La nueva Ley de Enseñanzas Artísticas es una oportunidad histórica para equilibrar las dinámicas de poder en nuestra práctica docente, cambiando no solo nuestras instituciones, sino también nuestras creencias sobre qué son un alumno o una alumna.
Por Kike Labián
Artista en Kubbo
Tercero de Grado Superior, Musikene, clase de vibráfono. Entro y Antonio, el profesor, me pregunta ‘¿qué tal?’. Respondo lo único que se puede responder a esa pregunta: ‘bien’. Era mentira, estaba fatal, pero nadie en su sano juicio respondería sinceramente a un ‘¿qué tal?’. Mi novia me había dejado y yo había salido del armario, todo en el mismo día (correlación no implica causalidad, excepto en ese caso).
Empiezo a tocar, toco fatal, no termino la obra, me echo a llorar. Antonio, el profe, en un nada complejo ejercicio de deducción, concluye que quizá mi primera respuesta en clase fue mentira y decide seguir una innovadora estrategia de educación emocional: escucharme una turra de media hora sobre mis dramas. Vuelvo a tocar y… atoco mucho mejor. Fin del flashback con clickbait.
Año 2023. Nueva Ley de Enseñanzas Artísticas que, por fin, incluye el temazo más urgente en nuestro sector: la participación estudiantil.
La participación como cultura frente al protocolo
Gracias a los anteproyectos, borradores y, sobre todo, rumores, se comienza a hablar del retraso que tenemos en el sector respecto al asociacionismo y la representatividad del alumnado en los espacios de toma de decisiones. Sin embargo, mientras que mi Yo especializado en políticas culturales se alegra, mi Yo de aquella clase de vibráfono no puede evitar preguntarse si hubiese bastado con una asociación de alumnos en su centro para que no hubiese tenido miedo de responder sinceramente a aquel ‘¿qué tal?’, mostrando su realidad (circunstancial, pero real).
Mucho me temo que, si queremos imaginar una nueva idea de conservatorio participativo, no basta con frenarnos en formar parte de las decisiones que se toman en los despachos. Debemos apostar por la participación como una consecuencia cultural, que atraviese las puertas de las aulas y afecte a la didáctica, y no solo por una cuestión moral o narrativa, sino por todo un corpus de conocimiento y evidencias que, desde la psicología del aprendizaje y la sociología, avalan este cambio.
Y con esto no quiero criticar la creación de nuevas estructuras como asociaciones o asambleas, pero sí ruego no caer en el conformismo burocrático. Con esta ley, tenemos la oportunidad de movilizar las creencias de todo el sector, dejando atrás esa concepción arcaica del docente como fuente de conocimiento direccional, para pasar a creer en el aprendizaje como algo que se construye, que parte de los saberes y sentires, de los esquemas cognitivos previos del alumno, y que se amplía y ensancha gracias a la capacidad de guiar del docente. Dar poder al alumnado para expresar, opinar, decidir y, ya lo siento, pero también para equivocarse.
El aprendizaje no es un proceso psicológico, es un proceso social
Y a estas alturas, sé cómo sonará todo esto para muchos docentes de conservatorio: palabrería que iba para romántica, pero se quedó en barata. Expresiones como ‘poner al alumnado en el centro’, ‘educación emocional’ o ‘partir de sus intereses y necesidades’ se han manoseado tanto que se les ha terminado por robar el sentido, pero por suerte, en mi día a día, dedico mi trabajo a vivir la educación musical con personas cuyas circunstancias socioeconómicas han marcado tan profundamente su vida que hacen que escuchar sus sentires, sus dolores y sus alegrías en clase, sea inevitable. Y si algo he aprendido de estos contextos es que no se puede hacer arte si la respuesta a ‘¿qué tal?’ es una mentira. ¿Qué emoción podemos exigir a alguien a quien no permitimos expresarse de manera vulnerable?
No sé si todas esas expresiones sean palabrería barata o no, pero sí sé que, después de escuchar a todos estos jóvenes sus respuestas sinceras a la pregunta ‘¿qué tal?’, siempre, siempre, siempre, actúan mejor que antes.
La importancia de que nos importe
En mi caso, cuando hace años comencé a trabajar con esta juventud de contextos vulnerabilizados, mi complejo de salvador, condescendiente, clasista y paternalista, salió a pasear creyendo que ‘pobrecitos, qué de problemas tienen y cómo les empodera la música’. Sin embargo, con los años fui descubriendo que problemas tiene todo el mundo. Simplemente, los muros de los conservatorios no son lo suficientemente gruesos como para evitar que los problemas de esta juventud vulnerabilizada penetren y, por ello, tenemos un sistema de educación musical absolutamente segregador. Simplemente, les dejamos fuera porque no queremos asumir que sus problemas existen. ¿Triste? Sí ¿Cierto? Un rato (pero de este tema hablamos otro día con algunos datos sobre inclusión y educación musical).
Sin embargo, y contra todo pronóstico, unos años después comencé a trabajar con jóvenes de contextos nada vulnerabilizados y, ¿sabéis qué? Spoiler: también tienen problemas. Pertenecen a una generación que bate récords en trastornos de salud mental y con una perspectiva de futuro pesimista, no solo en lo laboral, sino en lo vital. Jóvenes que sienten (sentimos) que el timón de su vida ni lo tuvieron, ni lo tienen, ni lo tendrán.
Cuando comencé a trabajar con ellos y ellas, decidí seguir la misma filosofía. De hecho, con el paso de la práctica, decidí dejar de preguntar ‘¿qué tal?’ para empezar a preguntar ‘¿cómo estás?’. El cambio es sustancial, sobre todo si dejas tiempo para escuchar después. Y, de hecho, cada vez me descubro más utilizando sin parar tres preguntas: ‘¿cómo estás?’, ‘¿y si?’ e ‘¿y si no?’. Para entender, para proponer y para explorar antes de volver a entender, y por lo general, funciona. Y si no funciona, pues fácil: vuelvo a preguntar.
Aunque es cierto que en los conservatorios tenemos más herramientas y privilegios para disimular nuestra dimensión social y humana, el patrón es el mismo: cuando pregunto ‘¿cómo estás?’ y construimos sobre ello, siempre, siempre, siempre actúan mejor que antes.
Dicho todo esto, sí que me toca pedir perdón a mi madre y el resto de pocas personas que hayan leído hasta aquí sin mandarme a la porra: esto iba a ser un artículo sobre participación desde una perspectiva de psicología del aprendizaje y ha terminado por ser una autosesión freudiana (sin ser yo nada de eso). Pero me parecía injusto hablar de escuchar al alumnado desde su complejidad y vulnerabilidad sin exponer un poquito la mía. Parapetarme en estudios, en teorías, en metodologías o en filosofías está bien para pensar las instituciones y las leyes, pero de vez en cuando, supongo que también está bien opinar, escribir y pensar con nombres y apellidos en la mente.
Una nueva ley, una nueva asociación o asamblea siempre suponen una excusa y, en este caso, una excusa histórica, pero es nuestro deber convertir esta excusa en un cambio profundo en las creencias que sustentan nuestros conservatorios y que apelan a nuestros conceptos de autoridad, de poder. En el fondo y por dejarnos de palabrerías: a nuestro miedo a asumir que probablemente, un par de veces al día, no llevemos razón. Construiremos con el alumnado y no para el alumnado. Y de nuevo, estará bien.
Por último, y para terminar levantando un poquito el ánimo, voy con un briconsejo, que siempre luce más un artículo con llamada a la acción: si tienes curiosidad por empezar a entender tu aula como un espacio más participativo, no te recomiendo grandes cambios metodológicos, simplemente, pregunta en tus tres próximas clases ‘¿cómo estás?’ a tu alumnado. La primera, para que te mienta, la segunda, para que se lo piense y la tercera, para que se arriesgue a decir la verdad.
¡Ah!, y, sobre todo, repregunta siempre. Muestra interés por su situación, sus intereses, sus propuestas para decidir sobre su propio proceso de aprendizaje. Un interés genuino, por favor. Y si te aparece Pepito Grillo en el hombro y te dice que estás perdiendo tiempo de clase y que deberías ponerle a tocar el estudio que tenía para esta semana, pues haces lo que siempre has querido hacer cuando alguien te manda tocar un estudio: mandarle a pastar. Y estará bien.
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