Pianista, director de orquesta, compositor de óperas, sinfonías, canciones y docente, el barcelonés Miquel Ortega es un artista todoterreno que tiene a sus espaldas una larga y exitosa trayectoria que le ha llegado a embarcarse en todo tipo de proyectos. Tras comenzar 2024 en el Palau de la Música Catalana, en el 125.º aniversario de la Fundación SGAE, dirigiendo a la Orquestra Simfònica del Vallès, le esperan meses de gran actividad en el podio, pero también abordará la composición de nuevas obras.
Por Ana Nasarre
No es habitual encontrar a un artista tan polifacético como tú. ¿Puedes explicar la evolución de tu prolífica carrera, y si hubo algún acontecimiento especial a destacar?
Todo empezó cuando de pequeño escuchaba en casa todo tipo de música, pero especialmente me llamaban la atención las óperas y zarzuelas que oía mi madre. Un día nos llevó a mi hermano Joan y a mí al cine a ver la película El gran Caruso, protagonizada por Mario Lanza. Recuerdo que faltamos al cole para ir a verla. Supuso un síndrome de Stendhal para nosotros a tan tierna edad, y no paré hasta que conseguí que mi madre comprara el disco con las principales arias que cantaba Lanza en la película.
Empecé a cantar con ese disco y a los vecinos les llamó la atención mi voz. Insistieron en que mis padres debían llevarme al conservatorio, y a mí la idea me hizo mucha ilusión. Me escuchó cantar el profesor de canto, el tenor Pablo Civil, y propuso que estudiara un año de solfeo y regresara. Así lo hice. Me volví a presentar a la audición; con 12 años canté ‘Recondita armonia‘ de Tosca,acompañado por el pianista y compositor Juan Dotras Vila. Me recomendaron empezar a estudiar piano y canto. Empezar canto a esa edad fue prematuro, pero lo del piano fue providencial. Ese fue el germen de lo que aconteció luego; la curiosidad por las distintas disciplinas me llevó a compaginar diversas facetas en el mundo de la música.
¿Cómo logras compaginar tantas actividades?
Centrándome por momentos en cada una de ellas. Cuando tengo que componer no pienso en nada más. Intento que no coincida con periodos largos de ensayos como director. En mi día a día, cuando no ensayo, dedico un tiempo a estudiar el piano (el instrumento no se debe abandonar nunca) y otro a estudiar o repasar las obras que tengo que dirigir. No se trata de gran cantidad de horas, sino de concentración.
De todas tus múltiples composiciones, ¿hay alguna de la que te sientes especialmente satisfecho?
Debo decir que de muchas obras me siento satisfecho. No quiero que suene pedante, pero si algo no me convence no lo doy a conocer. Me siento muy a gusto con mis tres óperas estrenadas, La casa de Bernarda Alba, El guardián de los cuentos y Après-moi, le déluge, así como con muchas de mis piezas para voz y piano, la faceta más extensa de mi obra como compositor.
¿En qué te inspiras para componer? ¿Es más ‘fácil’ si se basa sobre un texto o poema escrito?
No necesariamente, pero los poemas o los textos me suelen inspirar. Quizá se deba a mi temprana preparación como cantante. Aunque debo decir que me encanta escribir música instrumental. He compuesto varios conciertos para instrumento solista y orquesta (piano, guitarra, flauta, clarinete…) y mucha música de cámara. Suponen para mí otros planteamientos, normalmente más abstractos, que, si se trata de poner música a un texto, pero no por ello más fácil o más difícil.
¿Existe alguna diferencia, que quieras resaltar, entre interpretar o dirigir una obra compuesta por ti con relación a otra obra de otro compositor?
La pregunta me parece muy interesante. Al final, cuando uno dirige su propia música, también la tiene que estudiar en profundidad y eso hace que a veces te des cuenta de los ‘errores de cálculo’ que puedes haber cometido, como decía el gran Maurice Ravel. A mí me ocurrió con Bernarda, en la que cambié hasta cinco veces las indicaciones de tempo y metronómicas a la hora de estudiarla y ensayarla. Y, por supuesto, algunos retoques instrumentales, aunque menos que retoques en los tempi. No existe demasiada diferencia entre dirigir una obra propia a una de otro compositor. Quizá la más importante es que uno sabe (o al menos cree saber) lo que ha querido decir. Pero debo decir que algunos intérpretes de mi música me han hecho ver detalles en los que yo no había reparado, y eso me parece muy gratificante.
Respecto a las clases magistrales que impartes, ¿qué es lo que más te motiva? ¿Crees que los músicos tenéis el deber moral de transmitir vuestros conocimientos y experiencias a los más jóvenes?
Las clases magistrales me motivan muchísimo en general. Intento transmitir a los jóvenes detalles que me han llegado a mí a través de grandes profesionales con los que he tenido la oportunidad de trabajar durante mis años de maestro repetidor de ópera en teatros como el Gran Teatre del Liceu o el Teatro de la Zarzuela, así como experiencias propias que no se suelen aprender en el conservatorio y son fruto de la práctica. Creo que sí, es un deber moral transmitir todo eso a los más jóvenes. O no tan jóvenes, ¿por qué no? Siempre podemos seguir aprendiendo. Yo aprendo cada día algo nuevo.
Sabemos que es una pregunta difícil, pero si tuvieras que escoger solo una de las actividades que realizas, ¿cuál elegirías?
Si pudiera elegir, y fuera posible vivir de ello, elegiría, sin lugar a dudas, la composición.
¿Qué destacarías de todos los logros conseguidos a lo largo de tu carrera? ¿Te queda algún sueño por cumplir?
La verdad es que no sé yo si soy el adecuado para hablar de logros, aunque quizá el hecho de que se hayan estrenado y repuesto algunas de mis óperas, lo considero un logro. Me quedan muchos sueños por cumplir. No sé si estaré ya a tiempo de ello. Hoy en día 60 años no son tantos, pero soy consciente de que cada vez quedan menos. De joven uno de mis sueños era ¡debutar en Bayreuth! Ya sabéis que en Cataluña hemos sido siempre muy wagnerianos. A día de hoy uno de mis sueños es llevar nuestro patrimonio lírico, la zarzuela y la ópera española a cuantos más lugares mejor, pero no por ello dejar de dirigir las obras del repertorio francés e italiano que tantas satisfacciones me han dado. Y un sueño, que no sé si se realizará jamás, sería ver estrenada una de mis óperas de juventud: El fillol de la mort (El ahijado de la muerte), a ser posible en el Gran Teatre del Liceu. Soñar es gratis.
Aparte de tus múltiples compromisos, ¿te queda tiempo libre para dedicarlo a tus aficiones? ¿Puedes indicarnos cuáles son?
¡Me obligo a que me quede tiempo libre para mis aficiones! Mi afición principal, casi una profesión, pues le he dedicado prácticamente el mismo tiempo de estudio que a la música durante toda mi vida, es la magia. Soy mago desde los 6 años, cuando me quedé fascinado con algunos juegos que realizaba mi tío Agustín. Me regalaron una caja de magia y… hasta la fecha. Fui miembro durante años del desaparecido CEDAM (Círculo Español de Artes Mágicas), siendo apadrinado por el gran Màgic Andreu, que me introdujo en ese selecto círculo. Sigo en contacto con algunos de los mejores magos de España y del mundo, como los extraordinarios Woody Aragón y Joaquín Matas, por mencionar solo a dos de los magos españoles más internacionales, o con el argentino Marcelo Insua, campeón del mundo de la FISM en la modalidad de invención, con quien intercambiamos a menudo ideas sobre magia con monedas, o con mi brother mágico, Diego Muñoz, con el que actúo a dúo de vez en cuando, sobre todo en Madrid. También con el japonés Shimpei Katsuragawa, que gracias a Woody Aragón me invitó a participar en su documental sobre artistas de otras facetas que además somos magos. Hay que decir que tanto Woody como Shimpei son músicos también. Shimpei ha sido violinista y Woody es compositor. Recientemente, ha estrenado un musical de éxito llamado El aroma de Roma, y lo compagina con sus actuaciones mágicas en todo el mundo.
Mi otra afición, de la que tampoco puedo prescindir, aunque no al nivel de la magia, es el ajedrez. Mi hermano, gran ajedrecista, me descubrió la fascinación por este juego-arte-ciencia y siempre le estaré agradecido por ello.
¿Qué proyectos tienes para 2024 y qué te impulsa a seguir explorando y compartiendo la música con el público?
Para 2024 hay proyectos muy bonitos. He empezado el año dirigiendo nuestra música en el Palau de la Música Catalana en un recital con obras de Chapí, Vives, Moreno-Torroba, Alonso, Quislant, etc. En febrero dirigiré dos de las obras maestras de nuestro repertorio: La vida breve de Falla en Alicante y Doña Francisquita de Amadeo Vives en Córdoba.
En marzo, dentro de la temporada de la Associació de Concerts de Reus, de la que soy director artístico del proyecto lírico, ofreceremos la ópera de cámara The metamorphosis de Igor Escudero, y en mayo en Francia, concretamente en Metz, dirigiré un programa íntegro de música americana, con obras de Gershwin, Revueltas, Copland, Márquez y Lafitte. Luego es posible que deba ‘encerrarme’ un tiempo en casa, pues hay dos encargos de composición muy ilusionantes para mí y hay que entregarlos en un plazo muy concreto de tiempo, pero aún no puedo anticipar la temática de ellos.
Lo que me impulsa a seguir explorando y compartiendo la música es su infinita variedad, el atractivo que posee en todos los géneros. Por mucho que, principalmente, me dedique a la música vocal, ya sea como pianista acompañante o como director, me fascina todo tipo de música, mientras esté bien escrita. Creo que ese gusto ecléctico me viene de pequeño, cuando en casa podía pasar de escuchar a Los Panchos, Serrat, Gardel, para seguir con un recital de Alfredo Kraus o disfrutar de igual modo con Los gavilanes de Jacinto Guerrero o con Tosca de Puccini, por no decir con las sinfonías de los períodos clásico y romántico. ¡La música es inabarcable!
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