La genialidad del universal maestro gaditano Manuel de Falla ha alumbrado frutos musicales de inmenso valor para el patrimonio artístico de todos los tiempos. Su lenguaje y estética personales e inconfundibles le convierten en una figura poliédrica, cuya intelectualidad y magisterio se instalan definitivamente, con el reconocimiento unánime del público y eruditos, en el ámbito de la creación sonora. Hablar de Falla es hablar de las Noches en los Jardines de España, y acercarse a tan colosal obra maestra significa profundizar en el pensamiento de este ilustre compositor andaluz.
Por Paula Coronas
Nos decía, con buen criterio, Sopeña: “Si El Amor Brujo es la obra más radicalmente original de Falla, las Noches en los Jardines de España es la más influida y, a la vez, la más bonita en el sentido literal del término: una delicia, delicia inseparable de la estética modernista-impresionista, pero salvándose de cualquier tentación de decadentismo. Es la primera gran obra española para piano y orquesta: ni Albéniz ni Granados lograron esta cima. No pudieron lograrlo. Recoger lo brillante y eso recogido hace de ella “evocación”, ensueño –noches- una preciosa maravilla”.
Sobre la génesis de la obra
Las Noches fueron iniciadas en París hacia el año 1909, y concluidas en Sitges (Barcelona) en 1915. El estreno tuvo lugar el día 9 de abril de 1916 en el Teatro Real de Madrid por el pianista José Cubiles y la Orquesta Sinfónica de Madrid, bajo la dirección de Enrique Fernández Arbós, en un concierto que también incluía El Amor Brujo. Posteriormente, la partitura sufrirá algunos cambios y Falla revisará estas evocaciones de gran acento expresivo, donde el misterio, la melancolía y las atmósferas sonoras seducen desde el principio.
Si nos remontamos al comienzo, el maestro, residente en París, durante aquellos años de formación, entre 1907 y 1914, tras consolidar su vocación artística surgida en Cádiz y refrendada por algunos reconocimientos y éxitos posteriores en Madrid, había iniciado ya una serie de nocturnos para piano solo. Isaac Albéniz y el pianista Ricardo Viñes, gran conocedor e intérprete de la producción fallesca –recordemos su memorable estreno de las Cuatro Piezas Españolas en la histórica Sala Erard–, habían alentado a Falla para que ampliara la composición con la paleta orquestal, donde el piano tuviera un protagonismo evidente y, al mismo tiempo, un carácter concertante de elevado nivel musical. A su regreso a España, coincidiendo con el estallido de la I Guerra Mundial, Falla se instala en el pueblo costero de Sitges, hospedándose en una lujosa villa de su amigo, el conocido pintor Santiago Rusiñol. Es probable que la exposición pictórica de más de treinta cuadros que describían jardines de España que el artista preparaba en esta etapa influyera en el origen del lienzo musical, aunque otras voces aseguran que un poema de ambientación francesa perteneciente a Francis Jaume pudo ser el motor de inspiración que hay detrás de estas páginas, como apunta el compositor y crítico musical francés Henri Collet.
Ambas teorías de influencias francesas y españolas conviven con naturalidad en las Noches en los Jardines de España, y precisamente es aquí donde reside gran parte de encanto que poseen: de modo muy original el tratamiento rítmico, así como la introducción de motivos y escalas españolas están moldeados en una orquestación completamente francesa. Cuando Federico Sopeña nos ilustra sobre el término “Impresiones sinfónicas para piano y orquesta”, como se denominó primitivamente esta producción, nos remite al Diccionario de María Moliner, donde la palabra “impresiones” se define como “huella o señal que deja una cosa contra algo que se aprieta”. Efectivamente, es eso lo que se evoca en las Noches. “Las evocaciones tienen un sentido único, gran pájaro de la noche en el agua”, continúa afirmando el musicólogo: “Este agua es inseparable de las influencias de Debussy y Ravel”.
La estructura de la partitura quedó acotada por tres movimientos que evocan diferentes jardines españoles: el Primero es En el Generalife que significa “Jardín del arquitecto”, forma parte de la Alhambra granadina, tantas veces añorada y cantada en el imaginario fallesco. A la ladera de una colina, este jardín evoca las fuentes de agua y los cipreses que la flanquean. Estampa irrepetible, donde las atmósferas sonoras invitan a la ensoñación y a la magia que desprenden los arabescos y acordes que la recorren. El misterio y la inquietud del Segundo movimiento o Danza lejana se unen a la incertidumbre que el propio Falla abre al no revelar jamás el punto de partida de estos sones. El tercer número, En los Jardines de la Sierra de Córdoba se asocia de inmediato con la localización geográfica implícita en el título, y supone la finalización de una partitura exuberante. El padre Sopeña nos habla de la deliciosa y repetida copla en este último nocturno, tal vez uno de los más célebres en la memoria auditiva del oyente, donde las dos manos al unísono cantan con absoluto protagonismo un eco, en homenaje a la copla de Sevilla de Albéniz. Tras este ambiente festivo que concilia evidente brillantez pianística y orquestal, llega ese final sosegado, sereno que camina hacia el silencio, donde se deja entrever la impronta de Debussy, y se anota en la página “sonido extinguido”, pero con las manos sobre las teclas. Impresionante rúbrica para una talla sencillamente genial.
Tal como explica el filósofo francés Vladimir Jankelevietch, los tres movimientos “no tendrían semejante brillo, semejante belleza inigualada, semejante frescura impresionista de vista, sonido y perfume, si no hubieran existido ya la Rapsodia española de Ravel y la Iberia de Debussy… En el mismo misterio –el misterio de la voluptuosidad y la oscuridad perfumada– que baña a En el Generalife, a Parfums de la Nuit de Debussy y a Prélude a la Nuit de Ravel, así como es la misma y única embriaguez primaveral que se alza abruptamente en la orquestación de Ravel y en las Noches”.
Se sabe que Falla planeó agregar un cuarto movimiento, basado en el Tango de Cádiz, su ciudad natal, pero finalmente estos aires quedaron insertados en El Amor Brujo. Como curiosidad, y por extraña coincidencia, el motivo principal que recorre estos tres cuadros también fue usado por el compositor Amadeo Vives. Ambos músicos habían convivido en la misma casa durante un tiempo, y todos los días habían oído a un viejo mendigo ciego interpretar esta melodía en su violín desafinado. De forma inconsciente los dos artistas interiorizaron la tonada que fue finalmente incluida en sus respectivos compases.
Estética, forma, rasgos de estilo
James Burnett, otro de los grandes estudiosos y expertos en el corpus de Manuel de Falla nos sitúa ante una “obra que revela claramente, a partir de un punto de vista particular, el dualismo inherente al temperamento y a la conciencia españoles y, por lo tanto, al arte español. La partitura contiene, como quizá ninguna otra, los polos gemelos del encanto moro y de la sensualidad del idealismo intelectual gótico. Los arabescos flotantes, la calidez nocturna y la poesía emotiva se complementan perfectamente con la hermosa arquitectura de la Alhambra”. Ciertamente esta fuerte y contenida emoción que nos invade al escuchar y sentir las Noches, se aviva en el contorno característicamente rítmico, de incisivos acentos y elevada precisión métrica, en ocasiones intencionadamente ásperos y percusivos, donde se revive la presencia de la gitanería, emparentada directamente con los sentimientos del cante jondo, que posee la fuerza y el dramatismo implícitos en gran parte del legado fallesco, gracias al activo impulso que de la cultura gitana emprenden juntos Falla y Lorca en sus años dorados de Granada, allá por el año 1919, en que el músico llega a la ciudad. Es una etapa fecunda para el compositor: nace su segundo ballet El Sombrero de Tres Picos, con decorados de Picasso y coreografía de Massine; la fantasía escénica para tres voces y orquesta, El Retablo de Maese Pedro, inspirado en un episodio de El Quijote; o su famoso Concierto para clave y cinco instrumentos.
El tratamiento del piano en las Noches es magistral, actúa como aliciente en su diálogo con los timbres de la orquesta, enriqueciendo su textura, entablando un perfecto ensamblaje en los pasajes muy nutridos para el conjunto. En las partes solistas, el piano se hermana con la guitarra en los rasgueos, con el arpa, en los glissandi, con la percusión en los pasajes rítmicos… y la sonoridad de la orquesta evoca la gran tradición de la España gótica. La instrumentación de la partitura es muy rica y requiere una plantilla instrumental muy amplia en su versión original: piano, tres flautas y piccolo, dos oboes y corno inglés, dos clarinetes, dos fagotes, cuatro trompas, dos trompetas, tres trombones y tuba, timbales, platillos, triángulo, celesta, arpa y cuerdas.
Aunque el autor de estos pentagramas no escapa del todo a la huella de maestros como César Franck, Vicent d’Indy o Debussy, en el centro de la parisina Schola Cantorum, fuente ineludible en el ideario del autor, se aleja cada vez más aquí de la forma sonata para aproximarse en su obra a un carácter rapsódico. El propio Falla escribe lo siguiente sobre las Noches en los Jardines de España: “Si estas impresiones sinfónicas han logrado su objeto, la mera enumeración de sus títulos debe constituir una guía suficiente para el oyente. Aunque en esta obra el fin para el cual fue escrito no es otro que evocar el recuerdo de lugares, sensaciones y sentimientos. Los temas empleados se basan en los ritmos, modos, cadencias y figuras que distinguen la música popular de Andalucía, aunque rara vez están usados en sus formas originales. La orquestación emplea frecuentemente, y de manera convencional, ciertos efectos peculiares de los instrumentos que se utilizan en esta región de España. La música no tiene ninguna pretensión de ser descriptiva, es meramente expresiva. Pero algo más que los sonidos de los festivales y danzas ha inspirado estas evocaciones de sonido”.
Nos parece sustancioso aportar vivencias del propio Sopeña en el Festival hispano-alemán de Bad Elster, celebrado en agosto de 1941, donde Karl Schuricht dirigía la obra, y que revelan aspectos formales de interés: “este grande e inolvidable director era muy querido por muchas cosas, especialmente por su Debussy. Días antes del concierto fui testigo de su diálogo con Ernesto Halffter, asistente al Festival. Le mostraba así el carácter de nocturno tomado de Debussy y Ravel, pero le explicaba cómo la estructura del primer nocturno era una ampliación de la forma sonata en sus dos temas polares. Cubiles, que asistía al diálogo, le hizo notar conmigo el carácter tristanesco del clímax anterior al final. Schuricht al devolverle la partitura a Ernesto escribió un “muchas gracias”, firmado. A la vuelta lo comenté con Turina, que confirmaba el análisis pero señalando, que sobre esa estructura hay una estética de variaciones casi cíclicas y lo ejemplificó con el coral final de El Mar de Debussy, franckiano para él en su cromatismo”.
Herencia del orbe fallesco
Las múltiples interpretaciones y versiones de las Noches han traspasado siglos y fronteras desde su creación. El leridano pianista Ricardo Viñes puso en pie tantas veces la obra que llegaron a llamarle en clave de humor “El jardinero”. Es obra de referencia para legión de pianistas, que cuentan con ella en su repertorio como pieza esencial, de máximo calibre. Los numerosísimos estrenos que José Cubiles realizó han sido aclamados entre el público con verdadera admiración. Entre ellos destacan sus actuaciones con la Orquesta Bética de Sevilla, a la que el propio Manuel de Falla estuvo ligado desde su fundación allá por los años 20. Recordemos que la creación de esta agrupación musical por el músico gaditano fue una ilusionada aventura en la vida del maestro. En Sevilla existía una larga tradición de músicos, donde la Sociedad Sevillana de Conciertos alimentaba el panorama artístico de la ciudad hispalense. Esto debió impresionar a Falla cuando en la Semana Santa de 1921 asistió a la Catedral a la interpretación del Miserere de Eslava, bajo la dirección del excelente músico y director Eduardo Torres, presidente de la Sección de Música del Ateneo de Sevilla.
Finalizada la interpretación, nuestro protagonista expresó al director su deseo de conocer al joven violonchelista de la orquesta, Segismundo Romero. A partir de estos momentos comenzó a fraguarse una estrecha relación de amistad entre ambos músicos que perduraría toda la vida y que sentó las bases del proyecto embrionario de la fundación de la Orquesta Bética, histórica formación. Se recuerda con emoción el momento en el que se conoce la estremecedora noticia del fallecimiento del maestro Falla, acaecido el 14 de noviembre de 1946 en Alta Gracia (Argentina), donde había emigrado en 1939 dejando inconclusa su obra póstuma, la cantata Atlántida, sobre texto de Verdaguer, concluida por su mejor discípulo, Ernesto Halffter. La Orquesta y sus directivos realizan gestiones para la organización de un homenaje a don Manuel María de los Dolores de Falla y Matheu. El 9 de enero de 1947 llega por la mañana a Cádiz el féretro que contiene sus restos mortales, siendo el cadáver inhumado en la cripta de la Catedral. Esa misma tarde, y dentro de una serie de eventos conmemorativos, tiene lugar un concierto dedicado a su figura en el Gran Teatro Falla, donde suenan una vez más las inolvidables Noches en los Jardines de España, dirigidas por Ernesto Halffter y con el veterano José Cubiles al piano.
Indefectiblemente ligado a su pensamiento como compositor, su personalidad como intelectual e ideólogo de fuste en la cultura española de su tiempo, incorpora un carácter reivindicativo de contenido social muy potente. Este singular enfoque unido al análisis de la espiritualidad en su discurso hace que su obra sea estudiada no solo desde un plano estrictamente musical, sino también desde la óptica filosófica, estética e histórica.
Falla nos introduce en un universo sonoro único y original, que parte de una mirada retrospectiva al Neoclasicismo y avanza hacia la moderna vanguardia. Un lenguaje de cualquier época que desarrolla una poética mística, dramática, dulce, misteriosa, y sobre todo, profunda. Noches en los Jardines de España es un punto de inflexión en el piano español, uno de esos milagros sonoros que extraordinariamente se producen en el inventario de grandes maestros y que cautiva a la audiencia. Su huella ha quedado patente en creaciones posteriores que han rendido tributo a la imagen fallesca, donde la efervescencia de aquellas evocaciones que nos transportaban a la nocturnidad, sigue iluminando hoy el firmamento de intérpretes y diletantes.