
Francisca de Asís Madriguera Rodón, Paquita Madriguera (Igualada, 1900-Montevideo, 1965), pianista y compositora, fue niña prodigio. Discípula preferida de Enrique Granados, contribuyó al estreno de la ópera Goyescas en Nueva York. Abandonó una carrera musical de éxito para ser esposa y madre en Uruguay. Después vivió artísticamente a la sombra de un genio, Andrés Segovia, del que acabó separándose para regresar a la música.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
La niña Madriguera
Resulta difícil pasar por alto las similitudes iniciales entre las carreras musicales de Paquita Madriguera y Pepito Arriola (1896-1954), como ella, virtuoso del teclado a tiernísima edad. Paquita fue un fenómeno, quizá no ingénito como presentó a Pepito la prensa, pero no menos asombrosa por su precocidad. Ya en las primeras apariciones (cuando habría que levantarla del suelo, como a Pepito, para sentarla en la banqueta del piano) se alababa la capacidad memorística de Paquita —que tocaba siempre ‘sin papeles’—, su ‘sentido del ritmo’, su ‘intuición expresiva’ en la interpretación. Llevada de la mano de mamá Paqui, como escasos años antes llevara Josefa de la mano a Pepito, como siglo y medio antes llevara Leopoldo al pequeño Mozart, Paquita fue de concierto en concierto por Cataluña, de ciudad en ciudad por España y por último de país en país (de América principalmente) hasta entrada la mayoría de edad.
Paquita, como Pepito, hizo la preceptiva visita a Palacio para admiración y deleite de la Familia Real y la corte españolas; como Pepito, incluía en programas de repertorio inconcebible casi para manos infantiles piezas de creación propia (La non-non, El aplec de l’ermita, Cavesprada de verano, Boda india…), manifestaciones ‘de una naturaleza musical enteramente excepcional’ que todo lo revertía en música a través de un piano, del que sacaba ‘un partido sorprendente; riqueza de sonoridades y de coloración, adaptación muy justa de la idea al medio sonoro, variedad de matices en el timbre […] riqueza de armonía, rítmica bien sentida y en ocasiones bastante original’ (Francesc Pujol, subdirector del Orfeó Català; notas al programa del debut de Paquita en el Palau de la Música Catalana, el 18 de marzo de 1912). Si bien la niña Madriguera no tuvo, como Pepito, hermanastras prodigio del piano como Carmen y Pilar, tuvo a Enric, hermano dos años menor que ella, violinista e ilustre compositor. Demasiadas similitudes para no pensar que, al menos en sus comienzos, las vidas de Paquita y Pepito fueron vidas paralelas.
La niña de Enrique Granados
Refiere Paquita en su autobiografía Visto y oído. La estrella del alba (Buenos Aires, 1947) que nunca fue a la escuela; tenía profesores particulares que la instruían en casa; y que ofreció su primer concierto público a los 5 años, en el Centro Autonomista de Sant Gervasi, después de haber obtenido el primer premio en un concurso de jóvenes intérpretes.
En 1906 Frank Marshall, discípulo de Enrique Granados, la recomendó para recibir formación del maestro en la Academia. Granados solía llamarla ‘niña’, y ella enseguida le cobró grandísimo afecto; también a Amparo, esposa del maestro; y por supuesto a Clotilde, la amante del maestro; como recordaría Paquita años después, los tres ‘eran seres de excepción, de esos que se elevan por encima de la generalidad. Y por eso mismo los tres sufrían y Enrique Granados se debatía angustiado entre su pasión por Clotilde y su piedad por Amparo’ (entrevista a El Plata, diario de Montevideo, 29-11-1960).
Clotilde Godó Pelegrí, hija del político y empresario Joan Godó i Llucià, era una joven talentosa y audaz que paseaba al maestro, dieciocho años mayor que ella, conduciendo su propio Hispano Suiza. Paquita fue testigo de las miradas cómplices, las sonrisas y las fugaces caricias entre los amantes, algo que Barcelona supo hacia 1912, cuando la pareja se mostraba sin recato en parques y paseos y muchas noches ante el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. La debilidad de Granados por sus alumnas era conocida: mantuvo un romance en 1904 con María Oliveró, dedicataria de las Escenas románticas; después con la señorita María Ojeda, protagonista de una breve pero ardiente pasión. Quizá hubiera más, aunque ninguna comparable a la compartida con Clotilde desde el verano de 1910, una ‘pasión digna de figurar en la historia de amores célebres, por cuanto terminó como aquellos, es decir, por la interposición de la muerte entre los amantes’. Y esto porque Paquita, que compartió escenario con Clotilde en el Círculo Mercantil en junio de 1912, estuvo siempre convencida, y así lo dijo a El Plata, de que fue el ansia de Granados por regresar con su amante lo que le llevó, perdido el buque español que le llevaría directo de Nueva York a Barcelona, a embarcarse en otro vía Londres-París y en cuyo tránsito, como es sabido, encontró la muerte el 24 marzo de 1916, junto a Amparo, en aguas del Canal de La Mancha.
Renuncias a la carrera musical
De la inmensa aceptación de Paquita en Norteamérica se hacía eco el semanario Blanco y Negro en septiembre de 1917 con el siguiente titular: ‘España en Nueva York. La mayor pianista del mundo’. Paquita estaba inmersa en su tercera gira americana, compartiendo escenario ahora con su hermano Enric, extraordinario violinista de 15 años. Habría todavía una cuarta gira por el continente, la última, en la que tuvo el honor, en Lima, de ser la concertista inaugural del Teatro Forero (hoy Teatro Municipal de Lima).
En Montevideo, en 1922, Paquita decidió dejar la música para contraer matrimonio con el diputado y director del diario La Democracia Arturo Puig Matho, miembro de la alta sociedad montevideana. Diez años más tarde, viuda y con tres hijas pequeñas, regresó a Barcelona con el propósito de reanudar su carrera artística. Reapareció en el Palau de la Música Catalana en febrero de 1933 interpretando conciertos de Liszt y de Saint-Saëns con Joan Manén al frente de la Orquesta Sociedad de Barcelona. En 1934 tocó el Concierto para piano de Grieg con la Orquesta Pau Casals, dirigida por el violonchelista.
Conocerá a Andrés Segovia, residente entonces en Ginebra; la impresión previa del guitarrista no podía ser peor, pero del contacto surgió la comprensión y de la comprensión, el amor. Contrajeron matrimonio en 1936, tras formalizar Segovia el divorcio de su primera esposa. Se trasladaron a Ginebra (las niñas, como en Uruguay, a un internado); y cuando estalló la guerra en España, nueva mudanza a Montevideo, donde Paquita disponía de bienes heredados de Puig.
Desde 1935 la agenda concertística de Segovia determinaba los viajes del matrimonio. El nacimiento de la primera hija, Beatriz, retrasó la incorporación de Paquita a la vida musical. Habría otro hijo más, Carlos. Momentos culminantes del retorno de la pianista a los escenarios fueron, en Buenos Aires y junto a Segovia, la adaptación del Concierto en Re de Castelnuovo-Tedesco, en 1941, y el estreno absoluto del Concierto para piano y orquesta núm. 2 opus 92, dedicado a ella por compositor italiano, acaecido en Montevideo en septiembre de 1946. En octubre Paquita y Segovia compartieron escenario por última vez. Se divorciaron en 1948. Al año siguiente madre e hija se instalaban en Buenos Aires; volcada en la educación de Beatriz, sus conciertos se distanciaron cada vez más. Regresará a Barcelona en octubre de 1953, para ofrecer un concierto con orquesta, y en diciembre, un recital.
Las composiciones de Paquita
Las composiciones musicales de Paquita Madriguera constituyen un reducido corpus de piezas para piano, brillantes e impetuosas, y de canciones con piano impregnadas del estilizado nacionalismo posromántico donde la impronta de Granados es tan reconocible; obras todas que merecen, por su calidad extraordinaria, mayor presencia en nuestras salas de cámara.
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