Este mes se cumplen treinta años de la inauguración del Archivo Manuel de Falla de Granada (AMF), y desde Melómano hemos querido celebrar la efeméride dedicando la sección de educación al legado pedagógico del compositor español más universal.
Contamos con un artículo sobre este extraordinario centro de investigación musical, ligado a la educación y a la difusión artística, a cargo de Jorge de Persia, su primer director. Tendremos también la perspectiva de Elena García de Paredes Falla, actual directora del AMF, que nos hablará de una de las actividades educativas más hermosas desarrolladas por el Archivo: los Talleres de Arte dirigidos a niños.
Por Antonio Narejos
La educación gravitó siempre sobre el universo musical de Manuel de Falla. Si bien su dedicación directa a la enseñanza se concretó en periodos puntuales, a lo largo de toda su vida mostró una profunda inquietud pedagógica, a través de sus escritos y de la influencia ejercida sobre los jóvenes compositores. Sus ideas se orientan a la renovación de las metodologías educativas y están sustentadas sobre principios pedagógicos plenamente vigentes, lo que nos permite considerar que, de haber sido tenidas en cuenta en su época, sin duda habrían permitido que la educación musical en España alcanzase mucho antes su madurez.
Para Falla, al artista verdadero le mueve ‘un fuerte anhelo de producir belleza y emoción puras’, sin embargo ‘no habría podido exteriorizarla, darle forma, sin tener una preparación consciente y absolutamente completa de su oficio’. Considera esencial dotar al músico de los recursos que le permitan ‘obtener la mejor unión posible de la idea con la realización’, si bien huye de dogmatismos reconociendo que ‘esta enseñanza no es más que relativa, porque una completa identidad de ideas y de aspiraciones me parece imposible en arte’.
Contrario a las fórmulas de aprendizaje mecánico defiende que, en su formación como instrumentista, ‘el alumno conozca la estructura interna —llamémosla así— de las composiciones musicales que ejecute, y pueda dar de ellas una interpretación consciente’. La cita se extrae de la ‘Memoria sobre la creación de una Clase Auxiliar de Técnica Musical en el Conservatorio Nacional de Música y Declamación’ que Falla redactó en 1914 a demanda del Ministerio de Instrucción Pública. En ese momento, las enseñanzas musicales en España se regían por el Reglamento de 11 de septiembre de 1911, cuyo currículo apenas contaba entre las asignaturas teóricas un curso breve de ‘Armonía, Estética e Historia de la Música’, lo que nos da una idea de lo novedoso de su propuesta.
En diversas ocasiones, Falla defendió el aprendizaje por descubrimiento. Cuando dice ‘creo que el Arte se aprende, pero no se enseña’, de algún modo está asumiendo la prioridad de la adquisición de competencias por parte del alumno, sobre el viejo modelo del profesor cuya misión es la transmisión de conocimientos y habilidades. En este sentido, más que enseñar, el profesor se convierte en un guía para que sea el alumno quien descubra conceptos y relaciones, integrándolos en un nuevo saber. Este planteamiento lo encontramos en una reflexión de 1917 sobre el enfoque del trabajo con su alumna Rosa García Ascot: ‘he de seguir con ella un método de enseñanza muy especial, partiendo de lo que ya ella sabe sin saber y con cuidado de que no se desoriente ni se eche a perder con cosas inútiles y aun perjudiciales, como le ocurriría seguramente de seguir una enseñanza conservatorial’. Se trata pues de propiciar un aprendizaje significativo, apoyado en los conocimientos y experiencias previas del alumno, pero también el desarrollo de su autonomía.
Falla fue un estudioso inquieto que se apoyó en la investigación histórico-estética y el análisis musical, lo que trató de inculcar a sus discípulos. Guiado por un marcado sentido crítico planteaba, por ejemplo, el estudio de las formas clásicas ‘pero nunca para hacer de ellas lo que un cocinero con sus moldes y recetas’, como decía en el ‘Prólogo’ a la Enciclopedia abreviada de la música de Joaquín Turina.
Junto a la teoría y el análisis, Falla destaca el valor de la experiencia práctica. En una carta a Salazar recordará sus experiencias como intérprete de piano en conjuntos de cámara durante su época de estudiante en Cádiz, ‘lo que fue para mí de una utilidad extraordinaria como enseñanza práctica’ y, en una encuesta de 1927, subrayó lo que mucho que aporta al estudiante de composición ‘ese indispensable campo experimental para la formación del artista’.
También prestó atención a la preparación de los docentes. Su propuesta de ejercicios para la selección del profesorado de la nunca creada asignatura de Técnica musical, en cierta medida equivalente al Análisis musical, podemos considerarla todavía hoy como muy exigente, al incluir la ‘previa presentación, no de una memoria sino de un texto que pueda servir para la enseñanza, sucinta pero enteramente suficiente’ sobre la que deberá hacer ‘aplicaciones prácticas del mismo’; análisis de obras de diferentes estilos que deberá ‘explicar ante el mismo jurado’; realización a cuatro partes de ‘un bajo numerado y un cantus firmus en contrapunto simple, a cuatro partes también’; interpretación de ‘una fuga a tres o más partes de Juan Sebastián Bach, para demostrar sus conocimientos técnicos del instrumento que ha de servirle en la clase para los ejemplos prácticos’, y reducción al piano de una partitura de ‘un cuarteto clásico o moderno para instrumentos de arco’.
Al mismo tiempo se mostró abierto a los recursos que ofrecían las tecnologías en su aplicación práctica, como se aprecia en su opinión sobre el fonógrafo denominado TSF que envió a La Revue des vivants: ‘una biblioteca de música grabada por sus autores que permitiera tener sus movimientos y sus exactas intenciones, sería de un valor más que precioso y, sin duda, bastante superior a muchas de las enseñanzas verbales’.
Desde su vuelta de París en 1914, tras el inicio de la I Guerra Mundial, Falla sintió la necesidad de transmitir sus ideas a través de diferentes escritos. Muchos de ellos hacen frecuentes referencias a la educación musical, como ‘Introducción a la Música Nueva’, publicado en 1916 en la Revista Musical Hispanoamericana, que puede considerarse su primer manifiesto estético. No quería que le llamasen maestro, pero se convirtió en líder de pensamiento y, de hecho, su más genuino magisterio fue el de las interacciones e influencias sobre las dos generaciones de compositores que le sucedieron. Baste citar el impacto que produjo en algunos de ellos, como en el caso del musicólogo, crítico y compositor Adolfo Salazar, y en los compositores del Grupo de Madrid de la Generación del 27, sobre todo Rosa García Ascot y los hermanos Rodolfo y Ernesto Halffter, con quienes trabajó directamente. Tal y como expresó el compositor Julián Bautista, interpretando el sentir del Grupo: ‘todos nos consideramos un poco discípulos suyos, espiritualmente’.
La preocupación de Falla por las cuestiones educativas le llevó a plantearse la realización de tratados prácticos de armonía e instrumentación, de los que se conservan borradores de diferentes épocas. Entre estos cuentan sus ‘Apuntes de Harmonía’ con cierto grado de elaboración, incluido un índice, y las páginas de ‘Superposiciones tonales’, donde desarrolla su propio sistema armónico, con ejemplos extraídos de sus obras. Este sistema consiste básicamente en la adición, o superposición, de intervalos de quinta (justa, aumentada o disminuida, ascendente o descendente) sobre las notas que forman la tríada (mayor o menor), lo que Gerardo Diego llamó la ‘técnica de la nota satélite’. El borrador fue realizado probablemente para sus alumnos entre 1923 y 1926, aunque su método solo en parte fue continuado por Rodolfo Halffter.
En muchos sentidos, Manuel de Falla actuó anticipándose en el tiempo a algunos de los debates que hoy nos planteamos acerca del aprendizaje musical. En sus propuestas transmitió una clara voluntad innovadora y trató de impulsar la modernización de la vida musical española, en primer lugar desde la creación, pero también desde sus ideas educativas sobre la música, a la que consideraba un poderoso instrumento de transformación de la sociedad.
Más que un archivo, por Jorge de Persia
A Elena García de Paredes Falla en recuerdo de aquellos comienzos
Más de treinta años atrás, en la segunda mitad de los 80, en el estudio madrileño del arquitecto José M.ª García de Paredes, se guardaba el archivo de Manuel de Falla, reunido y orientado con esfuerzo sistemático por su esposa Isabel de Falla, sobrina del compositor, y con el cuidado diario de su hija Elena, y de Rosi y Milagros (Rosi Martín y Milagros López Mouriño).
Compartí allá pequeña mesa de trabajo con Mons. Federico Sopeña y con Antonio Gallego, un privilegio. Uno trabajaba en la biografía de Falla, el otro en el catálogo sistemático de sus partituras. Allí, al estudiar los últimos años de don Manuel, los de Argentina, vislumbré un camino que cerraba para mí un círculo de exilios.
Sopeña fumaba mientras leía, aunque las miradas atentas de Milagros y Rosi desviaban la ceniza de los valiosos documentos. Fueron años de aprendizaje, preparando mi primer libro, rodeado del misterio y la inquietud que despertaba cada carpeta de documentos, y los comentarios que me llegaban. Aquellos intercambios de información, opinión y orientación del viejo archivo de Madrid eran tan sugerentes que fundamentaron la idea de un centro de estudios sobre la base del archivo sobre lo que podríamos llamar el ‘espacio Falla’. No fue posible crear una beca Falla, pero con los años los resultados son elocuentes: según la bibliografía que publica el Archivo Manuel de Falla (AMF) se consignan entre los años 1976 y 1990 unos 160 artículos y libros, mientras que solo en la década 1991-2000 llegaban ya a 290.
Dos personas fundamentales reorientaron aquella cámara del tesoro a lo que es hoy el AMF. El desvelo, respeto e interés vital de Isabel de Falla y el providencial compromiso de José Miguel Castillo Higueras, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Granada, presidido por Antonio Jara. Por su contribución al patrimonio cultural merecen hoy una distinción oficial.
Ella nos sorprendía con sus hallazgos y compra de fondos documentales —no era tan fácil como ahora que hay internet—, como aquel del corbatero catalán Joan Gisbert —albacea de Pedrell y colaborador y amigo de don Manuel—, y otros que incrementaban el valor y el potencial de aquel legado original, parte del cual había cruzado el Océano o sobrevivido en Ganada en tiempos muy difíciles.
En 1990 todo se puso en marcha ante el horizonte de marzo de 1991 para inaugurar el archivo en Granada, en un edificio de José M.ª García de Paredes, al lado de su Auditorio, y jardín por medio con el carmen de la Antequeruela, la casa que don Manuel dejó para marchar al exilio en septiembre de 1939. Pocas ciudades del mundo disponían de aquella confluencia en relación a un músico tan significativo, y notable cruce de caminos de las artes y la historia de su tiempo. Y de hecho pocas experiencias había aún de archivos familiares, salvo quizá el de Britten, o el de Schoenberg en Viena (que aún compartía con Los Ángeles), y algún otro menos significativo.
Porque en la persona de Manuel de Falla, a pesar de su aparente distancia con el mundanal ruido, convergieron las figuras más relevantes del arte y la cultura de su tiempo. Algo de esto quisimos reflejar en el librillo inaugural Manuel de Falla. Diálogos con la Cultura del siglo XX (Granada, 1991). Esta dimensión internacional y pluridisciplinaria de los contenidos del archivo, marcaba ya un reto a la hora de definir los ámbitos de trabajo y objetivos del centro.
Uno de los elementos que se plantearon fue la idea de ir más allá de un mero archivo documental, atendiendo acciones tendentes a completar series, incrementar el epistolario, actualizar el fondo bibliográfico (el archivo contaba ya con todo lo editado en relación a Manuel de Falla en el mundo, tarea bibliográfica que había ocupado a la presidenta de la Fundación desde años atrás), disponer de una catalogación asequible a distintos tipos de intereses, que llevaron a cabo Concha Chinchilla y Antonio Bernardo Espinosa con la supervisión del profesor Antonio Ruiz, y potenciar estudios, además de una tarea de extensión con miras a la recuperación del patrimonio. En este sentido, en el privilegiado foyer del Auditorio Manuel de Falla se montaron una serie de exposiciones autogestionadas. Entre otras: Falla. Imágenes de su tiempo (1991) o Hermenegildo Lanz escenógrafo. Las experiencias teatrales en los años 20 granadinos (1993), que permitió ver el retablillo original, muñecos y músicas que usaron Falla y Lorca para su función de títeres de 1923, y que desembocó en otra con mayor interés en 1995: Un Retablo para maese Pedro, homenaje al centenario del pintor Manuel Ángeles Ortiz, con figurines originales, bocetos y escenas para la función en los Polignac en 1923.
La colaboración con el archivo de Hermenegildo Lanz, que guardaba su hijo Enrique, así como con el de la Fundación García Lorca que capitaneaba Manuel Fernández Montesinos en Madrid, o el del pintor conmemorado, fueron fundamentales. Una presencia vital entonces fue la visita del compositor Joaquín Nin-Culmell en 1994, sesenta años después de recibir allí consejos de Falla para su música. Y en 1995 —junto a un equipo del Ayuntamiento— recordamos a una de las mujeres representativas de la cultura y la política de su tiempo, y de la vida y obra de Falla: María Lejárraga. Un compromiso en el silencio (Granada, 1995).
Los trabajos para preparar el 70 aniversario del Concurso del Cante Jondo de 1922 organizado en la Alhambra y propiciado por el dinamismo de García Lorca y Falla, o Zuloaga, entre otros, nos acercaron al archivo del Centro Artístico de Granada, y a personalidades de la ciudad como Antonio Gallego Morell. Tareas que alumbraron la idea de recuperar el teatrito del Hotel Alhambra Palace.
El contacto en aquellos años con el profesor Andrés Soria Ortega, o el médico Manuel Orozco, biógrafo de Falla, o con Gallego Morell o Miguel Rodríguez Acosta y otros protagonistas de la cultura de Granada —que enlazaban indirectamente con los tiempos de Falla— fue un privilegio. Estas actividades permitían un acercamiento a fondos documentales poco explorados y ampliar el conocimiento, además de señalar hechos que fueron referencia en la historia cultural española. Hubo proyectos con el archivo familiar de la familia de Joaquín Turina, o sueños como los que surgían en los senderos de aquella colina en las charlas con Antonio García Bascón en relación a poder instalar allá aprovechando las ruinas de Meersman, el archivo de Federico García Lorca, hoy ya en su ciudad. Fue por entonces que llegó Laura García Lorca y se rehabilitó la Huerta de San Vicente. El Ayuntamiento financia el proyecto del AMF, por lo tanto, prioridad en nuestra primera etapa, situarlo como uno de los referentes de la ciudad y proyectarlo en sus instituciones y su gente.
Eran aquellos tiempos, primeros años 90, de gran impulso estatal a las actividades culturales y la ciudad pronto contó con una de las mejores orquestas de España con la dirección de Josep Pons. Además disponía de uno de los festivales de música señeros, y de prestigiosa universidad. Un entorno de lujo que se completaba con gestores culturales locales como García Bascón, Carlos Gollonet, Yolanda Romero, Mateo Revilla, Reynaldo Fernández, Paco de la Oliva, Enrique Gámez, y con el Festival coincidían exposiciones antológicas de alto nivel (Amat, Palazuelo, Manuel Rivera…). Se creó además en el Archivo un comité asesor con personalidades del ámbito académico del que participaron Andrés Soria Olmedo, Luis García Montero, Eduardo Quesada… y hacia 1995 fueron creados junto a la Orquesta los Encuentros Manuel de Falla, un espacio que se pretendía de reflexión interdisciplinaria.
La coincidencia en ese entorno de la Alhambra con Josep Pons y con Alfredo Aracil, director del Festival y las nutrientes comidas —ricas también en ideas— en un rincón selecto de La Mimbre, dio más luz al proyecto inicial, que culminó en 1996 con la representación de Atlàntida con La Fura dels Baus por el Festival.
Hoy, como emergente de aquella década de los años 90 de la política y la cultura españolas y europea, en los que se pusieron en marcha tantas orquestas, conservatorios superiores, departamentos universitarios, el Archivo Manuel de Falla es un centro modelo que mantiene y proyecta su identidad y vitalidad al mundo.
Mi gratitud pues a todos los mencionados (que no son todas/os), y a quienes continúan en la tarea: Mariano Cano desde los comienzos, Victoria Rojas, Aurora Fernández, Candela Tormo…
Falla en la imaginación de los niños, por Elena García de Paredes Falla
‘La facultad de la creación imaginativa, y el poder ingenuo de dar realidad a lo imaginado que tienen los niños, desaparecen con el uso de razón en los hombres, como los sueños con el despertar. Solo en los artistas continúan, solo los artistas saben soñar despiertos, e imponer como reales las fantasías del ensueño, y continuar siendo niños cuando ya son hombres’.
Las palabras de Jaime Pahissa, en su genial biografía de Manuel de Falla, constituyen uno de los lemas de los Talleres de Arte del Archivo Manuel de Falla: el artista niño Manuel, con sus juegos en el teatrito que construyó para sus hermanos y en el que soñó sus primeros éxitos, anticipaba la pasión que el artista hombre sentía por las artes escénicas, pues Falla fue un músico extraordinario, aunque también un magnífico libretista y un creador de enorme capacidad artística.
Auspiciados por el Ayuntamiento de Granada, los Talleres de Arte arrancaron en 1997 con La vida breve y se hicieron itinerantes de la mano de la Diputación de Granada, participando en el Rinconcillo de Cristobica, un festival de títeres organizado en la Casa-Museo García Lorca de Valderrubio. Poniendo el foco en el interés de Falla por lo escénico, y buscando introducir a los más jóvenes en el mundo de la plástica teatral y la creación musical, El retablo de maese Pedro se convirtió en obra perfecta como ‘teatro dentro del teatro’ en nuestros Talleres.
Con la incorporación de la Obra Social La Caixa, la actividad dio un giro fundamental para llevar la medicina del arte allí donde más se necesitaba, acercando la música de Falla a niños en riesgo de exclusión social. En el Archivo Manuel de Falla entendemos que los documentos son más que papel y se pueden sentir como algo vivo: mirando con ellos fotografías, leyendo textos antiguos, escuchando la música conservada en nuestro Archivo, pensamos en cómo los vestidos viejos guardados en un baúl pueden cobrar vida cuando alguien los vuelve a utilizar, y son capaces de revivir momentos pasados. Igual ocurre con este legado tan valioso, aparentemente inaccesible o frío, en el que documentos que habían estado archivados vuelven a despertar el entusiasmo de los jóvenes.
Uno de aquellos veranos compartidos, pudimos participar en privilegiadas rutas de patrimonio que nos llevaron de la Alhambra al Sacromonte guiados, como en La vida breve, por el ritmo del yunque en una fragua. Otros, nos adentramos en la técnica del karaguiosis, el ancestral teatro de sombras griego heredado del mundo otomano, o en la construcción de una guitarra en un Taller realmente jondo.
Aunque las más de las veces la actividad culminaría en una representación, en otras el trabajo derivó en auténticos poemas visuales en los que se podía ver a un don Quijote particularísimo cuya cabeza era una jaula de pájaro. Año a año hemos podido comprobar el agradecido entusiasmo de los niños, que siempre se quedaban con ganas de más. Para ellos, el castellano antiguo de un entremés de Cervantes o de El retablo de maese Pedro, podía ser tan evocador y atrayente como un rap.
La necesidad de magia en nuestra vida se ha hecho aún más candente en la actual situación. Por ello, este año nos comprometimos a animar la vida de los pequeños más vulnerables, a través de juegos y manualidades que en sus manos se han transformado en pura magia. Inspirados por la música de ‘El romance del pescador’ de El amor brujo, como en un conjuro, crearon su personal círculo mágico en torno a un precioso tronco seco, abriendo ventanas de esperanza en un muro de ladrillos al que asomaban las piezas creadas en recuerdo de los balcones del confinamiento. Animados por la inquietud social que el propio Falla mantuvo con firmeza, invitamos a recordar sus palabras:
‘Yo creo en una bella utilidad del arte desde el punto de vista social. Hay que hacerla no de una manera egoísta, para sí mismo, sino para los demás. Sí, trabajar para el público sin hacerle concesiones: he aquí el problema. Esto es en mí una preocupación constante’.
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