Vivimos unos tiempos cambiantes, de gran inestabilidad, etapa que Zygmunt Bauman acuña como ‘modernidad líquida’. Ante esta situación, las personas que nos dedicamos a la música culta debemos reflexionar sobre nuestra posición y sobre nuestra supervivencia como elementos culturizantes, educativos, socializadores y de entretenimiento.
Por Luis Orduña
Cuando hablamos de la dicotomía ‘nuevo’ y ‘viejo’ público, podemos caer en el error de pensar en la edad de la gente asistente a los conciertos. Para nada me refiero a esto. El concepto de ‘viejo’ alude al público que asiste regular y fielmente a los conciertos, independientemente de su edad. Un público consolidado y acostumbrado a un repertorio con el que lleva conviviendo durante mucho tiempo. Por otro lado, el ‘nuevo’ público es todo aquel que consume música por múltiples medios, pero que aún tiene pendiente acercarse y descubrir el maravilloso mundo de la música culta en directo.
Desde la infancia hasta la tercera edad, sea cual sea el nivel socioeconómico o el nivel cultural, todo individuo es público potencial de un concierto de una orquesta, una banda o un coro. Y es que estas entidades pueden y deben servir a objetivos tan diversos como la educación musical, la integración socio-cultural, la trasmisión de valores patrimoniales o el divertimento y el disfrute del oyente. Bien distintos todos ellos, sí, pero perfectamente compatibles.
Es, sin duda, un tema realmente complejo en la práctica, más cuando existen múltiples brechas difíciles de salvar. Y es que las razones por las que alguien no se acerca a una la sala de conciertos pueden ir desde lo ajena que les resulte la música programada, tan lejana a la música comercial que escuchan, lo ajeno que se sientan en ese entorno físico, tanto respecto al espacio como a las personas que allí acuden, o la dificultad que les suponga abonar la entrada, entre muchas otras. Es complicado, pero a su vez apasionante, y considero que debemos convertir esta dificultad en un reto para todas y todos los que nos dedicamos a esto. Por todo ello, no deberíamos hablar de ‘obligación’, sino de ‘necesidad’, que casi son sinónimos pero, creo, que con connotaciones bien distintas. Considero, por tanto, que tenemos la necesidad de programar para llegar a todo el espectro social, sin complejos ni ideas preconcebidas.
Nuevos tiempos vs. viejos tiempos
A nadie se le escapa la idea de que la sociedad y el modo de vida de las personas han cambiado enormemente en las últimas décadas. Y es que, cada vez vivimos más deprisa, recibimos más estímulos que nos obligan a dar respuestas cada vez más inmediatas y la superfluidad es, día a día, más manifiesta. Exactamente igual ocurre con la comunicación; hemos pasado de la carta que iba al buzón al inmediato WhatsApp y de los carteles anunciadores de conciertos a la publicidad en tiempo real en redes sociales. Respecto a la música, se ha pasado de vivirla, únicamente, en directo a través de las bandas y orquestas sinfónicas, las orquestas de baile o el órgano y el coro en la iglesia, a que la música nos acompañe durante, prácticamente, todo el día; en nuestro ocio, en el trabajo o en cualquier momento a través de nuestros propios auriculares.
Y este es el escenario actual, que ni tú ni yo vamos a cambiar. Esta nueva etapa, que el sociólogo Zygmunt Bauman denomina ‘modernidad líquida’, afecta a todos los aspectos de la existencia humana. Este escenario es el que es y creo que, pese a todo, es un escenario con posibilidades increíbles, casi ilimitadas, pero que requiere de observación y de estudio. De algún modo debemos hacerlo nuestro, asimilándolo, siendo conscientes de la evolución, pero sin hacer una lectura nostálgica. Solo así, de un modo sensato y objetivo, podremos adaptarnos al nuevo escenario y conseguir perpetuar la música culta en directo.
‘Nuestro público’, un arma de doble filo
Tan cierto es que resulta complejo llegar a ‘nuevos’ públicos como que las bandas, las orquestas o los coros tenemos un público fiel, abundante y generoso, que ‘consume’, prácticamente, todo lo que le ofrezcamos y que, además, lo hace con gusto y por placer, sin escatimar en aplausos y elogiando nuestras programaciones de conciertos, sean las que sean. Y de ahí lo del ‘arma de doble filo’. Si con este ‘nuestro público/viejo público’ llenamos las salas de concierto, ¿es realmente necesario llegar a otro público distinto? Por otro lado, ¿qué problema tenemos si muchos de nuestros oyentes tienen una edad muy alta? Podríamos pensar, casi de manera obvia, que no existe problema alguno; siempre habrá un público de este segmento dispuesto a acudir a nuestros conciertos. Desarrollemos estas ideas.
Creo que, sinceramente, nuestra vía de trabajo debe ser doble; por un lado, cuidar y seguir estimulando al público ‘viejo’, al habitual, al constante. Por el otro, debemos ser lo suficientemente versátiles, adaptativos y actuales para resultar atractivos como oferta cultural a un público que, de primeras, no tiene una especial vinculación con nuestro entorno; el ‘nuevo’ público. Y, ¿cómo lograrlo? Básicamente programando actividades para niñas y niños, para jóvenes y para adultos. También para público con buenos y asentados conocimientos musicales y para quien no los tenga, para quien se emociona con el repertorio tradicional y para quien demanda vanguardia. Para quien quiera aprender y para los que quieren disfrutar. Una importante empresa de refrescos azucarados ya lo decía en un spot hace unos años: para los optimistas, para los que juegan, para las familias, para los ansiosos… para todos.
¿Y qué sucede con los oyentes fieles? Considero imprescindible no descuidarlos. Es nuestro público, nuestro ‘viejo’ público, tan amante de la música que es capaz de reciclarse, sin complejos y que, a menudo, está mucho más abierto a las nuevas propuestas y a los cambios de lo que lo estamos los intérpretes y directores (y gestores). Ese público demanda música de calidad, música bien hecha, con cuidado y cariño, de manera que no es tan importante si son sinfonías clásicas, pasodobles o música escrita en el último año. Por encima de todo, adoran la música.
Planteaba, por otro lado, la premisa de que siempre existirá un público de edad avanzada en los conciertos que tomará el relevo del público actual. ¿Esto es así, en realidad? Para ponerlo en duda permíteme plantearte un símil. De todos es sabido que la Iglesia Católica tiene dificultades para mantener un buen número de fieles que acuda a sus liturgias. No obstante, también es cierto que tiene feligreses, incluso de misa diaria. Por ello, podríamos hacer la siguiente lectura: no es demasiado problemático para la Iglesia que la gente joven no acuda a los oficios porque cuando sean más mayores cambiarán sus hábitos y se convertirán en el relevo de la generación actual. Francamente, no parece demasiado realista esta visión. Los fieles que acuden a misa diaria, o cada domingo, llevan haciendo esto desde que eran niños, se trata, por tanto, de hábitos aprendidos y naturales y en realidad nunca han cambiado sus costumbres ni sus prácticas. Aunque parezca que me estoy yendo por las ramas, no es así. El símil que pretendo mostrar es sencillo: este público de edad avanzada que actualmente acude a los conciertos tiene una relación histórica con las bandas, orquestas y coros desde la niñez. En algunos de los casos incluso el contacto ha sido anterior con la música en directo que con las grabaciones.
Creo que estarás de acuerdo conmigo. No podemos esperar que el público se cree por inercia, y únicamente conseguiremos cambios tras nuestras acciones.
Zona de confort
Es fundamental que hablemos de este término para poder enfocar el tema que nos ocupa. Resulta necesario, preciso, incluso obligatorio, que absolutamente todas y todos salgamos de nuestra zona de confort para abordar el tema que nos ocupa. Y llamo zona de confort a ese espacio donde estamos seguros y cómodos, donde todo está controlado, donde el repertorio es el habitual y el esperado, tanto por el público como por los músicos. Nada puede fallar y, efectivamente, nada falla. Tan seguro como que con esa ‘propuesta de confort’ no conseguiremos que nuevos públicos se animen a acudir a nuestros conciertos.
Como se intuye en el párrafo anterior, cuando decidimos salir de nuestra zona de comodidad se va a producir irremediablemente una crisis. Si la idea surge de la dirección musical, esta provocará miedos e inseguridades e, incluso, rechazo por parte de los responsables de la gestión en primer lugar y, en segundo lugar, también, probablemente, por parte de algunos de los músicos. Absolutamente razonable todo esto, nada criticable y es que, que tú estés preparado para salir de la zona de confort no implica que el entorno lo esté. Y si lo está, te transmitirá sus dudas respecto al ‘consumidor’ final; al público que acude para escuchar el repertorio tradicional (el ‘viejo’ público). Y, en cierto modo, puede que no se equivoque, puesto que el público habitual acude a escuchar la música que conoce, la que lleva escuchando desde siempre. ¿Qué pretendes si nunca les has ofrecido otra cosa? No obstante, mi experiencia me dice que esta premisa no es cierta. El público es mucho más receptivo de lo que podamos intuir y, una vez que alimentes en ellos el gusanillo de la sorpresa y la novedad, no hay un paso atrás, estás condenado a avanzar sin retorno y a presentar continuamente algo novedoso. Y esto… ¡es tan genial!
Pequeños-grandes pasos
Es posible que, llegado a este punto, hayas decidido salir de tu zona de confort y estés dándole vueltas al tema. Quizá esta cuestión hasta te está empezando a preocupar. No te ‘pre-ocupes’, sencillamente ocúpate de la cuestión. No te adelantes a las dificultades y no presupongas las críticas, debes dar los pasos que consideres oportunos siempre siendo tú mismo y siendo fiel a tus ideales, a tus compromisos y a tu visión.
Tanto si eres intérprete, como si eres gestor o si eres director o directora, debes, antes de nada, visualizar cómo quieres que sea esa agrupación ideal. Imagina ese público que quieres que ocupe las butacas. Si compartes mi opinión, imaginarás tantos públicos distintos como conciertos. Ponte en el lugar de cada uno de esos públicos y piensa qué te gustaría que se les ofreciera. Pero no debes quedarte ahí, el siguiente paso consiste en pensar qué contenido vas a ofrecer a tu público, al ‘nuevo’ y al ‘viejo’, para que, además, los conciertos les hagan crecer y avanzar también como consumidores de cultura.
Para que un concierto sea atractivo para ese ‘nuevo’ público piensa que debe tener un hilo conductor, un tema, una cuestión que dé cohesión al concierto. Reflexiona si para quien acuda al concierto este será más atractivo si incluyes algo de información en los programas de mano o preferiblemente a través de las palabras del director o directora. Esto resulta interesantísimo para el oyente, ya tendrás tiempo para comprobarlo.
El contenido musical debe ser de la mejor calidad posible, seleccionado con mucho cuidado y que, como decía antes, suponga un reto tanto para intérpretes como para oyentes. No será sensato que se planteen cambios radicales, pero sí un avance sostenuto. No plantees un repertorio donde cada obra suponga un extra de atención al oyente, dosifica esto de modo que plantees repertorio más sencillo, agradable y comprensible junto a alguna obra que obligue a una escucha más activa por parte del oyente. Si la obra es realmente compleja, añade la información que contextualice el repertorio, de modo que el público conozca por qué está esa obra en el programa. Las explicaciones facilitan la comprensión; todo resulta más sencillo de entender cuando va acompañado de una explicación. El no hacer esta labor pedagógica puede entorpecer e incluso complicar el disfrute y la escucha del oyente.
Aplica tus ideales, tu visión del mundo a los conciertos. Programa obras de mujeres compositoras si crees que su música está infravalorada, o de compositores jóvenes si opinas que se les debe apoyar en tan complejo camino. Programa composiciones de autores locales si echas en falta que su música ocupe un lugar que actualmente no tienen. Y programa música divertida si crees que hace falta alegrarle el día al público en momentos difíciles. O música para que reflexionen sobre un tema que te preocupe y desees compartir. En definitiva, haz del concierto algo tuyo, personal, intransferible y compártelo con el público.
Piensa que el público debe disfrutar con el concierto, evidente, ¿verdad? Sin embargo, con ello no quiero decir que deba ser un repertorio banal y absolutamente agradable. Reflexiona un momento. Si te gusta el cine, ¿siempre consumes el mismo género cinematográfico? ¿Siempre son películas con un final feliz? ¿Siempre son sencillas y no te hacen pensar? Supongo que ya has entendido y, probablemente, tu respuesta a estas preguntas ha sido no, no y no. Quieres ver cine que te llegue, que te conmueva o que te mantenga en tensión, que te haga reír o llorar, que te haga pensar o consiga que olvides tus problemas. Es decir, quieres ver películas que lleguen a provocarte sentimientos, positivos o negativos, pero que te provoquen.
Y esto es lo que, en mi opinión, debemos conseguir en cada uno de los conciertos: que resulten únicos e irrepetibles, tanto para los intérpretes como para el público. Que además supongan una experiencia vital, que conmuevan, que cambien al oyente. Que provoquen el deseo de volver a vivir una experiencia y que esperen ilusionados un nuevo recital. No resultará sencillo conseguirlo, pero sí te aseguro que es absolutamente gratificante, que marcará un antes y un después y que con perseverancia dejaremos de divisar esa dicotomía entre el ‘viejo’ y el ‘nuevo’ público, entre nuestro público y el oyente ocasional. Y es que, todas las personas son nuestro público, solo que aún no lo saben.
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