención del coro de jóvenes escuchado en la lejanía que enlaza con el coro de ‘Los caballeros del Grial’, en primer plano, quienes cantan de manera solemne el tema de ‘La Fe’. Es muy importante la función de los coros en esta obra. Esto también se pone de manifiesto en el coro de las seductoras muchachas flor, en el Acto II, con una música colorista y sensual en fuerte contraste con ese melodismo de carácter espiritual y de sublime belleza que domina los actos I y III.
Dentro de ese intenso continuo fluir musical, en el Acto III, Wagner nos regala una maravillosa página orquestal, ‘Los encantos del Viernes Santo’, que comienza con solemnes acordes típicamente wagnerianos, donde son protagonistas los metales. En su transcurso se escucharán los maravillosos temas de ‘El Grial’ y ‘La Fe’. El tema propio de ‘Los encantos’ lo enuncia primero el canto del oboe, luego el clarinete y la cuerda en pleno, con sucesivas reexposiciones para llegar a un imponente crescendo de toda la orquesta. La coda final nos sumerge en una paz infinita.
En el entramado orquestal que domina esta obra se insertan como un instrumento más una serie de voces. Gurnemanz debe ser interpretado por un bajo de canto muy expresivo, junto a una buena capacidad dramática para afrontar sus larguísimas intervenciones sin que resulten monótonas. Amfortas requiere un barítono de magníficos medios, capaz de mostrar a través de su canto y actuación escénica un alto grado de dramatismo y desesperación en sus dos grandes intervenciones solistas en los actos I y III. Klingsor precisa de un barítono capaz de mostrar a través de su canto grandes dosis de maldad en sus dos intervenciones solistas del Acto II, entre las que se intercala el intenso y dramático dúo con Kundry. De menos relevancia es el personaje de Titurel, interpretado por un bajo nunca presente en escena y cuya voz siempre se escucha en la lejanía. Parsifal precisa de un heldentenor capaz de afrontar momentos líricos, heroicos y dramáticos, mostrando a través del canto la evolución psicológica de este personaje. Kundry es un papel para mezzosoprano (también lo suelen cantar sopranos dramáticas) con un canto pleno de expresividad y un intenso y contrastado fraseo. Debe moverse en una considerable extensión, entre el grave Do2 y el agudo Si4. Sin duda es uno de los grandes personajes creados por Wagner. Kundry y Parsifal protagonizan un largo dúo que domina el Acto II, donde ambos deben mostrar todas esas cualidades vocales e interpretativas antes apuntadas. En ese intenso dúo se intercalan dos importantes páginas solistas: ‘Ich sah das Kind an seiner Mutter Brust‘ (‘Vi al niño sobre el pecho materno’), donde Kundry intenta seducir a Parsifal hablándole de su madre. Y, cuando quiere besar al muchacho, este se aparta bruscamente, ‘Amfortas! Die Wunde!‘ (‘¡Amfortas! ¡La herida!’), página de intenso dramatismo, que requiere de Parsifal una excelente vocalidad y gran fuerza expresiva, en conjunción con el sonido orquestal. En la conclusión del Acto III Parsifal, dirigiéndose a Amfortas, tiene otra gran página solista, ‘Nur eine Waffe taugt‘ (‘Solo hay un arma que puede servirte’), donde la voz se inserta plenamente en el tejido orquestal que va reproduciendo los más importantes temas musicales de esta magna obra.
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