Josep Maria Mestres Quadreny: Un joven compositor en la frontera de sus 90 años
Por Carlos Galán
Compositor, director del Grupo Cosmos 21, catedrático del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid
Conocí personalmente a Josep Maria en el cierre del siglo. El motivo fue su asistencia en Madrid a la sexta entrega de la revista Senderos para el 2000, que codirigiera con Llorenç Barber. Con carácter bianual y en un excepcional doble formato escrito y hablado, congregábamos aun ramillete de compositores de muy opuestas filias, estéticas y generaciones,con el ánimo de que defendieran su credo artístico, rupturista y singular.
Nos encontramos con Mestres Quadreny en el Círculo de Bellas Artes madrileño junto a los otros cuatro destacados autores participantes (Olavide, Riviere, Greco y del Puerto) y al crítico al que, en esa ocasión, encomendamos la moderación del encuentro, Javier Alfaya. Concluidoel acto, de la posterior cena solo recuerdo de comensal (junto a los organizadores), al compositor barcelonés. Sus siempre oportunas intervenciones, con un tono quedo y sosegado, fueron una luminaria en las conversaciones de aquella noche del 14 de enero de 1998.
Medio año después, y para celebrar la llegada del inminente milenio y el cierre de la revista—había que ser consecuentes con su título—, encargué un Sendero de un minuto a las seis decenas de compositores que participaron en las ocho entregas anteriores a la que serviría de cierre. Las obras las publicaríamos en EMEC —dirigida la edición por mi autoría— y las presentaría y estrenaría simultáneamente en un concierto que grabaría en directo Radio Clásica.
Curiosamente una de las primeras obras en llegar a mis manos fue la de Mestres Quadreny. Ello me aportó nuevos datos de su personalidad y espíritu creativo: su generosidad estaba a la altura de una desbordante y fructífera imaginación sonora. Con la minúscula premier de Viarany en aquel concierto del Círculo de Bellas Artes de Madrid del 18 de enero de 2000, arrancó una fructífera relación en la que ya van más de una veintena de estrenos a cargo del Cosmos 21, lo que le hace, tras la producción debida a la pluma del propio director, el autor más interpretado en los programas de esta agrupación, que ya va por su XXXII Temporada y conmás de doscientas primicias mundiales.
En aquellos años de crisis para los grupos de cámara en este país (¡cuándo no!), y en plena renovación del grupo, una de las primeras obras que llegó a nuestros atriles fue otra generosa aportación de Josep Maria: Firmament sumergit. En ella, a través de su rigurosa escritura, densa y férreamente estructurada, seguía aflorando el intelectual, el ingeniero de profesión y el hombre reflexivo que siempre es. La obra, que estrenáramos en el Auditorio Nacional de Música, exigía una gran entrega y un poderoso rigor métrico y técnico.
Posteriormente, nos regalaría otra obra de similares características, en esta ocasión una especular (realizada en forma de espejo) Cosmogenia en La, obra que, como la anterior, no solo nos la dedicaba, sino que explícitamente lo hacía en el título. Infatigable, incansable, precisa, contundente. Como su autor, que por aquel entonces (2013) ya frisaba los 85 (de hecho se estrenó en el concierto de «Músicas del Cosmos 2014» con el que le rendíamos homenaje).
Mas este laborioso compositor, de escritura minuciosa y exigente, parecía solo responder con estas obras a aquel autor que, en plena eclosión de las vanguardias españolas, alumbró el panorama nacional con sus valiosísimas aportaciones en el campo de la informática musical, la electroacústica (fue fundador del Laboratorio Phonos) y la música estocástica (simplifiquemos para el lector, matemática). Sin lugar a dudas nos encontrábamos ante todo un PIONERO de la música catalana, española y europea.
Josep Maria Mestres Quadreny trabajaba entre aleatoriedades y cálculos informáticos,pero también recurría a otros espacios. Hijo fiel de la más profunda y culta sociedad catalana, siempre se supo impregnar de la cultura en su más completa acepción. Con Tàpies, Brossa, Miró, Dau al Set, etc., compartía sus empeños, amistades, estudios y encuentros, al tiempo que con el Laboratorio Phonos u otros ámbitos estrictamente musicales. Fruto de ello es esa otra vertiente, inseparable de ese reseñado costado más cerebral y aséptico, que germinaría en toda una generación de obras músico-visuales llenas de humor, fantasía, ingenio, poesía y plástica y que, como una vez le cuestioné, están más escritas para la inteligencia del intérprete que para el intérprete inteligente.
En estos veinte años de amistad, Josep Maria me ha ido ofreciendo, regalando, infinidad de piezas que, en muchos casos —la mayoría— nadie se había atrevido siquiera a llevar a los atriles, cuando, a mi entender, son la demostración más palpable de que el lenguaje contemporáneo puede resultar no solo enormemente sugestivo, sino ameno y humorístico como ninguna otra época o estilo ha logrado serlo.
Todavía Mestres Quadreny me dedicó para la plantilla cósmica (ya a título personal) Passejada suburbial y la inequívocamente explícita Para Carlos. Con tantas dádivas, puede resultar fácil y casi inexcusable el realzar la figura proteica de este autor barcelonés.
El 20 de febrero ofrecemos en Madrid un concierto-homenaje a su obra. Seguidamente, el 1 y 2 de marzo, en las sedes catalanas de la Fundación SGAE y de la Fundación Brossa, tendremos otros dos conciertos monográficos.
Y aún más, el 3 de mayo, en el Palau de la Música de Valencia y dentro del XLI ENSEMS, le dedicaremos una buena parte del programa. Y seguiremos en Ciudad Real, en Madrid… Pues a pesar de todo ello, el acontecimiento más relevante, fascinante, por encima de cualquier otra consideración, sigue siendo su extraordinaria música, llena de ingenio y frescura, que nos habla a todas luces de un hombre que vive una eterna juventud.
A sus 90. Felicidades.
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