‘Me gusta toda la música que hace feliz a la gente’, José Iturbi, Three Daring Daughter
Por Alejandro Santini Dupeyrón
En Estados Unidos, años 30 y 40 del pasado siglo, el valenciano José Iturbi viajó de concierto en concierto pilotando su propio aeroplano. Desde las emisoras de radio y las pantallas de cine, introdujo al gran público en la música clásica. Por ello fue amado y censurado. Entre sus admiradores, pianistas como Julius Katchen, para quien el Mozart de Iturbi era insuperable, y un sorprendente pero sincero Thelonious Monk, que lo consideraba su músico favorito. Hoy el legado musical de Iturbi parece solo un lejano recuerdo.
Durante la Segunda Guerra Mundial la industria cinematográfica norteamericana mantuvo alta la moral en casa. Mientras los hombres desembarcaban en las playas de Normandía y en remotas islas del Pacífico, las mujeres se ponían el mono azul y ocupaban sus puestos en las fábricas. También vestían con frac para reemplazarlos en las orquestas. O al menos así ocurría en la gran pantalla. En Music for Millions (1944), retitulada en español Al compás del corazón, hay una de esas orquestas. En una escena, Mike (la niña Margaret O’Brien, suerte de ratoncillo campestre de visita en la ciudad) irrumpe en el escenario, con maleta y paraguas, buscando a su hermana Bárbara (June Allyson), contrabajo en la orquesta sinfónica que interpreta la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák. Ajeno a la hilaridad del público, Iturbi dirige con gesto amplio y sonriente. Cuando repara en Mike, sorprendido, frunce el ceño; pero al ver que Bárbara ha dejado de tocar y con gestos apremia a la niña salir del escenario, enfurece y hasta se pone en jarras, sin por ello dejar de controlar la orquesta que ni siquiera mira. Desde ese instante y hasta el final del Allegro con fuoco alternará miradas igual de encendidas entre la avergonzada contrabajo y la niña entre bambalinas. Comprendido el porqué de la presencia de Mike, que viene a velar por Bárbara mientras su pareja se juega el tipo contra los japoneses, Iturbi será todo paternal comprensión y ternura.
Music for Millions desborda de música popular y clásica. Rosalind (Marsha Hunt) canta la famosa At Sundown de Walter Donaldson, y Andrews (Jimmy Durante) toca al piano y canta Umbriago y Toscanini, Iturbi and Me. El propio Iturbi deslumbra con el Concierto para piano de Grieg y tocando para Bárbara el Clair de lune de Debussy, pieza que la abisma en la tristeza, al no poder evitar pensar en su chico. Resuelto a levantarle el ánimo, Iturbi acomete el Vals en Mi menor de Chopin. Con Clair de lune, una auténtica rareza discográfica en los años 40, y con la sonata homónima de Beethoven, Iturbi consiguió ganar para la música clásica a una generación de jóvenes que conocieron su virtuosismo por los programas de radio y por las siete comedias musicales en que intervino en Hollywood, actuando siempre de sí mismo, como secundario junto a estrellas como Judy Garland, Gene Kelly y Frank Sinatra, o como coprotagonista junto a Jeanette MacDonald en Three Daring Daughter (1948). Poco antes de comenzar este rodaje la única hija del pianista, María, puso fin a su vida de un disparo. Tenía 28 años. Viudo desde hacía casi veinte, Iturbi ya solo contará en América con el apoyo de su hermana menor, Amparo, pianista como él, que en 1937 emigrara para actuar como concertista; algo que hace en cuanto desembarca en Nueva York, debutando en una emisora de radio, y junto a su hermano con la Orquesta de Filadelfia interpretando el Concierto para dos pianos de Mozart.
Que en sus películas Iturbi tocara siempre al menos una pieza popular (oído el boogie-woogie Route 66 de Three Daring Daughter el productor Joe Pasternak dijo que ‘tenía la mano izquierda más alucinante que nadie podría imaginar’) indujo a pensar que había entrado en decadencia como músico. Hubo colegas ofendidos y, según el propio Iturbi, otros dejaron de tratarle al convertirse en estrella de cine. Para algunos críticos deshonraba su talento. En mayo de 1951 la revista Times publicaba un artículo titulado ‘What happened to José?‘; se le presentaba como un intérprete superficial y mecánico, movido por un exclusivo interés pecuniario.
La forja del genio
José Iturbi Báguena nunca se tuvo por niño prodigio, aunque afirmaba haber tocado al piano pequeñas canciones con 3 años. Sus padres no fueron músicos: Ricardo Iturbi cobraba para una compañía de gas y afinaba pianos por las tardes; su madre, Teresa Báguena, era una aficionada entusiasta que el 28 de noviembre de 1895 rompió aguas durante una representación de la ópera Carmen. El pequeño José, tercero de cuatro hermanos, vio la luz del mundo apenas los Iturbi regresaron a casa. Aprendió a afinar pianos acompañando a su padre y a los 5 años recibió las primeras lecciones. Pronto comenzaría a trabajar en el primer cine mudo de Valencia, tocando hasta catorce horas seguidas antes de recorrer los cafés nocturnos, donde actuaba hasta el amanecer. Egresado del Conservatorio de Valencia en 1911 y del Conservatorio de París en 1913, recibió clases gratis de la clavecinista Wanda Landowska, impresionada por su talento. En 1915 el Conservatorio de Ginebra le ofreció la cátedra de virtuosismo; por su inflexibilidad como profesor los alumnos le apodaron ‘el inquisidor español’. La amistad con Ígor Stravinski data de entonces; el ruso le ofrecerá estrenar su Piano-Rag-Music (cierto que después de rehusar Arthur Rubinstein, dedicatario de la obra, que la juzgaba detestable). Pero en Ginebra Iturbi se verá abocado a un dilema: continuar con una vida rutinaria pero estable como profesor, o convertirse en virtuoso itinerante. Instalado de nuevo en París, pasará los años 20 recorriendo Europa de concierto en concierto. Tras el repentino fallecimiento de su esposa, María Giner de los Santos (se enamoraron siendo alumna suya y se casaron en 1916), en parte por dejar atrás el dolor, se embarcó para Estados Unidos.
Seguida con extraordinario interés por el público y la crítica, aquella primera gira americana supuso el comienzo de su leyenda como pianista. Debutó el 11 de octubre de 1928 con la Orquesta de Filadelfia bajo la batuta de Leopold Stokowski. Once días más tarde, en el Carnegie Hall, fascinaba con las Variaciones sobre un tema de Paganini de Brahms al prestigioso crítico del New York Times, Edwin Olin Downes; impresión corroborada en un segundo concierto que incluía la Appassionata de Beethoven y los Estudios de ejecución trascendental de Liszt. Cuando regrese a Europa la prensa concordará que nunca antes un pianista despertó semejante admiración y respeto. Ni siquiera Vladimir Horowitz, que acababa de debutar en Nueva York semanas antes.
Orquesta Sinfónica de Valencia
Iturbi, que eligió Estados Unidos para vivir en Los Ángeles hasta su muerte en 1980, recaló en su patria chica en 1948. Al año siguiente presentó en Madrid a la Orquesta Sinfónica de Valencia y en 1950 se la llevó de gira por Francia y Gran Bretaña. Fue la primera vez que una orquesta española viajaba al extranjero. En Londres, para el sello exclusivo de Iturbi, RCA Victor, grabaron dos discos de música española y amplia representación de compositores valencianos, con obras de Manuel de Falla, Manuel Palau, Joaquín Rodrigo, Eduardo López-Chávarri y el propio Iturbi (LP Mono LM-1138); Gerónimo Giménez, Leopoldo Magenti, Isaac Albéniz, Enrique Granados, Francisco Ros y Francisco Rodríguez Pons (LP Mono 3L 16171).
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