Por Tomás Marco
No parece que a estas alturas sea imprescindible insistir sobre la importancia que el fenómeno Internet ha cobrado en todos los usos sociales, y creer que eso no afecta a la música sería una ingenuidad que puede acabar mal.
Está claro que quizá uno de los productos que más se han visto modificados por las nuevas tecnologías es el del disco. De hecho, estamos asistiendo a una evolución de ese soporte que más bien podría ser la desaparición del mismo o su reducción a un papel testimonial residual. La difusión y el consumo de música grabada están sufriendo una rápida metamorfosis que transforma una industria instalada desde hacía tiempo en unos usos repetitivos. Y el cambio no tiene que ver sólo con el grave problema de la piratería, más grave en algunos países que en otros (con España a la cabeza), sino con una redefinición de los modelos de negocio. Incluso, si nos referimos a métodos completamente legales, el disco acusa un descenso espectacular frente a la escucha modelo streaming o la descarga legal de pago .Lo que realmente desaparece es del soporte, no tanto la industria, aunque sería ingenuo pensar que ésta no se va a ver modificada.
Hay quien piensa que la desaparición del soporte físico afecta sobre todo a la música de consumo y no a la clásica. Pero eso es un engaño. Aunque sea con menor velocidad, la transformación del consumo de la música clásica se va a producir de la misma manera. La razón es que el fenómeno, que empezó con la música y siguió con el cine, se ha extendido a todos los soportes de las formas artísticas. Durante un tiempo, los verdaderos afectados eran los músicos y los cineastas, de manera que la venta de cd y dvd, así como su producción, cayó en picado. Incluso, hubo quien ingenuamente pensó que ahí se paraba la cosa. Pero la multiplicación de la imagen digital afecta a las artes plásticas y un espectador que se creía tan lejano como es el escritor de libros, de repente se ha visto envuelto en el tornado. Parecía que a ellos no les iba a tocar, incluso no se puede decir que fueran especialmente solidarios con sus colegas de la música o del cine, pero les ha llegado la ola. En el año en que estamos, la venta de soportes lectores de libros electrónicos se ha multiplicado y para el próximo futuro lo hará exponencialmente. En este momento es posible obtener con facilidad, de manera legal o ilegal, cualquier best seller, y los efectos se empiezan a sufrir. Los editores y escritores ya empiezan a poner el grito en el cielo y ya les van siguiendo los editores de periódicos y los periodistas —tan condescendientes ellos siempre con las descargas piratas que parecían no afectarles— se empiezan a dar cuenta de que ellos van detrás.
Pero aunque sea un fenómeno que afecta a otras cosas, aquí lo que nos interesa es la música. Hay quien piensa que todo es una cuestión de regulación legal, pero demasiado sabemos que los legisladores suelen estar a años luz de la realidad social y con estos fenómenos tan lábiles se nota mucho más su proverbial lentitud. Además, no se trata de regulación únicamente, ni de preservar un negocio que es legítimo, sino de una serie de hechos que van a cambiar el panorama independientemente de la regulación que consigan.
Recientemente un escritor se quejaba de que un músico (se refería a los poperos, claro) puede salir a dar un concierto público si no vende discos pero que ellos sólo venden libros. Bueno, un compositor sinfónico no lo tiene tan claro, pero si las cosas van normales a lo mejor no es tampoco el más damnificado. Conseguir un disco para un compositor actual era una tarea ímproba. Y una vez conseguido todo el esfuerzo quedaba tras la barrera infranqueable de la inexistente distribución y comercialización. Si algunos músicos de consumo han empezado a considerar la posibilidad de la autoedición y de colgar ellos mismos sus productos en la red e intentar venderlos no veo por qué un músico sinfónico no puede arriesgarse a hacer lo mismo. Con la ventaja para él de que está acostumbrado a no ver nunca un euro de los hipotéticos discos y hasta se podría permitir el lujo, si quiere, de regalar su grabación. Incluso, algunos ya lo van haciendo con algo más asequible como son sus partituras. En ese terreno, las editoriales tradicionales y otras nuevas están empezando a usar adecuadamente los nuevos medios. Hay ya editoras que sólo distribuyen por Internet, no productos físicos que se envían, sino otros que se descargan. E, incluso, en el mundo de la gran obra sinfónica o la ópera empieza a almacenarse obras en formato virtual que sólo se imprimen bajo demanda y en los ejemplares que hacen falta.
La revolución no va a acabar sólo en el mundo de los soportes sino que puede afectar también a la difusión de la propia música en vivo. La transmisión de conciertos en Internet es algo que se va imponiendo y que en realidad no necesita una infraestructura tan costosa como la de la radio o la televisión. Eso es algo que mejorará en calidad, cantidad, rapidez y costes en un tiempo seguramente breve. Incluso, ya se han intentado, con éxito desigual y logro también dispar, la transmisión de conciertos sincronizados que en realidad se están celebrando parcialmente en distintos lugares del mundo y se unifican en la red. Es posible que haya habido algún problema técnico momentáneo, pero eso es algo que se va a superar a toda velocidad. Incluso los intérpretes van a tener mucho que decir, si lo hacen bien, con las nuevas posibilidades, pues, de la misma manera que se puede dar la autoedición de partitura o sonido, se puede dar el autoconcierto promocional o comercial.
Se puede decir que los artistas siempre han tenido sus grabaciones en audio o vídeo para su promoción, pero es cuantitativa y cualitativamente distinto el que lo hagan a través de estos nuevos medios que, por lo pronto, ya han cambiado bastante en los aspectos de la intermediación y la representación de artistas. Y es que con las tecnologías emergentes nunca se puede especular del todo con el inmediato futuro ya que suele superar con rapidez todas las profecías. Baste pensar en la evolución e influencia social del teléfono móvil en muy pocos años y en que nadie cuando empezó fue capaz de hacer una previsión cercanamente optimista a lo que en realidad ha sido. Posiblemente las nuevas redes también van a desarrollar fenómenos que en el estado actual de la cuestión estamos incapacitados para ver. Lo que ocurre es que estas evoluciones no son ya de milenios, de siglos ni siquiera de décadas, se multiplican espectacularmente cada año y añaden posibilidades insólitas a las ya vistas.
De momento sabemos que hay una revolución con los soportes de la música que afecta a muchos otros aspectos de la música misma. No estamos quizá capacitados para concretar los vaticinios pero sí podemos tener la seguridad que todo ello se realizará más pronto y en mayor escala de lo que ahora estamos imaginando. Más nos valiera estar preparados para ello, pero con estos fenómenos ocurre como con las catástrofes naturales. No hay manera de luchar contra un tsunami o un volcán, todo lo más se pueden tomar medidas preventivas para que no nos pillen sin preparación. Muchas veces, saber que algo pasa, está pasando o va a pasar, aunque no se pueda hacer mucho más, es lo mejor que nos puede suceder. Vamos a ver muchos cambios en la música pero no hay ninguna razón para que esos cambios sean para mal. Si acaso serán para distinto y eso no es malo, salvo para los inmovilistas totales que piensan que cualquier cambio es necesariamente a peor.