La violinista Ana María Valderrama es un claro ejemplo de que el equilibrio sí es posible. Mantiene muy activas sus tres facetas profesionales (solista, camerista y docente) y salvaguarda su tiempo personal para dedicarlo a su familia. Acaba de presentar Lorquiana (IBS Classical) junto al pianista David Kadouch, un álbum en el que recopilan partituras vinculadas al artista andaluz.
Por Susana Castro
Tienes en tu haber más de quince años de trayectoria profesional. ¿Cómo ha evolucionado tu faceta como solista?
Creo que toco mucho mejor ahora que antes [risas]. Escucho mis grabaciones antiguas y creo que no tocaba tan bien, pero ya tenía empuje y facilidad para conectar con el público. Me he desarrollado muchísimo, tengo una profundidad mucho mayor. Hay más control del instrumento y mayor comprensión de la música, no es solamente esa cosa pasional y con arrojo que siempre he tenido, sino que todo está mucho más pensado, mejor entendido y es más profundo.
¿Y a nivel escénico?
Por supuesto, la presencia escénica se consigue en el escenario. El paso del tiempo te hace más seguro y eso se nota en el escenario. Tengo más claro mi papel como artista y como comunicadora, y estoy más cómoda con él.
Después de haber tocado con tantas orquestas, ¿qué es lo que más te motiva de ese trabajo?
Es muy especial. Puedes ir menos al detalle, como sí sucede en la cámara, porque no hay tiempo, pero sí hay un trabajo de espontaneidad y de saber adaptarse de manera muy rápida que me ha hecho aprender mucho. El solista debe adaptarse a la idea del director, a la de la orquesta. Hay que liderar de una manera tan fuerte como para que la orquesta entienda qué es lo que quieres sin tantas palabras y sin tanto ensayo, pero también hay que saber cuándo algo que propones no se puede lograr y tienes que adaptarte tú. Hay que jugar con ese equilibrio hasta que se consigue una versión que funciona. Me motiva mucho tener esa comunicación rápida y fluida con tantos músicos. Tocar en un escenario es compartir energía, con el público y entre los músicos, así que cuando hay una orquesta la energía es mucha y puedes presentar algo grande al público. Me gusta muchísimo.
Comentas que en ese contexto no es posible ir al detalle, ¿es eso lo que más te gusta de la música de cámara?
Sí, me encanta profundizar juntos en una idea común. La música clásica es muy rica, las buenas obras son obras de arte, nunca dejas de descubrir cosas de ellas, así que poder hacer eso con uno o varios compañeros es fantástico. Se aprende mucho al tocar con otra gente, nunca hay una verdad absoluta en la música. Se trata de ir descubriendo lo que creemos que el compositor quería decir con esas anotaciones, qué mensaje hay detrás de esas notas.
¿Estas dos facetas son complementarias para ti?
Sí, ambas partes me aportan mucho. A veces me frustro cuando quiero profundizar más en una obra con orquesta y no hay tiempo, pero, como te decía antes, me gusta la reacción casi improvisada, al instante, que se da en ese otro tipo de trabajo. Son dos mundos muy diferentes y me estimulan mucho ambos.
¿Qué papel juega la Ana María docente en esto?
Mi faceta docente fue casi una sorpresa para mí. No tenía claro dedicarme a la docencia y al poco de empezar me fue encantando. Intento que ambos mundos se retroalimenten, creo que por ser profesora toco mejor y por ser concertista enseño mejor. En el conservatorio no solo doy clase de violín, también llevo la orquesta. Hasta ahora era solo de cuerda, pero este año hemos introducido vientos. La dirijo junto al chelista Fernando Arias y entre los dos hacemos un trabajo muy bonito. Dirigimos desde el atril, tocando con los alumnos, y entre Fernando y yo nos entendemos muy bien. Al tocar con ellos creo que les inspiramos mucho, porque aprenden de la presencia escénica, del saber estar en el escenario, de cómo entendemos nosotros la música y cómo ensayamos. Es como si fuera un grupo de cámara grande al que llevamos nuestra experiencia artística. El hecho de tener que comunicar una idea precisa y concreta para que el alumnado lo entienda nos ayuda mucho a clarificar nuestras ideas.
Hay muchos centros en España en los que para el profesorado es muy difícil compaginar ambos mundos. ¿Crees que el profesor de instrumento tiene que ser un intérprete en activo?
Creo que siempre va a ser mejor. Eso no quiere decir que cada profesor se tenga que mantener activo toda su vida, puede llegar un momento en el que baje la actividad artística y continuar como docente, pero que lo prohíban me parece una aberración. No digo que sea imprescindible, pero insisto en que siempre va a ser mejor, aunque haya muy buenos profesores que no se suben al escenario y enseñan muy bien. Esta situación solo se da en España. No es posible que los profesores de instrumento no podamos tocar si es lo que queremos enseñar a los alumnos, ¡es de lo que nos nutrimos! Deberían facilitarlo, ser una parte importante de la docencia, al igual que en la universidad lo es la investigación. Yo combino todas estas facetas, pero al final son tres carreras diferentes, y tengo dos hijos…
¿Cómo consigues conciliar la crianza con el mundo profesional?
Es muy complicado. Llevo casi siete años intentando llegar a todo y más o menos consiguiéndolo, pero a un coste alto a nivel de salud y emocional. Es muchísima carga tener que seguir cumpliendo con tu trabajo como profesora al mejor nivel posible; como artista, ya que necesitamos mucho tiempo de creatividad, tiempos en blanco para poder nutrirnos; y criar a dos niños. Es un juego de renuncias, siento que no llego a nada, que lo voy sacando todo, pero perdiéndome cosas de mis hijos que no me hubiera gustado perderme y lo contrario, renunciando a cosas en mi carrera artística por tener niños pequeños que me necesitan, que son lo primero. La conciliación es muy difícil. Las personas, y especialmente las mujeres, hemos ganado muchísimo gracias al feminismo, pero hay que seguir trabajando en casa, criando a los niños, en un sistema capitalista en el que es muy importante producir. Tengo una pareja [el pianista Luis del Valle] que es responsable al cincuenta por ciento de todo y estamos los dos muy comprometidos, pero tenemos que estar constantemente cuadrando agendas. Él también tiene su carrera artística y tratamos de no coincidir. Siempre tenemos el apoyo de las abuelas y los abuelos, nos ayudan muchísimo.
Aun así, entiendo que el balance es positivo…
Sí, es una vida muy rica, aunque de tanta abundancia a veces también te ahogas. Me gusta mucho todo lo que hago y no quiero renunciar a ello. Si hubiera más ayudas a nivel social sería todo un poquito más fácil.
Hablemos ahora de los proyectos discográficos en los que te has embarcado. ¿Cómo te sientes cuando te escuchas en disco?
Hacer una grabación discográfica es una tarea muy dura. El propio proceso de grabación lo es: tres días intensivos tratando de tocar todo el tiempo al mismo nivel que ofreces en un concierto, con esa entrega y energía; es agotador. Tienes que llegar a entender que el disco es el reflejo de un momento concreto de tu carrera. Hay grabaciones con las que estoy muy satisfecha y otras con las que menos. Es una cura de humildad, tienes que decir: ‘esta soy yo’. No me canso de aprender, tengo sed de aprendizaje sobre muchas cosas diferentes, y grabar un disco siempre me ha hecho aprender muchísimo. Después de grabar siempre tocas esas obras muchísimo mejor.
En tu caso tienes tres discos con orquesta, lo cual es todavía más complejo.
Es muy difícil. Pasa lo mismo que te decía en el caso de un concierto, es más inmediato, tienes que estar con todos los sentidos despiertos y conseguir hacerlo perfecto en cada toma, porque hay muchísimas personas tocando y el tiempo es más limitado. En mi caso, además, he realizado siempre primeras grabaciones mundiales, por lo que no tienes referencia, y tampoco la orquesta, es mucho más difícil. Pero es una experiencia buenísima, desarrollas mucho tus reflejos y tu capacidad de concentración.
¿En qué momento llega este Lorquiana que estás ahora presentando?
Fue una idea que tuvimos el pianista David Kadouch y yo. Somos grandes amigos, nos conocimos en la Escuela Superior de Música Reina Sofía y estuvimos tocando muchos años en formación de cámara y nos entendíamos muy bien. Nuestros caminos vitales se separaron, estuvimos sin tocar juntos muchos años, pero sí mantuvimos el contacto. En 2021 tocamos juntos de nuevo y nos encantó, así que decidimos grabar algo para tener un proyecto que nos permitiera seguir juntos. Ha sido difícil sacarlo adelante porque él vive en París y yo en Madrid.
¿Cómo surgió ese hilo conductor?
Nos apetecía tener una historia que hilara el repertorio y unir varias artes. David ya había hecho un disco mezclando literatura y música y funcionó muy bien. A los dos nos encanta la literatura y nos pareció buena idea. Valoramos diferentes autores y Lorca nos pareció ideal. Empezamos a buscar obras en torno a él y dimos con este programa.
Estáis llevando al concierto estas obras. ¿Percibes interés por parte de los programadores o del público en un programa que tiene un hilo conductor?
Sí, creo que hoy en día es importante, cada vez los programadores piden más tener una historia que dé forma al concierto.
En este sentido, ¿sientes que el sector de la música clásica ha evolucionado desde que iniciaste tu carrera profesional?
Creo que vamos despacio, pero algo se va modernizando poco a poco. Los músicos clásicos estamos empezando a romper la cuarta pared y cada vez hay más comunicación con el público. Hay una búsqueda más profunda sobre el lenguaje musical. Ahora hay más respeto por el texto si lo comparamos con hace cien años. Hay un mayor entendimiento.
¿Por parte de los profesionales o también del público?
Creo que sobre todo por parte de los profesionales, pero también empezamos a hacer entender al público, para que la música no sea solamente abstracta. Hay ciertas pautas que se le pueden dar al oyente para que entienda mejor el discurso que hay detrás de una obra.
Esto es más evidente en el caso de la nueva creación, el propio compositor o compositora puede dar esas pautas al público. Has tenido oportunidad de trabajar con compositores vivos, ¿cómo ha sido la experiencia?
Es maravilloso trabajar con los propios compositores, es un sueño. Tuve la oportunidad de hacerlo con Fulgores de Lorenzo Palomo y fue precioso. En el nuevo disco las canciones de Lorca están arregladas por Alberto Martín Díaz. Son pequeñas obras de arte que parecen composiciones propias, de hecho, casi todas tienen un interludio nuevo. Cada una tiene su propio universo sonoro, son muy diferentes entre sí. Trabajamos mucho con Alberto cuando las estuvimos preparando y fue maravilloso. Podemos entender mucho de lo que el compositor plasma en la partitura, pero lo que podemos ver es limitado, así que recurrir al propio creador es increíble.
En la temporada 2023-24 has tenido mucha actividad, ¿cuál es el balance?
Fue una temporada muy activa, con la publicación de dos discos (Lorquiana y el dedicado a Eduardo Grau, donde interpreto el Concierto de Yuste) y muchos conciertos con orquesta y recitales. Además, tuve mi debut en China con la Sichuan Symphony Orchestra. Fue muy estimulante poder aunar todas mis facetas y reconquistar mi faceta artística, que me encanta y me enriquece.
¿Cómo se plantea la nueva temporada?
En el extranjero estaré en Colombia, Francia, Alemania y Suiza y en España de momento tengo compromisos en Madrid, Castilla-La Mancha, Málaga y Barcelona. He tratado de dejar algunos espacios en blanco para seguir conciliando. Este verano he descansado muchísimo. Todo es un aprendizaje en la vida: conforme vas cumpliendo años te das cuenta de que siempre intentas llegar a todo con un nivel de estrés alto y, aunque tengo mucha capacidad, eso puede acabar siendo una trampa. Hay que saber parar y entender que hacen falta esos momentos para recargar pilas y volver a coger los proyectos con ganas, encontrar el equilibrio.
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