El 1 de noviembre del pasado año se cumplían diez años del fallecimiento de Manuel Castillo, autor fundamental de la música andaluza y española de la segunda mitad del siglo XX. Adscrito a la Generación del 51, participó de una forma singular en las vanguardias de su tiempo sin acogerse abiertamente a ninguna de ellas. Sin embargo, contribuyó de forma notable, como el resto de sus compañeros generacionales, en la modernización de la música en España. Compositor de una importante y personalísima obra que, sin embargo, permanece aún hoy en día desconocida para una gran parte del público.
Por Alberto Alpresa Rengel
Autor fundamental de la música andaluza y española
Manuel Castillo Navarro-Aguilera nació en Sevilla, en el barrio de Nervión, el 8 de febrero de 1930. Desde muy niño muestra interés por la música tocando un teclado imaginario sobre la mesa de la cocina. Será fundamental la presencia de un piano en la casa de su hermana Isabel, pianista de carrera, con el que se entretenía sacando de oído conocidas melodías. Asimismo, el contacto con su cuñada, también estudiante de piano, con la que interpretaba El amor brujo de Falla a cuatro manos, será un estímulo más en el joven Manolo.
Comienza oficialmente sus estudios de música en el Colegio San Francisco de Paula con Antonio Pantión y, posteriormente, en el conservatorio con el vasco Norberto Almandoz que ejercerá una incontestable influencia en el músico sevillano. Este, le aconseja trasladarse al Conservatorio de Madrid donde estudiará piano con Antonio Lucas Moreno y composición con Conrado del Campo. Obtiene el Premio Fin de Carrera en piano y música de Cámara y, asimismo, en octubre de 1950, recibe el Premio Joaquín Turina por “su fina sensibilidad, limpio mecanismo y acentuada expresión”. Posteriormente, marcha a París para perfeccionar sus estudios con Lazare Levy y con la profesora de composición por antonomasia Nadia Boulanger.
En 1954 regresa a Sevilla donde comienza su fructífera carrera como docente, primero como profesor de historia y estética de la música y, dos años más tarde, como catedrático de piano, año también en el que comienza una etapa muy particular en la biografía de nuestro protagonista. Su ingreso en el Seminario de Sevilla, su ordenación como sacerdote en 1963 y su posterior secularización están hoy en día poco documentadas. Pese a la importante cantidad de obras religiosas que atesora su catálogo, poca trascendencia tiene en lo musical. Aunque hasta la fecha ha sido galardonado con diversos premios y distinciones -aparte del ya mencionado Premio Turina- con el Diploma de Honor en el Concurso Internacional J. B. Viotti de Italia (1951) y Premio “José Salvador Gallardo” del Ateneo de Sevilla (1955); el definitivo reconocimiento nacional le vendrá con la obra Preludio, Diferencias y Tocata (1959), Premio Nacional de Música de 1960, año en el que también estrena en Madrid su Concierto para piano y orquesta n. 1.
A comienzos de 1962 es elegido Académico Numerario de la Real Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría de Sevilla, donde desempeña una importante labor como ponente. De extraordinario calado podríamos calificar su periodo como director del Conservatorio de Sevilla (1964-1978). Pese a las continuas trabas gubernamentales y a la desilusión acumulada durante años de estériles luchas, durante su mandato logró revitalizar la Sevilla musical, rehabilitar el viejo edificio, dotándolo de un magnífico auditorio (1969), un completísimo instrumental y una plantilla docente con la que alcanzó el nivel de uno de los mejores conservatorios de España. Entre tanto, es nombrado Consejero Nacional de Educación (1965); estrena su Segundo Concierto para piano (1967); Primer Premio en el Concurso Provincial del Villancico Popular Andaluz (1968 y 1973); Premio “Paz en la Tierra”, para obras corales (1969 y 1972); Sinfonía n. 1 (1969); miembro de la Junta del Patronato de Música Joaquín Turina (1971); catedrático de composición y orquestación (1972), puesto que ocupará hasta el día de su jubilación; Insignia de Oro de la Federación Internacional de Juventudes Musicales y “Sevillano del Año” (1974); Premio en el Concurso Internacional de la Semana de Polifonía y Órgano de Ávila (1975); y en 1976, S. M. la Reina le concede la beca “Reina Sofía” y logra el III Premio de Composición Manuel de Falla. Este ciclo como directivo concluye con el estreno, en el Festival de Música y Danza de Granada, de su Concierto para piano y orquesta n. 3.
Con motivo de su cincuenta cumpleaños recibe un homenaje de Radio Nacional de España y su Suite mediterránea (1979) recibe el “Arpa de Plata”. Con Diferencias sobre un tema de Manuel de Falla obtiene el Premio Nacional “Cristóbal Halffter” (1982). Finaliza la orquestación de la Sinfonía del Mar de Turina y la Orquesta Camerata Academia del Mozarteum de Salzburgo estrena Cuatro Cuadros de Murillo, pieza donde puede percibirse el intimismo de Castillo y los lazos que traza con el pasado.
Mención aparte, por lo inexplicable de lo acontecido, merece el bochornoso episodio de la composición de la Música Oficial para la Expo del 92, que le fue encargado en 1986 y aplaudida en su estreno por la Reina en el Teatro Lope de Vega. No se sabe por qué hediondas confabulaciones y rencores políticos, que nada tienen que ver con lo artístico, la partitura fue desdeñada por la clase política de entonces, probablemente la mayor afrenta que le ha hecho Andalucía y Sevilla. Todo esto resulta aún más incomprensible cuando, por esas fechas, se le honra como Hijo Predilecto de Andalucía (1988), Premio Andalucía de Música (1989), Premio Nacional de Música por segunda vez (1990) y se decide poner su nombre al Conservatorio Superior de Música de Sevilla en 1992.
En el último tramo de su vida, y antes de su afligida jubilación acontecida en el verano de 1995, compone dos obras de envergadura como son sus Sinfonías n. 2 y 3 “Poemas de Luz”. A partir de este instante la salud del compositor se va a ir deteriorando progresivamente, lo que influirá también en su producción musical. No obstante, antes de su retiro social definitivo, nos deja entre otras obras su Sinfonietta Homenaje a Manuel de Falla (1995), Obertura Festiva (1996) y Concierto Sacro Hispalense (1998), su última obra. Es un momento en el que la España musical se ha rendido ante el maestro otorgándole los últimos galardones como la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, entregada por S. M. el Rey (1995), el Premio de Música Española de la Fundación Jacinto e Inocencio Guerrero (1996), el nombramiento de Hijo Predilecto de la ciudad de Sevilla -condecoración que según el propio Castillo fue la que más ilusión le hizo (1997)- y Medalla de Honor de la Real Academia de Bellas Artes, entre otros. Es ahora, en sus últimos años de vida, cuando una multitud de conciertos y homenajes en su honor se suceden por toda la geografía española sin que tengan a su homenajeado presente, recluido ya en su domicilio del barrio de Los Remedios, donde fallecerá el 1 de noviembre de 2005.
Un moderado alejado de la vanguardia
La decisión de instalarse definitivamente en Sevilla, tras su formación parisina, pudo sorprender a muchos, pues Manuel Castillo, por entonces, era ya un reputado pianista, con una más que probable proyección internacional, y un prometedor compositor. Sin embargo, el dilema de si optar por una carrera internacional y establecerse en alguna importante capital europea donde tuviera mayor proyección su obra no existió para él. España había sido arrasada y, por supuesto, culturalmente, tras la Guerra Civil. A mediados de los 50, los escasos focos culturales se encontraban localizados en Barcelona y Madrid, donde comienza, además, a emerger una pujante generación de nuevos compositores. La trascendental decisión de residir en Andalucía hará que en pocos años la ciudad hispalense fuese ocupando un hueco en el exiguo panorama musical español y desde allí creó una heterogénea escuela de nuevos compositores. En cualquier caso, Castillo nunca perdió el contacto ni con la capital española ni con sus compañeros generacionales.
En una entrevista, el compositor manifestaba lo siguiente: “Por razones personales, siempre preferí quedarme aquí. A sabiendas de que eso podría tener sus inconvenientes, pero también sus ventajas. Prefiero estar en Sevilla, más desintoxicado de todo. Por ello, mi música ha ido un poco, como se ha dicho, independiente, evolucionando por ella misma. Pero no me siento en absoluto aislado”. De estas palabras deducimos otro elemento fundamental para entender la estética del autor. Primero Norberto Almandoz y después Nadia Boulanger le dieron a conocer los nuevos lenguajes y la música que se estaba haciendo por entonces en Europa. De hecho, fue un gran conocedor de todas las corrientes existentes pero, en un principio, no se sintió atraído por ninguna de ellas. Estimó que alejándose de su radio de influencia podría crear un lenguaje propio, tal y como consiguió, sin sentirse imbuido por las modas del momento. Así, comienza a buscar un equilibrio entre la tradición y la vanguardia que no perdiese de vista la comunicación y el entendimiento con el público.
Es cierto que en sus primeras creaciones puede percibirse la influencia del nacionalismo y de la música francesa en obras como Sonatina o Andaluza (ambas de 1949). Ahora bien, de ahí a que se le haya querido vincular como el continuador de Turina nada tiene que ver con la realidad puesto que, incluso en aquellas supuestas obras de marcado carácter regional, hay elementos claramente diferenciadores con aquella estética. Turina reflejó la Sevilla costumbrista y Castillo la intimista. Además, las declaraciones del propio compositor lo alejaban de su paisano. En cambio, más directa y clara puede ser la influencia que ejerce Manuel de Falla en algunas de sus piezas.
Su amplia producción abarca casi la totalidad de géneros, salvo el operístico. Cuando hablamos de su catálogo para piano y órgano, probablemente estemos ante uno de los mejores repertorios que se hayan escrito para estos instrumentos durante la segunda mitad del siglo XX como, por ejemplo, su Sonata para piano (1972). Igualmente tendríamos que destacar la evolución estética que se advierte en sus tres conciertos para piano y orquesta (1958, 1966 y 1977) y su Concierto para dos pianos y orquesta (1984). También en el terreno concertístico llamaría la atención sobre su Concierto para violonchelo y orquesta (1985) y su Concierto para guitarra y orquesta (1990). En el campo sinfónico, a parte de sus tres sinfonías (1969, 1992 y 1994), destacaría sus Cinco sonetos lorquianos (para tenor y orquesta, 1986) y la Sinfonietta homenaje a Manuel de Falla (1996). Castillo se parece a sí mismo, tiene un lenguaje que lo identifica. Se desenvolvió magistralmente entre aquellos que rompieron con el pasado con los que decidieron continuar desde las directrices marcadas por sus maestros. Fue un integrador, no un rupturista, que conquistó nuevas formas de expresión a partir de su propia evolución interna.
Un taciturno final
El maestro, aquejado de una depresión que le impidió desempeñar con normalidad la enseñanza en sus últimos años como docente, fue recluyéndose progresivamente hasta el punto de no querer relacionarse con nadie. Una etapa que, paradójica y tristemente, estuvo colmada de premios y reconocimientos que ya no estuvo en disposición de disfrutar. Hay quienes ven el origen de esa languidez personal en la presión interior y la tensión que le provocaba la dedicación absoluta a la música y la creación musical que fue menguando paulatinamente.
Otros, en cambio, piensan que el comienzo de todo se inicia en los fallidos intentos de la comunidad educativa por posponer su jubilación en el año 1995 y es que, sin duda alguna, la enseñanza supuso uno de sus pilares vitales. Si a esto sumamos el fallecimiento de su hermana Isabel, a la que estuvo muy unida y que hizo el papel de madre para él (quedó huérfano de madre a temprana edad), nos pueden dar motivos, a priori, más que suficientes para determinar, o al menos suponer, el origen de su enfermedad. Pero este tipo de dolencias no solo pueden estar causada por diversos factores externos sino que, en el caso del propio Castillo, el agente hereditario también cobra peso.
El compositor parecía no querer vivir ya más, cansado y no atendía los continuos requerimientos de instituciones, encargos, amigos y seres queridos. Era una muerte en vida. La verdad es que tampoco puso mucho de su parte para aquellos que lo quisieron ayudar en tan difíciles momentos. Fue su decisión y todos, por muy dolorosa que fuera, quisieron respetar. El lunes 1 de noviembre de 2005, una sobrina suya, tras varios días sin tener noticias de él, se lo encontró sentado en el salón de su casa con la cena puesta. Llevaba varios días fallecido. Fue el triste final de un hombre de una calidad humana encomiable y de un músico integral y necesario. Uno de nuestros grandes compositores de una generación imprescindible para entender la música en España en la segunda mitad del siglo XX y, a su vez, tan desconocido.
Buscando a Manuel Castillo
Aunque su obra se encuentra depositada y digitalizada en el Centro de Documentación Musical de Andalucía de Granada, accesible a cuantos estudiosos así lo requieran, no obstante, gran parte de esta aún se encuentra inédita. Y llegados a este punto habría que reconocer, asimismo, que el propio autor tampoco se preocupó mucho en vida de la difusión de su propia música, tal vez por su carácter reservado y excesiva modestia. En los últimos años ha habido pequeños avances, pero avances en fin y al cabo, en la edición de algunos trabajos, especialmente en el campo sinfónico. Sinceramente creo que alguna que otra sorpresa nos puede aún deparar su legado en la medida en que lo vayamos rescatando del ostracismo en el que se encuentra. No ha corrido la misma suerte su extensa biblioteca, su mobiliario, en el que se incluía su piano, un clavecín y un órgano entre otros objetos de gran valor, y sus archivos personales perdidos en una especie de limbo político de continuas promesas incumplidas y palabras que se esfuman cuando sopla el viento en la creación del aula de cultura que Castillo iba a tener dedicada en el sevillano Convento de Santa Clara, ciudad por cierto que tanto le debe.
Como nuestra abyecta política cultural no da margen a la lógica y la coherencia solo cabe esperar iniciativas privadas en pos de preservar la memoria de tan insigne personaje. En esta senda hallamos algunos libros (Sánchez Gómez, Pedro José: Manuel Castillo. Su obra en la prensa escrita. 1949-1998. Conservatorio Superior de Música “Manuel Castillo”, Sevilla. 1999; Manuel Castillo. Recopilación de escritos. 1945-1998. Desados, Sevilla, 2005; y Marco, Tomás: Manuel Castillo. Transvanguardia y postmodernidad, Orquesta Filarmónica de Málaga, 2003). Asimismo, y hasta la fecha, existen o están en proceso algunos estudios y tesis doctorales, especialmente enfocados en la obra pianística (Marimón, César: The Piano Sonata of Manuel Castillo: An Approach to His Musical Language. East Carolina University, 2005; y Pulla, Elisa: La tradición en la obra para piano de Manuel Castillo. Universidad de Granada, 2012). La Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, a través de la colección Documentos Sonoros del Patrimonio Musical de Andalucía, tiene editados varios discos con diversas obras del autor hispalense. A este campo habría que sumar el interés, desde hace ya varios años, del tenor asturiano Joaquín Pixán, en grabar la integral de la obra para voz y piano del maestro.
La última contribución a la persistencia de su figura y obra, y con la clara intención de llegar a un abanico de público más amplio de una manera ágil y directa, es la realización de un documental biográfico para televisión, Manuel Castillo: la elección voluntaria (2015), con motivo del X aniversario de su fallecimiento y que cuenta con los inestimables testimonios de sus compañeros generacionales como Cristóbal Halffter, Antón García Abril y Luis de Pablo, u otras respetables personalidades del panorama musical español como Tomás Marco, Ana Guijarro y Ramón Coll, entre otros. El paulatino interés que parece suscitar su figura en los últimos años queda incompleto si a quienes les corresponden no mantienen viva su herencia. Y es que el mejor tributo que se le puede rendir a un compositor de valía es que su obra sea divulgada e interpretada.