Arreglos orquestales y dirección de Gil Evans
Rodrigo: Concierto de Aranjuez. Falla: El amor brujo. Evans: The Pan piper, Saeta y Soleá
CBS Jazz Masterpieces 460604 2
El centenario del nacimiento de Joaquín Rodrigo es un excelente pretexto para recordar una buena parte de su obra, lo que están haciendo orquestas, conjuntos instrumentales y solistas en numerosos conciertos; para lanzar una mirada sosegada sobre la importancia de esa obra, que se va a reflejar en varios libros, y también, cómo no, para reconsiderar aspectos sugerentes y singulares de su discografía. Uno de esos puntos de interés, y son varios, se puede encontrar en este registro, con primera versión en vinilo y remasterización posterior a compacto, en el que el protagonismo corresponde sin duda al arreglo de Gil Evans y a la interpretación por el trompetista Miles Davis de su Concierto de Aranjuez estrenado en 1949 para guitarra y orquesta. Falla, con un fragmento de El amor brujo, y arreglos de melodías populares realizados por Gil Evans completan el tono, un tanto tópico, eso sí, del fondo de guitarra en la trompeta de Miles Davis.
Según declaraciones de Miles Davis, llegó a considerar la posibilidad de interpretar el Concierto y de llevarlo al disco por la impresión que le había producido al extremo de que no lo podía apartar de su mente. En aquel tiempo, finales de 1959 (sólo diez años después del estreno) y febrero de 1960, trabajaba con Gil Evans en la preparación de sus grabaciones en una especie de colaboración, que en este caso se concretó en su arreglo, más que transcripción, para trompeta y orquesta, y también en un mayor desarrollo del movimiento central. La pasión de Miles Davis por el original, se concentró en un trabajo de reconsideración de toda la obra a medio camino entre lo que podría ser una transcripción de la parte del instrumento solista y una aproximación a elementos jazzisticos que definieran el nuevo estilo de concierto. El españolismo de la obra de Rodrigo contaba con el complemento del arreglo de la Canción del fuego fatuo de Falla, más conocida entonces del público norteamericano al que iba dirigido en registro en primer término. Luego, otras experiencias personales de Gil Evans, especialmente significativas con la Saeta y la Soleá.
Hay que comprender cómo fueron aquellos años para la música española en Estados Unidos, a poco de que se hubiera rebasado la mitad del siglo XX, en los que todavía primaban los efectismos de un conocimiento que más que en la música de concierto se apoyaba en los tópicos que despertaba y promovía un incipiente turismo. Por otra parte, nacía un acercamiento menos respetuoso, menos reverencial, ante la música que los aficionados ingleses llamaban de high collar o, lo que es igual, de “cuello duro”. Lo cierto es ya hacía muchos años que se aplicaba ese criterio a los “arreglos” de los clásicos, pero no era siempre bien aceptado cuando el compositor, sin contacto con la música de jazz, estaba además en pleno proceso creativo.
Ahora, la versión parece bastante respetuosa y ofrece una visión diferente de una obra que mantiene su vigencia en el mundo del concierto, que conserva todo su interés desde el punto de vista del aprovechamiento de los recursos de la guitarra, pero que ha encontrado un puesto que en principio empieza y termina con el trabajo de Gil Evans y, sobre todo, de Miles Davis, gracias también a la calidad del registro, sin que alcance en el repertorio de la trompeta la universalidad que tuvo desde el principio y tiene en el de la guitarra.