El tenor grancanario Manuel Gómez Ruiz es un hombre comprometido con los valores humanistas, tales como la tolerancia, la responsabilidad o la justicia social, y ese es su valor añadido a la hora de enfrentarse a un nuevo proyecto. Acaba de presentar su álbum debut junto al Trío Arbós, Un viaje, Eine Reise, A journey, con canciones de Beethoven. Se trata de un viaje musical con el que une a Europa bajo un mensaje de solidaridad y respeto, con enorme calidad y una innegable dosis de musicalidad. Con la vista puesta en su próximo proyecto, dedicado a la recuperación de cantadas del Archivo de la Catedral de Las Palmas de Gran Canaria gracias a una Beca Leonardo, intercala sus recitales y roles operísticos con otra de sus grandes pasiones: un proyecto pedagógico llamado El viaje de Ludi, que descubrirá a los más pequeños (o no tanto) que, en el fondo, todos somos iguales.
Por Susana Castro
¿Cuáles fueron tus primeros pasos en el mundo de la música?
Llegué a la música a través del Coro Juvenil de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, con 15 o 16 años. Estuve un año y medio, hasta que me fui a estudiar 2º de Bachillerato a Estados Unidos. Allí tuve mis primeras clases individuales de canto y también participé en varios coros y musicales. La madre de la familia americana con la que me quedé era la responsable del departamento de música de su parroquia, y me dijo: ¿tú cantas? ¡Pues vas a cantar! Así que todos los domingos actuábamos: batería, teclado, ella a la guitarra y yo cantando.
En tu familia no había ningún músico, ¿cómo surge la idea de formar parte del Coro?
No sé si llamarlo ‘llamada’ o ‘divina providencia’. Un día vi en el periódico un anuncio de las pruebas para el Coro y, sin haber cantado nunca, me presenté para el Juvenil, que en ese momento dirigía Amaya Añúa. Al principio una serie de anécdotas o coincidencias me llevaron a este camino, pero después, evidentemente, hubo una decisión comprometida.
¿Cuándo se produjo esa decisión?
Cuando volví de Estados Unidos. Sabía que iba estudiar canto, pero todavía no sabía cómo. Me recomendaron que fuese a estudiar a Alemania y me fui a la locura, ¡sin saber alemán! Estuve un año viviendo allí, con 18 años, aprendiendo el idioma, viendo lo que sucedía en la ciudad. Busqué un profesor particular para hacer las pruebas de acceso a los dos conservatorios de Berlín. En ambos centros pasé la primera prueba, pero no me cogieron. Sin embargo, al ver que había pasado a la segunda ronda, que de entre 400 candidatos me había quedado entre los últimos 40, decidí seguir. Tuve que esperar otro año más para presentarme a las pruebas.
Durante todo ese tiempo, tuviste la oportunidad de empaparte de la ciudad y decidir por ti mismo que, efectivamente, allí era donde querías estudiar.
Sí, me enamoré de la ciudad perdidamente, de su cultura, de los museos, del arte que se respira, de la historia y también de todas las vanguardias que había en ese momento. Estamos hablando del Berlín del 2004, que no es el de ahora, que se ha globalizado muchísimo y está todo muy restaurado. En ese momento todavía quedaba un sabor de esos dos Berlines que ya no se respira hoy.
¿Y en cuanto a la música?
Vi muchísima ópera y asistía mucho a la Konzerthaus a ver a la Filarmónica. Dado que no estaba cursando estudios reglados, sino que tenía mis clases particulares de canto y piano, decidí dedicar mucho tiempo a aprender de esta forma.
¿Podríamos decir que es el repertorio alemán el que suscita más tu interés?
No necesariamente, allí vi de todo, como en cualquier ciudad. Siento una proximidad emotiva con ese repertorio, sobre todo como el lied, pero no podría elegir únicamente un tipo de repertorio, intento hacer de todo.
Realizaste tu debut en 2007 en el estreno berlinés de La Revoltosa de Ruperto Chapí, ¿cómo se produjo?
Fue en mi época de estudiante, en la Komische Oper Berlin, ya que había un acuerdo con el conservatorio para hacer producciones profesionales con estudiantes. Lo bonito de la experiencia era que los ensayos se realizaban en la Hochschule pero después, durante una semana, hacíamos la función en la Komische. En ese año se eligieron tres zarzuelas para montar, pero claro, de una forma muy especial… Los directores de escena también eran estudiantes, así que el trabajo era muy experimental. La dirección musical también correspondía a estudiantes, que se ponían al frente de la orquesta joven de la Radio de Berlín.
Parece un sistema de aprendizaje fantástico, ¿cómo recuerdas la experiencia?
Fue maravilloso. Imagínate, al año de entrar en el conservatorio, enfrentarte a algo así, siempre bajo la tutela del catedrático correspondiente, e ir a ensayar a la Radio de Berlín… impresionante.
¿Cómo fue la recepción del público alemán de un montaje de zarzuela de estas características?
Fue muy buena, muy positiva. No fue una producción al uso, como podríamos ver en España, sino que fue una lectura conceptual. Estoy muy agradecido a mis años en la Hochschule Hanns Eisler porque tuve tres años de teatro hablado —ya que era el conservatorio del Este y tenía una formación más extensa en arte dramático— antes de ponerme a actuar con música, supone una enorme base actoral; y además por todos los proyectos escénicos que hice como ‘conejillo de Indias’ para futuros directores de escena. Como estaban probando todos los estilos, hice de todo, algunas barbaridades, y lo agradezco mucho.
¿Cuál fue el siguiente paso en tu formación?
Me cambié a la Universität der Künste para estudiar con el tenor Robert Gambill. El cambio fue muy positivo.
En el terreno operístico sí te estrenaste en el repertorio alemán con Fidelio de Beethoven.
Con 22 años. El Teatro Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria, mi ciudad, se inauguró después de la remodelación en 2007, estuvo diez años cerrado. En 2008 hicieron Fidelio en una producción de José Carlos Plaza, que todavía sigue vigente, ya que diez años después la hice en Bilbao.
¿Era la primera vez que cantabas delante de toda tu familia? ¿Qué sintieron?
Sí, aunque alguno me había visto en los recitales como estudiante. Sintieron muchísimo orgullo. Siempre me han apoyado mucho. Mi madre tiene una sensibilidad especial para las artes y se han rodeado de muchos artistas. Toda la vida he sido melómano, he asistido a más conciertos de los que he cantado, y esto me lo inculcaron en casa.
Con Beethoven realizas tu primera producción lírica y es también el compositor al que le has dedicado tu primer álbum, Un viaje, Eine Reise, A journey, ¿cómo surge la idea de grabar este disco con el Trío Arbós?
Tengo en casa las partituras que hemos grabado desde hace diez años, llevaban rondándome mucho tiempo. Desgraciadamente, para vender un proyecto o recibir apoyos hay que buscar siempre alguna efeméride, así que el aniversario de su nacimiento era el momento perfecto. Recibí una ayuda muy generosa del Cabildo de Gran Canaria, y me puse manos a la obra.
Juan Carlos Garvayo (pianista del Trío Arbós) me invitó en 2018 a participar en su festival Música Sur, en Motril, sin conocernos previamente. Tiempo después me llamó para cantar las Siete canciones de amor de Antón García Abril con textos del poeta Antonio Carvajal, al que querían homenajear, por lo que participé en dos conciertos en Música Sur en 2019. Antes de que llegaran esos ensayos se confirmó la ayuda económica para la realización del disco y le llamé.
¿Cómo fue trabajar con ellos?
Fue maravilloso. Son unos profesionales como la copa de un pino. La grabación se realizó en septiembre de 2020, cuando Cecilia Bercovich todavía formaba parte del trío, en los míticos estudios Teldex en Berlín. Fue mi primera grabación, así que ahora el listón está muy alto.
¿Cuál es el hilo conductor del disco?
George Thomson, que fue un mecenas escocés, estaba obsesionado con que la música popular se iba a perder si no se dejaba un registro escrito, así que invirtió toda su fortuna en hacer encargos a compositores. Primero comenzó con Haydn, después con Beethoven, Hummel y von Weber. Él le pasaba a los compositores las melodías y ellos hacían los arreglos. Incluso les pasaba los poemas a autores ingleses reconocidos para que los tradujesen del dialecto correspondiente al inglés estándar y se los enviaba al compositor. Beethoven fue el que más tiempo estuvo dedicado a esta tarea, durante diez años de correspondencia, y compuso 169 canciones para voz o voces y trío de violín, violonchelo y piano.
¿Cómo se llevó a cabo la selección musical?
Beethoven compuso canciones de muchos lugares, aunque hay muchas más británicas que de otros países. Elegimos una o dos de cada país para que todos estuvieran representados y poder hacer así este viaje musical y unir Europa a través de la música. Cuando surge la grabación, en 2018, Europa estaba inmersa en la crisis de Siria, Hungría cerrando fronteras, el Brexit… Con la música quise dar un mensaje humanista y de unión.
El disco fue presentado el 30 de junio en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, ¿vais a poder llevar este repertorio a concierto?
Ya se ha hecho en concierto, primero en el Ciclo de Lied de Santiago de Compostela, justo después de terminar la grabación, y después en la Casa de Colón en Las Palmas de Gran Canaria y en el Ciclo de Música de Cámara de Alhaurín de la Torre (una selección). Tenemos más conciertos pendientes de anuncio.
Hay algo que me ha llamado mucho la atención en tu perfil, y es que eres un artista comprometido con la Agenda 2030, ¿cómo crees que debería ser un cantante lírico del siglo XXI?
Creo que, si tenemos la posibilidad de, con la música, dar o manifestar un mensaje de cualquier tipo, en beneficio común, se debería hacer. El arte siempre ha sido un reflejo de la política, ahí tenemos, por ejemplo, el coro del último acto de MacBeth de Verdi, ‘Patria oppressa‘, en el que los escoceses hablan de MacBeth, pero era un reflejo de la Lombardía invadida por la dinastía austriaca, subliminalmente Verdi manda ese mensaje. Eso he querido hacer con el disco de Beethoven: la gente va a disfrutar con las canciones porque son bonitas, pero si se puede dejar una reflexión… Da igual de dónde vengas, vas a llorar igual que yo, vas a disfrutar igual; si se puede dejar ese mensaje, debemos hacerlo. Todo depende del programa, pero a mí, siempre que me han dejado elegir, lo he hecho. Me dieron libertad hace un par de años para elegir repertorio para interpretar con un ensemble barroco y decidí elegir arias de Haendel de tiranos que acabaron mal: Grimoaldo de Rodelinda y Bajazet de Tamerlano.
¿Cómo se concreta esta iniciativa de la que tú eres miembro, SDSN-Youth Arts Twenty Thirty (ONU), una red de artistas de todo el mundo que lucha por alcanzar la consecución de los Objetivos para un Desarrollo Sostenible a nivel global a través de las artes?
Se organizan eventos en los que miembros de la iniciativa participan para visibilizar estos Objetivos, aunque debido a la pandemia está un poco parado. Ahora mismo cualquier propuesta de ayuda o subvención pública pasa por esos diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible. Me hace especial ilusión que las entidades públicas lo hayan tomado como algo suyo y que, si dan una subvención, pregunten qué Objetivos se cumplen en esa propuesta.
¿Qué otros compromisos tienes a la vista?
Estoy preparando mi próxima grabación, ¡me ha encantado grabar! El año pasado conseguí una Beca Leonardo de la Fundación BBVA y el proyecto es rescatar cantadas inéditas del Archivo de la Catedral de Las Palmas de Gran Canaria. El maestro de capilla Joaquín García de Antonio estuvo cuarenta y cuatro años componiendo música para la Catedral, casi 600 obras, de las cuales las editadas y grabadas no llegan a la treintena. En el disco se incluirán siete cantadas y estaré acompañado del grupo canario El Afecto Ilustrado. La grabación se realizará en octubre y el disco se presentará en marzo de 2022.
También tenemos en marcha El viaje de Ludi, que llega a Madrid el 4 de septiembre en El compás de Sabatini, el festival comisariado por Marta Espinós, y también irá a Música Sur.
En diciembre estaré en la Ópera de Oviedo con Lucrezia Borgia (como Liverotto) y el 20 de diciembre ofreceré un recital con el pianista Antonio Galera en el Pazo da Cultura de Pontevedra.
¿En qué consiste El viaje de Ludi?
En mi época estudiantil participé en gran cantidad de proyectos pedagógicos que siempre han tenido una connotación un poco moralista, como los cuentos de antes. Aprovechando que había grabado el disco de Beethoven, pensé en tomar una parte del repertorio y aplicar el mismo mensaje humanista a un proyecto pedagógico. Contacté con Ana Alcolea, escritora infantil y juvenil que recibió el Premio Cervantes Chico en 2016, y aceptó rápidamente. Beethoven es un actor y está acompañado de dos personajes, Günther y Gertrud, que realizan un viaje fantasioso desde el estudio de Beethoven en busca de la inspiración perdida a través de las melodías, culturas e idiomas de Europa.
¿Cuál sería la moraleja de este cuento?
Que, en el fondo, todos somos iguales. Es un mensaje humanista, no moralista.
¿Cómo es el público infantil?
Honestísimo. Si empiezan a hablar, es que están aburridos. Lo captan todo y no perdonan nada. Si pasa algo lo comentan. El público infantil es muy sincero, muy franco, va a los espectáculos con los ojos limpios. Me gustaría que los adultos tuviesen más esa capacidad. Hay una frase muy bonita en el libro El mundo de Sofía de Jostein Gaarder que dice: ‘lo único que necesitamos para convertirnos en buenos filósofos es la capacidad de asombro’. Desgraciadamente a veces tengo la sensación de que hay cierto público de la música clásica que ha perdido la capacidad de impresión.
A nivel profesional, ¿cómo dibujas tu futuro ideal? ¿Hay muchas cosas que quieres hacer y todavía no has tenido la ocasión?
El humano siempre quiere ir a más, es su condición. Además, el músico siempre busca la perfección, aunque no exista. La perfección es, precisamente, la búsqueda de la perfección. Siempre estamos a la búsqueda de matices, de colores, de formas, de mejorar pasajes técnicos, etc. Me gustaría que el futuro fuera el equilibrio motivador entre recital, proyectos de producción propia y ópera.
Me ha picado el gusanillo de hacer proyectos infantiles o para público joven, pero presentando música a un altísimo nivel, por eso cuando decidí embarcarme en El viaje de Ludi me rodeé de un equipo de primerísima.
En cuanto a la ópera, me gustaría ir creciendo, aunque es más complicado porque quizá no se dan tantas oportunidades a cantantes jóvenes. En recital, quiero ir aumentando repertorio, hay muchísimos ciclos que quiero hacer, como El viaje de invierno, El canto del cisne. Me gustaría proponerme ese reto.
He hecho todo tipo de repertorio, del Barroco a música contemporánea, etc., y quiero que mi carrera siga siendo así. No comprendo un Mozart sin un Monteverdi primero. En mí se encuentra la dualidad melómano-cantante. Tanto por vocalidad como por la forma de comprender y apreciar la música, me gusta hacer de todo.
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