‘Si alguien descubre que todo lo que estoy tratando de expresar con mi música es un poco de nostalgia y mucho humor y optimismo, deberá saber que es exactamente como me gustaría ser recordado’ (Nino Rota)
El compositor italiano es, seguramente, uno de los autores de bandas sonoras más reconocidos de todos los tiempos: en su poder obran las bandas sonoras de muchísimas películas de Fellini, con quien mantuvo una relación larga y fecunda, y también de cineastas como Luchino Visconti, King Vidor, Franco Zeffirelli, Francis Ford Coppola y Mario Monicelli, por mencionar solo algunos de los directores con los que colaboró. ¿Quién no ha se ha encontrado alguna vez canturreando la música de El Padrino? ¿Quién no recuerda los acordes que acompañan a Gelsomina, la inolvidable Giuletta Masina de La Strada, en su viaje junto a Zampanò? ¿O quién no ha sentido cierta empatía al conocer la decadencia de la aristocracia retratada en Il Gattopardo, magistralmente subrayada por una melodía suntuosa que alcanza su cenit en el vals que cierra la película? El autor de todas estas composiciones es Nino Rota, un músico nato, este artista absoluto que nació hace poco más de 101 años, el 11 de diciembre de 1911.
Poco después, en la década de los cuarenta del pasado siglo, llegó su consagración como autor de bandas sonoras para el cine. Compuso, en diez años, más de treinta, y esta cifra supuso solo el inicio de una extensísima carrera de música para el cine en la que sobresalen las bandas sonoras que hizo para las películas de Fellini. El binomio Fellini-Rota es casi inseparable, mítico, y gracias a él el séptimo arte cuenta con algunas de las bandas sonoras más memorables de todos los tiempos. La suya fue una colaboración más perecida a una historia de amor eterno basada en el respeto profundo que Rota profesó por Fellini y por la confianza que éste último depositó en su compositor fetiche. Algunas curiosidades en este sentido: cuando trabajaba con Fellini el compositor utilizaba un método de trabajo muy sencillo. El músico se sentaba al piano y el director iba contándole la película “a su manera”. Así, Rota inventaba sus melodías a partir no de las escenas filmadas o el guión, sino de las sensaciones que recibía del director. Juntos colaboraron en dieciséis películas creando un sonido propio y reconocible. En justa correspondencia, Rota renunciaba a dirigir la orquesta en sendas grabaciones de la música escrita para los largometrajes de Fellini con el único objetivo de estar más cerca del director y captar mejor sus reacciones a medida que se iban grabando los diversos bloques de la banda sonora. Esta colaboración tête à tête les permitía hacer los ajustes necesarios de manera precisa e inmediata.
Pero la magia de Nino Rota no se puso sólo al servicio de Federico Fellini. A lo largo de su carrera cinematográfica, que siempre compaginó con la labor pedagógica en el Conservatorio de Bari (que dirigió entre 1950 y 1979), Rota también trabajó con otros grandes realizadores como Luchino Visconti -con quien hizo Senso (1954), Rocco e suoi Fratelli (1960) y la música sinfónica y romántica de Il Gattopardo-, René Clement (Plein Soleil, 1959), King Vidor (War and Peace, 1956) o Francis Ford Coppola, para quien compuso las partituras de las dos primeras películas de la trilogía El padrino (1972 y 1974). Justamente, la banda sonora de este último filme hizo a Rota merecedor del Óscar.
Y es que Nino Rota, lejos de permanecer olvidado, es objeto de periódicas revisiones discográficas y ocupa un lugar destacado en las programaciones musicales de sendas orquestas sinfónicas y conjuntos de cámara. Permítanme hacer referencia, a raíz precisamente del centenario que conmemoramos y que festeja el nacimiento del músico milanés, al ejemplo protagonizado por la Orquesta Sinfónica de Galicia, agrupación que el pasado mes de septiembre vertebró una gala lírica en el marco del 59 Festival de Ópera de A Coruña destinada a refrescar la memoria de los aficionados con algunos de los temas principales compuestos por Rota, con la siempre agradable voz de la mezzo italiana Daniela Barcellona y de la soprano irlandesa Majellah Cullagh, bajo la batuta del también italiano Marcello Panni. Aún así, no fue éste el único apunte de la programación gallega de este 2011 que hizo referencia al aniversario que nos ocupa: el pasado mes de febrero el maestro Ros Marbá y su Real Filharmonía interpretaron el Concierto soirée compuesto por Rota en 1962 y que en palabras de José María Latorre “lejos de ir a la búsqueda de una absoluta originalidad, juega espléndidamente con el decadentismo romántico fin-de-siècle”. Son pequeños ejemplos (hallaríamos muchos más, sin lugar a dudas) de cómo este centenario ahonda en lo evidente: que la figura y obra de Nino Rota forman parte imborrable del imaginario sonoro colectivo de más de una generación.
Comparto, en este sentido, la tesis que apuntaba hace unos pocos años (en mayo de 2008) David Rodríguez Cerdán con motivo de la reseña publicada por Diverdi del CD Improvviso, a cargo del Albatros Ensemble. Sostiene Rodríguez Cerdán que Nino Rota, junto a figuras como las de Rózsa o Korngold, “ha tenido que bregar tanto con los prejuicios asociados a la ocupación cinematográfica como con las obtusas intransigencias de quienes argumentaron que su arte era retrógrado u obsoleto y le negaran los caminos de la subjetividad”. Con la perspectiva que nos da el paso del tiempo, resulta hasta cierto punto fácil de argumentar el porqué Nino Rota, que creció en una familia de músicos y trató con familiaridad durante su adolescencia en su casa milanesa a Ígor Stravinski y Arturo Toscanini, pudo haber sido el gran compositor italiano del siglo XX.
Sin embargo, su labor en el cine eclipsó en gran medida su faceta de creador de excelente música de cámara, sinfonías y óperas para convertirlo en el más importante autor de bandas sonoras del cine europeo. Sus trabajos para Fellini y Visconti, pero también Vidor, Coppola o Dmytryk, alcanzaron una difusión que casi haría olvidar su excelente catálogo orquestal.
Nino Rota nació en Milán el 3 de diciembre de 1911. Se ganó una notable reputación como un niño prodigio a la temprana edad de doce años interpretando el oratorio L’infanzia di San Giovanni Battista, que había compuesto cuatro años antes. Su madre, pianista, aseguró que el joven Rota recibió una educación musical sólida (cabe mencionar la influencia de su abuelo, el compositor y pianista Giovanni Rinaldi), motivo por el cual comenzó sus estudios en el Conservatorio de Milán en el año 1923. Allí fue alumno de Delachi, Orefice y Bas. En 1925-26, compuso la comedia lírica (en tres actos) Il principe Porcaro, basado en un relato de Hans Christian Andersen. Continuó sus estudios con Ildebrando Pizzetti, pero fue en 1926 cuando Rota se trasladó a Roma para continuar su formación en el Conservatorio de Santa Cecilia con Alfredo Casella; tres años más tarde recibiría su diploma en piano y composición. Siguiendo la recomendación de Arturo Toscanini, Rota se trasladó a los Estados Unidos, donde vivió desde 1930 hasta 1932. Ganó una beca para estudiar en el Instituto Curtis de Filadelfia, donde tomó clases de dirección de orquesta con Fritz Reiner y de composición con Rosario Scalero. Hizo amistad con Aaron Copland y desarrolló un notable interés por el folklore americano, las grandes películas de Hollywood y la música de George Gershwin. A su regreso a Italia, completó su tesis doctoral en 1937 sobre el compositor renacentista Gioseffo Zarlino (1517-1590). Rota fue nombrado profesor en el Conservatorio de Bari en 1939 y director del mismo centro en 1950, siendo uno de sus alumnos más conocidos el aclamado director Riccardo Muti. Rota falleció en Roma el 10 de abril de 1979; su extenso legado está supervisado por la Fondazione Cini de Venecia.
Nino Rota cultivó todos los géneros musicales, evitando la sensiblería y haciendo gala de un notable sentido del humor: sus obras sinfónicas bebían de la fuente romántica al más puro estilo Dvořák, imitando con buen gusto los mayores estilos musicales. Por el contrario, sus composiciones de música de cámara contienen ciertos toques de parodia como contrapeso a su declarado gusto por las formas neoclásicas. Trabajó siempre con una perspicacia y una maestría técnica que le hicieron ganar el respeto de los críticos, incluso de aquellos que lo consideraban pasado de moda. Rota consiguió un particular éxito con sus óperas Il cappello di paglia di Firenze de 1955 y La visita meravigliosa de 1970, considerada como una alegoría de su filosofía, y con sus sonetos Mysterium Catholicum (1962) y La vita de Maria de 1970, de una delicada y penetrante elegancia.
Además de maestro en la composición de bandas sonoras (celebrado de manera unánime resulta su especial talento por compenetrar música e imagen), Nino Rota compuso diversas óperas: Ariodante (Parma, 1942), Torquemada (1943), la ya citada Il cappello di paglia di Firenze (Palermo, 1955), I due timidi (RAI, 1950, Londres, 1953), La notte di un neurastenico (Premio Italia 1959, La Scala, 1960), Lo scoiattolo in gamba (Venecia 1959), Aladino e la lampada magica (Nápoles 1968), La visita meravigliosa (Palermo, 1970) y Napoli milionaria (Festival de Spoleto, 1977).
Destacamos también sus ballets: La rappresentazione di Adamo ed Eva (Perugia, 1957), La Strada (La Scala, 1965), Aci e Galatea (Roma 1971), Le Molière Imaginaire (París y Bruselas, 1976) y Amor di poeta (Bruselas, 1978) para Maurice Bejart.
Todas estas composiciones, sumadas a sus cerca de 150 bandas sonoras, se completan con una gran variedad de arreglos que van desde el piano solo hasta la orquesta sinfónica, sin olvidar la magnífica música de cámara que encuentra en piezas como la Sonata para viola y piano (1970) o el Trío para clarinete, violonchelo y piano (1973), sus obras más remarcables.
En 1973, Rota recibió tanto un premio Grammy como un Globo de Oro por su música para la película de Coppola, esta gran joya cinematográfica del siglo XX que es El padrino, mientras que en 1975 vería recompensada con un Óscar su labor compositiva para la segunda parte de la magistral trilogía (escrita en 1974).