Por Antonio Pardo Larrosa
Aunque pueda parecer pretencioso, y a fe que lo parece, este curioso y gráfico apelativo -el otro- bien podría definir la compleja realidad que rodea al músico británico Mike Oldfield. Por muy extraño que pueda parecer -no se me vayan a enfadar los académicos de turno-, este apelativo también lo recibieron aquellos músicos que a lo largo de la historia fueron comparados con la figura del genio salzburgués.
Estos genios, por mor de la precocidad o la genialidad, ¡vaya usted a saber!, recibieron el cariñoso apelativo de el otro Mozart, idea que los situaba en el mismo plano que al pequeño genio alemán. Hubo, por tanto, un ‘Mozart inglés’ llamado Samuel Wesley, o uno negro, mujeriego y pendenciero, llamado Joseph Boulogne, Chevalier de Saint-George, también conocido como el ‘Mozart negro’; incluso las gélidas tierras del norte de Europa tuvieron su propio Mozart, Joseph Martin Kraus, o el ‘Mozart sueco’, por citar solo unos cuantos; pero es en la actualidad que esta etiqueta ha vuelto a tener presencia sobre las tubulares ideas del músico más original de las últimas décadas.
En cierta ocasión, allá por los años 80 creo recordar, cuando se intentaba definir a Mike Oldfield, algunos lo hacían refiriéndose a él como el ‘Mozart del rock’, estableciendo una comparación que muchos consideraron exagerada. Pienso que ni lo uno ni lo otro, pero sí responde a la dificultad que algunos críticos tuvieron para encontrar una etiqueta que definiera la inclasificable genialidad del creador de Tubular Bells. Más allá de etiquetas, apelativos o cualquier otra forma de definir a Oldfield, lo cierto es que la de Mozart del rock es la que más se ajusta a la realidad.
La primera y la última de Mike Olfield
Título: The Killing Fields
Director: Roland Joffé
Música: Mike Oldfield
Género: Drama
Duración: 142 minutos
Año: 1984. Reino Unido
Rodada por Roland Joffé, The Killing Fields narra la historia que unió a Sydney, un periodista de The New York Times enviado a Camboya en 1972 como corresponsal de guerra, y a Dith Pran, un nativo que le sirvió de guía e intérprete. En 1975, al caer el régimen camboyano, los EE UU se retiran del país y toda la familia de Pran emigra a Norteamérica excepto él, que decide quedarse con Sydney para seguir ayudándole en su trabajo. Ambos sobreviven refugiados en la embajada francesa, pero cuando deciden abandonar Camboya el ejército revolucionario, el Jemer Rojo, prohíbe salir del país a Pran, que queda recluido en un campo de concentración.
Tras un complicado proceso de postproducción -hasta tres veces tuvo que reescribir el score-, The Killing Fields fue la primera y la última banda sonora –The Exorcist (1973), no cuenta como tal- que escribió Oldfield, quien salió, como se suele decir en estos casos, escaldado de un medio que no era el suyo. Aun así, realizó un buen trabajo que el director/productor no supo entender limitando su presencia a momentos muy puntuales de la historia.
Mike Oldfield, reinterpretando a Tárrega
Aunque la pieza más conocida de la partitura sea la reinterpretación que Oldfield hace de la obra de Francisco Tárrega Recuerdos de la Alhambra, en una interesante versión para percusión y guitarra eléctrica –Etude– a la que el de Reading sacó un extraordinario partido comercial, lo cierto es que la obra tiene más enjundia de lo que puede parecer a priori, máxime si tenemos en cuenta que esta fue la primera banda sonora que escribió el maestro.
Imagen de la película.
Articulada en derredor de un bello y emotivo tema –Pran´s Theme– que Mike Oldfield asocia a Dith Pran, la partitura revisita una y otra vez este leitmotiv mostrando la compleja evolución del personaje principal. Delicada y sencilla –Pran´s Theme 2-, con la flauta y el violín como testigos, o dramática y desgarradora –Pran´s Departure-, con toda la fuerza de la orquesta, esta melancólica idea demuestra que Oldfield podía emocionar al espectador más allá de sus guitarras.
Aun así, Mike Oldfield quiso dejar plasmadas algunas ideas que llevaban su sello personal, como Evacuation, melodía que emula el movimiento de las palas de un helicóptero, o Good News, donde el teclado describe una divertida melodía de inspiración oriental; o quizás Bad News, la más oldfiana de la obra, donde la guitarra aparece en la lejanía, todas formando un heterogéneo collage musical que tuvo a David Bedford como gran maestro de ceremonias. La excesiva presión de la producción y la falta de experiencia de Mike Oldfield en estas lides provocaron que el genio de Reading decidiera, y con razón, no volver a componer música para una película.