El director Pablo Urbina es pura emoción y entrega a la música. Tras dedicar la mayor parte de su vida a la trompa, decidió dar el salto a la dirección para poder impactar en la sociedad que le rodea. Entiende la música como disciplina artística y trata de conseguir la excelencia en su trabajo, pero también cree que es una herramienta para ayudar a los demás, a través del acompañamiento emocional, especialmente en el caso de colectivos vulnerables, a los que presta servicio a través de varias entidades con las que colabora. En la actualidad es el director titular de la Orchestra Vitae of London, pero vive con un pie en España, donde ha dirigido algunas de las orquestas más importantes y donde espera seguir trabajando en proyectos motivadores.
Por Susana Castro
¿Cuáles fueron tus primeros pasos en el mundo de la música?
Mi madre siempre cuenta que desde muy pequeño me movía mucho cuando escuchaba música, así que pensó que lo que me gustaba era el baile. Aunque nací en Vitoria, cuando tenía 3 años nos mudamos a Pamplona y comencé a hacer ballet hasta los 10 años. Me encantaba, me lo pasaba muy bien, pero realmente era la música lo que me gustaba. Nunca se me obligó a hacer música, a diferencia de muchos niños, fui yo el que pidió entrar al conservatorio con 8 años. Así comencé a estudiar el Grado Elemental de trompa en el Conservatorio ‘Pablo Sarasate’, aunque en un principio quería estudiar saxofón, pero no había plaza. Lo que me llamó la atención de la trompa fue su color, que era muy brillante y llamativo (risas).
Cuando comencé en el conservatorio ya había asistido a clases extraescolares con una profesora brillante, Uxue Úriz, a la que tengo un cariño inmenso porque gracias a ella tengo no solo este amor por la música, sino también la vocación de servicio a la música, algo que creo que es importante pasar a las futuras generaciones.
¿Continuaste con tus estudios de trompa?
Sí, completé toda la etapa de estudios reglados con Julián Cano y Koldo Pastor. Tuve una educación magnifica en el Conservatorio ‘Pablo Sarasate’, unos profesores estupendos, con los cuales a día de hoy tengo una grandísima amistad por el cariño que les tengo y por lo que me enseñaron. A la gente que te ha ayudado en tu vida siempre tienes que agradecerles esos momentos.
¿No había nadie en tu familia que se dedicase a la música antes que tú?
Mis hermanos estudiaron música un tiempo breve. La única persona que se ha dedicado a la música en mi familia fue mi tía abuela, Nati García, que falleció hace varios años, y a la cual tenía muchísimo cariño. Fue una profesora de piano muy querida, aunque nunca llegó a tener una carrera como pianista. Dio clases en diferentes conservatorios y finalmente se dedicó a dar clase de educación especial a niños, fue una de las pioneras de la musicoterapia en los años 70. También llegó a estudiar composición en el conservatorio y era muy amiga de Teresa Berganza. Siempre me inculcó muchísimo amor por la música; ella emanaba amor, era muy bondadosa.
¿En qué momento tuviste claro que querías dedicarte a la dirección?
Una de las cosas que es relevante con respecto a la trompa y mi cambio a la dirección es que en los ensayos pasaba más tiempo pensando en todo lo que pasaba a mi alrededor que centrado en lo que tenía que hacer, que evidentemente lo hacía, porque era mi trabajo. Desde mi posición en la sección de trompas tenía una visión muy interesante de lo que sucedía, siempre me fascinó. La dirección estaba en mi subconsciente desde hace muchos años. Mis amigos cuentan que desde pequeñito decía que iba a dirigir el Concierto de Año Nuevo, yo no lo recuerdo, pero sí que sé que cuando me fui a estudiar a EE. UU. con 17 años, con una beca para estudiar trompa, me di cuenta de que quería dedicarme a ello. A través de un festival que organizaba la orquesta joven de San Diego se me dio la oportunidad de pasar allí un verano, y después se me ofreció la posibilidad de quedarme como solista de la orquesta. Lo organizaron todo para que pudiera seguir con mis estudios de música y Bachillerato gracias a una beca del Club Rotario. A lo largo de mi carrera he tenido muchísima suerte y ha habido mucha gente que me ha ayudado, estoy muy agradecido.
En San Diego hice mis primeros pinitos como compositor y director y empecé a cogerle el gusto a ese mundo. Nunca me ha llamado la atención la posición de autoridad, lo que más me interesa es la mezcla entre la creatividad artística y la capacidad de gestión. Los directores somos meros intermediarios entre el compositor, los músicos y el público, y eso es exactamente lo que tenemos que hacer: lograr que el público sienta la música y que los músicos sientan la música que el compositor ha creado. Me fascina la comunicación con las personas.
A partir de entonces, cuando decides que este va a ser tu camino, ¿cómo te diriges hacia ello?
Pasaron muchos años desde que di esos pequeños pasos hasta que empecé a centrarme en la dirección. Los estudios superiores de trompa los realicé en EE. UU. porque estaba becado en la Thornton School of Music. Me entregué por entero al instrumento, pero tuve una lesión que no me permitió tocar durante nueve meses y me dediqué a otras cuestiones, como organizar conciertos, y comencé a recibir clases de dirección con Michael Powers, del cual aprendí mucho sobre técnica. Al mismo tiempo me curtí en lo referente a la orquestación, ya que también seguía estudiando composición, e instrumentación. Creo que todo en esta vida pasa por algo y, aunque al principio se me vino el mundo abajo por no poder tocar, ese tiempo me permitió centrarme en todo esto y darme cuenta de que era lo que quería hacer. La trompa ha sido mi compañera de viaje durante muchos años, pero no ha sido mi gran amor. Mi gran amor es la música. Con la trompa no iba a poder impactar en la sociedad, algo que para mí es muy importante de mi carrera como músico. Si el arte no tiene un impacto en la sociedad, ¿para qué existe?
Después comencé a estudiar en el Royal School of Music, también con la trompa, ya que consideraba que todavía no estaba preparado para dar el salto y me dieron una beca casi completa y un trabajo. Ahí comenzó mi estudio activo de la dirección y, para conocer más la parte de gestión, presenté mi candidatura a presidente de los estudiantes del Royal School of Music y desempeñé esa tarea durante un año. Fue una gran experiencia, ya que solo hay dos presidentes, el de los estudiantes y el príncipe de Gales, así que la responsabilidad era muy grande, fue una oportunidad de oro. Fui el primer estudiante internacional que realizaba esta tarea. Terminé completando mis estudios de trompa y dirección al mismo tiempo.
¿Quiénes han sido tus maestros?
En Londres estudié con Peter Stark, un grandísimo profesor del que aprendí muchísimo; es una gran referencia como pedagogo, me inculcó el amor por la dirección.
Nunca he dejado de estudiar, sería estúpido por mi parte pensar que ya lo conozco todo. En los últimos dos años mantengo una bonita amistad y mentoría con el director asociado de la City of Birmingham Symphony Orchestra, Michael Seal, que tiene una gran experiencia y es enormemente resolutivo.
Cuando compaginaba la trompa y la dirección tuve la oportunidad de estudiar con John Wilson, con el que aprendí mucho, le debo el conocimiento que tengo de las cuerdas. No creo conocer más la sección que un instrumentista de cuerda o un director que previamente ha sido instrumentista de cuerda, pero John es conocido en Inglaterra por el sonido que es capaz de sacar a esa sección. Muchas veces me preguntan si antes era violinista, es un halago para mí, nunca piensan que antes he sido trompista (risa).
En la actualidad resides en Londres y eres titular de la Orchestra Vitae of London, ¿cómo comenzó tu relación con esta formación?
La orquesta cumplirá su décimo aniversario el próximo año, pero la primera vez que la escuché fue hace seis años cuando le realizaron un encargo a mi pareja, la compositora Dani Howard, que es muy reconocida en Reino Unido. Tienen mucha relación y yo estaba en su radar, así que cuando el director anterior dejó su plaza, me ofrecieron el puesto e hicimos varios conciertos de prueba; hubo muy buena química. La orquesta realiza pocos conciertos al año, y debido a la pandemia la actividad ha sido muy limitada. Este proyecto y estas circunstancias me han dado la oportunidad de plantear qué tipo de orquesta queremos ser; en Londres hay muchas orquestas y no es necesario reinventar la rueda, tienes que encontrar tu propio espacio.
¿Cuál es vuestro elemento diferenciador?
Una de las cosas que más me gusta de la orquesta es que en cada proyecto que hacemos tiene que haber siempre un apoyo a la música contemporánea, especialmente de compositores vivos; es una de nuestras señas de identidad. No me considero un director de música contemporánea, pero me encanta, la conozco y la he trabajado mucho. Lo que más me gusta es recuperar ese vínculo de unión que quizá no ha existido en los últimos años. Tenemos que ser capaces de mostrar al público que no hay separación entre la música clásica antigua y la música clásica nueva; podemos encontrar lazos que nos unan con el público, y también con los propios músicos, que a veces son los primeros que tienen reticencias. Esto ya estaba en la identidad de Orchestra Vitae, pero lo que hemos reforzado es la idea de que no es algo que ‘tenemos’ que hacer, sino algo que ‘queremos’ hacer, con música que realmente exprese y comunique. Nos gusta explorar música diferente, pero de calidad, también en el pasado, sacando a la luz obras desconocidas.
¿Qué peso tiene técnica en todo esto?
Soy muy crítico con todo lo que hago en la cuestión técnica, pero para mí lo más importante es que el concierto salga bien, comunicar, que al público le guste. La técnica hay que saberla, pero sirve para que cuando tienes que ayudar a los músicos de la orquesta, puedas hacerlo. La técnica te ayuda a que se vea bien lo que estás haciendo.
Para ti es muy importante la trascendencia social de la actividad artística, ¿cómo se desarrolla esto en Orchestra Vitae?
Nos planteamos para qué existe una orquesta en la sociedad, pero de nuevo no porque ‘debamos’ hacerlo, sino porque creemos en la responsabilidad social. Cada núcleo social es diferente y debemos adaptar nuestra actividad viendo dónde podemos ser más útiles, siempre y cuando también esté relacionado con nuestra pasión. Debido a la pandemia en la orquesta hemos sido conscientes de que cada vez hay más problemas que afectan a la salud mental y al bienestar de las personas y la música puede ser un alivio emocional. En Londres no hay muchas iniciativas artísticas que vayan en esta línea, así que nos estamos centrando en ello, sumándonos a sistemas de apoyo para las personas más vulnerables. Colaboramos con la organización Carers UK y realizamos actividades con ellos a través de streaming.
Además, nos apasiona hacer que la sala de conciertos sea un espacio seguro para la gente, que se sientan acompañados y que acudir solo a un evento social así no sea un estigma, por eso hemos creado Concert Chums (tu colega de conciertos), una base de datos que conecta a voluntarios con personas que no quieren ir o no pueden ir solos a un concierto. Son pequeños gestos, pero hay que empezar a cambiar el mundo por donde se puede. Somos una orquesta modesta, pero ayudamos en lo que podemos, y eso tiene un impacto en nuestra comunidad. Por supuesto esto no está reñido con la calidad y con buscar que la orquesta cada vez sea mejor. La actividad artística de la orquesta se justifica por sí misma, pero buscamos hacer más.
Eres embajador de la organización The Amber Trust en Reino Unido, ¿a qué se dedica esta entidad?
The Amber Trust provee clases de música y ayuda a través de la educación musical a personas ciegas o con problemas de visión, sobre todo a niños. Siempre que puedo organizar conciertos benéficos, lo hago, y así fue como les conocí. Me recordaron a la ONCE, cuando vi sus actividades y cómo ayudan a la gente, decidí implicarme. La labor del embajador, además de ayudarles en promoción y visibilidad, es organizar actividades para los miembros de la organización y darles soporte estructural en sus proyectos, además de representarles y ayudarles a generar vínculos.
Veo que tienes relación con el público infantil, ¿crees en los programas pedagógicos y en dedicar atención a ese público del futuro?
Sí, de hecho me gustaría abrir nuestros ensayos a niños y hacer una charla previa con ellos explicándoles lo que van a escuchar y a quién van a ver como si fueran adultos, sin ser condescendiente. De esta manera, van a apreciar mucho más la música y puede que esto impacte en ellos tanto como lo hacía mi profesora en mí cuando era pequeño. En lugar de dar las clases sin pasión, se las preparaba a conciencia; recuerdo escuchar con ella L‘elisir d‘amore de Donizetti, nos explicó la ópera y a mí me marcó. Ese extra hace que una persona como yo, veintitantos años después, siga teniendo amor por la ópera. Estas pequeñas cosas pueden cambiar mucho la sociedad, aunque suene demasiado optimista.
Hablemos ahora sobre tu actividad en España, que está muy ligada a la figura de Pablo de Mielgo, ya que has sido hasta agosto su asistente en la Orquestra Simfònica de les Illes Balears y también en la Sinfónica de las Américas de Florida, ¿cómo surge vuestra relación?
Pablo para mí es un gran mentor, un apoyo enorme y un grandísimo ser humano y músico. Nos conocimos hace muchos años cuando yo vivía en Los Ángeles y él estaba allí de asistente en la Ópera, con James Conlon y Plácido Domingo. No volvimos a coincidir hasta 2013, cuando él dirigió una ópera en la Fundación Baluarte y yo estaba tocando con la Sinfónica de Navarra como trompista, aunque ya estaba con un pie en la dirección. Le invité a comer en Pamplona y le hice muchas preguntas. Me invitó a asistirle en un Don Giovanni que se iba a hacer allí al año siguiente, y a partir de ahí empecé a colaborar con él en varios proyectos, Pablo se mueve mucho.
En octubre de 2019 surgió la oportunidad de entrar como asistente en la OSIB, formación a la que yo ya había dirigido anteriormente y con la que había tenido una química instantánea. Pensé que sería una oportunidad muy buena, ver cómo funciona una orquesta en España, no solamente la parte artística, sino la gestión. Estoy muy agradecido porque gracias a la orquesta no he parado mi actividad durante la pandemia.
He aprendido muchísimo de Pablo, de la orquesta y de la oficina, son gente que trabaja fantásticamente. Estos dos años han sido una experiencia preciosa. He decidido que es un buen momento para centrarme en mis proyectos tras no haber podido estar tanto en Londres. Pablo ha apoyado esta decisión y sé que no es un adiós, sino un hasta luego. Volveré en diciembre y enero como director invitado, la relación con la orquesta no se va a terminar.
Has dirigido algunas de las orquestas más importantes de nuestro país, como la Filarmónica de Málaga o la Sinfónica de Navarra. El pasado mes de mayo dirigiste a la Sinfónica RTVE, ¿cómo viviste esta oportunidad?
Para mí, más que una oportunidad, fue un sueño hecho realidad, aunque suene muy cliché. Es la orquesta con la que he crecido, así que para mí es uno de esos momentos que definen mi carrera; y con este ya llevo tres, si sumamos que he tocado para mi ídolo, John Williams, y la primera vez que dirigí a la Sinfónica de Navarra, porque es la orquesta de mi casa y además estaba con mi profesor, Julián Cano.
La experiencia con la RTVE fue buenísima, un trato admirable desde el principio, los músicos se portaron genial, el nivel es altísimo y también las ganas de trabajar. Además, la forma en la que trataron a los solistas, que eran ganadores de Juventudes Musicales, fue impresionante y me parece importante decirlo, porque todos éramos jóvenes.
Otra forma de acercar la música clásica al público ha sido tu participación en la nueva banda sonora de la Casa Batlló de Barcelona, ¿en qué ha consistido este proyecto?
En este proyecto yo llevaba la supervisión del concepto musical y Dani, mi pareja, la composición. Cuando la Casa Batlló decidió apostar por nosotros nos dijeron que no querían una banda sonora para la nueva visita, sino una banda sonora para Gaudí. Detrás hay muchísimo pensamiento sobre cuál es el sonido de la Casa Batlló, qué quiere comunicar y para qué sirve. Ha sido un proyecto muy bonito al mezclar el mundo visual con el mundo sonoro, dar vida a cada recoveco de la casa. Coincidió con el confinamiento y tuvimos mucho tiempo para trabajar. El proyecto trasciende el encargo de la banda sonora, ya que hay muchas ideas sobre distintos formatos en los que se podrá utilizar esta música. Me encanta la relación de la música con el mundo audiovisual y otras artes, algo que ya comencé a explorar cuando estudiaba en Londres, en un proyecto con el Royal College of Art y música del compositor Óscar Navarro que se llamaba El arca de Noé.
También fue muy emocionante grabar en septiembre de 2020 en los Estudios Teldex de Berlín. En España se estaba trabajando en formato reducido y yo pude dirigir a 80 músicos de la Filarmónica de Berlín, de la Radio de Berlín, etc.
¿Cuáles son tus próximos compromisos?
En noviembre estaré como asistente con la London Philharmonic Orchestra y la City of Birmingham Symphony Orchestra, me apetecía mucho recuperar la actividad como asistente en Londres. Como decía antes, en diciembre y enero vuelvo a Mallorca con la OSIB. También estamos pendientes de recuperar el concierto que se iba a hacer en la Semana Internacional de Cine de Valladolid con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. En 2022 dirigiré por primera vez a la Banda Municipal de Música de Vitoria y esta oportunidad de dirigir en mi tierra natal me hace mucha ilusión.
Por otra parte, tendré tiempo para respirar un poco y estudiar, que en esta nueva etapa lo necesito. Es importante crear espacio para pensar qué quieres hacer en el futuro y hacia dónde te quieres dirigir.
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