Aquellos que hayan visto a la joven violinista María Dueñas sobre un escenario coincidirán en alabar su musicalidad, su madurez interpretativa y su profunda comunión con el instrumento. Gracias a esta entrevista podemos descubrir que todas esas virtudes están profundamente respaldadas por una madurez personal asombrosa en alguien de su edad. Consciente de sus enormes habilidades musicales, solo espera que la música siga ocupando el centro de su vida en el futuro; y todo apunta a que así será.
Por Susana Castro
Recientemente has sido galardonada con el Premio ‘Ojo Crítico’ 2020 de Música Clásica, cuyo jurado te ha definido como ‘embajadora de la música española en el circuito internacional’, ¿qué sensaciones te invaden ante tal reconocimiento?
Ser embajadora de España en el circuito internacional me hace sentir muy orgullosa. Especialmente porque esto es la prueba de que hay mucho talento en la música clásica española y se debe apostar por él sin demora.
Este es un premio sin candidatura previa, que siempre sorprende a quienes lo reciben, ¿cómo te enteraste de la noticia?
Fue, efectivamente, un premio muy inesperado pero, cómo no, una sorpresa maravillosa. Me llamaron por teléfono para comunicármelo y yo no me lo podía creer, porque generalmente los galardonados no suelen ser tan jóvenes.
Llevas la Marca España por todo el mundo, pero desde los 11 años vives fuera de nuestro país, formándote y ofreciendo conciertos en grandes salas, ¿cómo percibes desde fuera la actualidad de la música española?
Afortunadamente tengo el privilegio de poder enriquecerme y aprender de todas las oportunidades artísticas y culturales que una ciudad como Viena, donde resido, ofrece. La música clásica en España necesita más apoyo desde los inicios, fomentando su disfrute desde la infancia en los grandes espacios y en ámbitos más generales. No estoy pensando solo en apoyar al músico profesional, sino en crear ‘demanda’ de música clásica en nuestra sociedad, en utilizar la música como herramienta de educación y sensibilización. Por otra parte, se necesitan más fundaciones y organismos públicos que apoyen el talento joven con el préstamo de instrumentos y becas de formación.
¿Qué fue lo que te motivó a salir a estudiar tan pronto fuera de España?
Indudablemente la necesidad agudiza el ingenio y, en mi caso, fue así. El principal motivo que me motivó a salir fuera era la necesidad de proseguir mi formación musical dentro de un marco reglado, hecho que con mi edad en España no era posible por entonces. Yo ingresé en el Grado Profesional de Música aún sin haber cumplido los 8 años, tras aprobar la prueba de acceso. Eso supuso saltar los cuatro años de Grado Elemental, con lo que, de haberme quedado en España, no hubiera podido seguir estudiando música de manera reglada al acabar el Grado Profesional con escasos 14 años. Mis padres tampoco podían permitirse pagar clases privadas durante años, porque además somos tres hermanas. Al Grado Superior no podía accederse entonces sin una edad mínima o el Bachillerato, requisito que yo no cumplía. Mis padres iniciaron varias iniciativas para que se cambiara la normativa o se contemplaran excepciones, pero ‘afortunadamente’ para mí, no tuvieron éxito. Desconozco cuál es la normativa actual para acceder al Grado Superior de Música, pero en mi época el acceso estaba marcado por unos estándares que poco tienen que ver con la capacidad musical. Por aquel entonces era bastante frustrante, pero ahora entiendo que las cosas que pasan en la vida tienen un sentido, que a veces solo el tiempo puede aclarar.
¿Te gustaría seguir formándote cuando finalices los estudios que están realizando ahora?
La formación en la música no acaba nunca. Siempre hay repertorio por explorar, nuevas técnicas que experimentar, etc. Seguir formándose es una necesidad para el artista de cualquier disciplina.
¿Crees que el éxito de la música clásica en Centroeuropa se debe al fomento de su disfrute desde edades más tempranas que en nuestro país?
Sin lugar a dudas. Creo que en España se forma al músico para que se dedique a ello, pero en Centroeuropa la visión es más amplia y menos encorsetada. La música clásica es algo más cotidiano, a la que se tiene acceso de manera más fácil. Por nombrar un ejemplo bastante sencillo, pero bastante significativo, que siempre me saca una sonrisa, es cuando subes a bordo de cualquier vuelo de la compañía austriaca: el pasajero entra de inmediato en contacto con música clásica, ya que suena siempre como música de fondo. Estas pequeñas cosas marcan una gran diferencia, a mi parecer. Por otra parte, en Viena, en cada distrito hay una o varias escuelas de música estatales que ofrecen programas musicales desde bebés hasta adultos. ¡Es, simplemente, extraordinario!
¿Has tenido la ocasión de coincidir con otros jóvenes músicos españoles en las instituciones en las que te has formado? ¿Esto te ha hecho sentirte más ‘en casa’?
La verdad es que la música para mí es ‘mi casa’, aquello que más amo y que nunca me hace sentirme sola. También he estado siempre acompañada por mi familia, ¡por lo que no podría tener queja alguna!
Tienes dos hermanas que también son músicos, ¿ayuda ese acompañamiento a seguir adelante a pesar de las dificultades?
Mis hermanas son geniales y juntas hemos creado varias obras e improvisaciones, además de haber adaptado algunas piezas para trío de cuerda. Lo pasamos genial haciendo música, aunque a veces, los vecinos han tenido que intervenir y se acabó la diversión.
¿Te resulta difícil compaginar tu frenética actividad concertística y estudios musicales con tu vida personal? ¿Qué papel juegan tu familia y amigos en todo este sacrificio?
Afortunadamente al estudiar en un instituto de perfil ‘musical’ estoy rodeada de grandes amigos que también hacen música, lo que hace que todo esté en un equilibrio perfecto. Es cierto que este año está siendo bastante estresante, porque es mi último curso en el instituto y debo examinarme en breve de la ‘Matura’, la prueba equivalente en España a la PAU. También está siendo un año increíble en el terreno concertístico y de grandes proyectos musicales, a pesar de la pandemia. Todo ello se traduce en pocas horas de sueño (risas), pero no me quejo. Hago lo que me apasiona y tengo el apoyo incondicional de mi familia, ¿podría ser mejor?
Te relacionas habitualmente con músicos mayores que tú y se te exige una profesionalidad que no todos los jóvenes de tu edad podrían demostrar, ¿te sientes cómoda en este papel? ¿Tienes la sensación de estar perdiéndote algo más allá de los escenarios?
La verdad es que, con la excepción puntual de los conciertos y los viajes, el resto de mi día a día es bastante normal. Salgo con mis amigos, como cualquier adolescente, aunque si se quiere llegar a todo, se necesita bastante disciplina y una buena planificación del tiempo y, como he dicho antes, ¡dormir poco! Me encanta lo que hago, de lo contrario no lo haría, y pasar una buena parte de mi tiempo entre partituras me hace feliz. No lo veo como ‘un papel’ que tengo que desempeñar, sino como mi modo de vida.
A través de las redes sociales muestras tu día a día profesional a tus seguidores, ¿cómo crees que debe ser la relación del artista del siglo XXI con su público?
Las redes sociales son un medio más rápido de llegar al público. Antiguamente se usaban los bandos reales y edictos para dar a conocer recitales y conciertos, hoy en día las redes sociales sirven para comunicarse de manera más inmediata con el público. Solo eso.
Una de las cuestiones más difíciles para un intérprete es encontrar su propia voz, ¿cómo definirías la tuya? ¿Cuál crees que es tu sello personal cuando enseñas una obra al público?
Es muy difícil poder responder a esta pregunta con palabras. Recientemente, leí en La Nueva España una de las más bellas críticas que se han podido escribir sobre mí a raíz de mi interpretación del Concierto de Sibelius en Oviedo con la Orquesta Sinfónica de Principado de Asturias, que hablaba precisamente de mi sonido y decía literalmente: ‘María Dueñas tiene maneras con el violín que recuerdan a las de los grandes maestros de la primera mitad del siglo XX’. Es muy abrumador, especialmente porque los grandes maestros del siglo XX (Heifetz, Oistrakh, Szeryng, Menuhin, Stern, etc.) tenían un sonido distintivo que era inconfundible con ningún otro, una manera de tocar muy personal. Lograr ese sonido distintivo es mi gran utopía y uno de mis grandes retos. Me encanta jugar a escuchar obras a ciegas y tratar de descubrir si se trata de un intérprete actual o no. ¡Es fascinante!
Al verte tocar, tu naturalidad es impresionante, parece que el violín y tú sois un único ser orgánico, tu disfrute se contagia a los demás, ¿cómo te sientes cuando estás encima de un escenario?
Disfruto muchísimo en la mayoría de las ocasiones. Hay momentos muy especiales en los que se encuentra una conexión mágica con el director, la orquesta y el público que casi se puede tocar con los dedos, un aura mágica. Cuando eso se produce me gustaría que se detuviera el tiempo.
¿Cómo es tu proceso de estudio de las obras? En tus interpretaciones, es evidente que hay un profundo conocimiento de las piezas.
Tras la primera aproximación a la obra y la documentación inicial, intento dar un paso más allá y conectar la obra con alguna de mis experiencias para poder darle un significado propio, un carácter que tenga algo que ver con mis sentimientos en un momento determinado. Es como ver un cuadro: para disfrutarlo hay que intentar situarse dentro de él.
Si tuvieses que elegir una pieza como bis perfecto para tu disfrute y el del público, ¿cuál sería?
No creo que haya un bis perfecto para el público y artista que siempre funcione. En la mayoría de las ocasiones yo no sé al cien por cien qué bis voy a interpretar hasta que estoy ahí, depende mucho de cómo me sienta, si en grado de euforia, relajada o en tensión, de cómo ha reaccionado el público después de un concierto y también, cómo no, del lugar. No es igual tocar en una basílica que en una sala de conciertos para 6000 espectadores. Todo es relativo.
Has mostrado ya interés por el mundo de la composición, tu obra para piano Farewell (2016) fue galardonada en el Concurso de Composición Robert Schumann, ¿qué te llama la atención de esta disciplina? ¿Quieres formarte en ella?
La composición me atrae muchísimo, aunque soy consciente de que hay que formarse muy bien, es un terreno muy extenso, en el que aún no he tenido la oportunidad de entrar de lleno. Le tengo mucho respeto y necesitaría tiempo para formarme y poder hacer algo serio. Lo que más me fascina de esta disciplina son las múltiples posibilidades disciplinares que ofrece. Siempre me ha encantado ponerle imagen a las obras, ya sea literalmente, como hice en Farewell, o de manera figurada cuando interpreto alguna pieza. Creo que la música, el cine y las artes gráficas viven en relación natural y sería excepcional poder plasmar mis sentimientos o contar alguna historia por medio del cine y una composición mía. ¡Todo se andará!
Asimismo, formas parte del Hamamelis Quartett, ¿te interesa la música de cámara? ¿Te gustaría desarrollar una carrera estable en este tipo de repertorio?
Sin lugar a dudas. El repertorio camerístico es fabuloso.
Has obtenido una larga lista de distinciones y galardones a lo largo de tu vida profesional, ¿tienes en mente participar en algún concurso próximamente?
No lo descarto. Los concursos son metas a corto plazo para seguir creciendo.
¿Qué compromisos tienes pendientes para lo que resta de temporada 2020-21?
Me hace especial ilusión volver al Festival de Colmar en julio con la Orquesta Nacional Rusa y Vladímir Spivakov, ya que él es uno de los directores de orquesta que me hacen emocionarme mientras compartimos escenario. Siempre hay una magia muy especial. También destacaría mi regreso a Dresde para tocar con la Filarmónica y Marek Janowski en septiembre, una cita también muy emotiva, al ser Dresde la primera ciudad donde me mudé con mis padres a los 11 años.
¿Puedes adelantarnos alguno de tus citas de la próxima temporada?
Hay proyectos muy grandes para la próxima temporada que no quiero desvelar aún porque soy algo supersticiosa. Espero que os enteréis pronto.
¿Cómo te gustaría que fuese tu vida profesional dentro de diez años?
Me gustaría que la música siguiera ocupando el centro de mi vida, no tengo más pretensiones.
¿Quiénes son tus referentes pasados y actuales en el mundo del violín?
Sin duda, los grandes maestros del siglo XX, no solo en el mundo del violín, sino también en la voz, el chelo, la dirección, la gran Maria Callas, Karl Kleiber, Herbert von Karajan, y todos esos vinilos con los que crecí: Oistrakh, Heifetz, Stern, Menuhin, etc. Mis referentes actuales están relacionados con toda esa generación dorada que se formó con los grandes pedagogos de la escuela rusa (Stolyarsky, Auer, Yankelevich) como el recientemente fallecido Ivry Gitlis, Mikhail Bezverkhny y el sonido inconfundible al violín de Vladímir Spivakov.
Para terminar, ¿qué hace María cuando no está haciendo música? ¿Cuáles son tus aficiones?
Me gusta salir con mis amigos, nadar o simplemente estar en el agua, darme un buen baño sin prisas e ir a clases de bailes de salón, afición que descubrí en Viena y me divierte mucho. También me gusta muchísimo aprender idiomas. El ruso es mi gran asignatura pendiente.
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